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Los enigmas del 11M

Esclavo por amor

Editorial del programa Sin Complejos del sábado 28/10/2012

Nadie sabe por qué se le ocurrió a Joseph Antoine emigrar al estado norteamericano de Virginia.

Había nacido esclavo en Cuba en 1765. Pero, por aquella época, en la isla caribeña la manumisión era una práctica común; y más común todavía era otro mecanismo, denominado coartación, por el que el esclavo iba comprando al amo su libertad poco a poco. Gracias a ello, a finales del siglo XVIII el 40% de los negros cubanos eran libres. Eran los denominados "negros horros", que constituían buena parte de la clase artesanal en la isla y podían, incluso, poseer ellos mismos otros esclavos. Y Joseph Antoine, como tantos negros cubanos antes que él, también consiguió su libertad, no sabemos si por gracia de su propietario o comprándosela directamente.

El por qué decidió entonces, tras haber dejado de ser esclavo, irse a Virginia, no lo sabemos, pero lo cierto es que con 27 años se plantó en aquel territorio del sur de los Estados Unidos, donde no solo existía también la esclavitud, sino que el trato dispensado a los esclavos era infinitamente más inhumano que en Cuba. En la isla caribeña, por ejemplo, los esclavos podían legalmente casarse, el propietario no podía separarlos de sus familias, tenían derecho a la educación religiosa y los dueños no podían imponer arbitrariamente, al menos sobre el papel, castigos físicos a los esclavos. En Virginia, por el contrario, el esclavo no tenía ni siquiera esos derechos míseros: el amo podía hacer lo que le viniera en gana con él. Incluso los escasos negros libres que había en el estado tenían gravemente limitados sus derechos.

Pero allí se plantó Joseph Antoine en 1792. Sabía leer y escribir y llevaba consigo los papeles que acreditaban su condición de hombre libre. Tal vez iba buscando trabajo como bracero en las plantaciones. Tal vez pensaba que sus papeles le protegerían. Pero lo cierto es que allí conoció a una mujer de la que se enamoró por completo y aquello terminaría siendo su perdición.

La mujer que robó el corazón a Joseph era esclava de un tal Jonathan Purcell. Joseph propuso al dueño de su amada comprársela, y entonces éste le ofreció un trato: si aceptaba trabajar para él como esclavo durante siete años y medio, luego los liberaría a ambos.

Y Joseph aceptó. Aquel negro cubano que había nacido esclavo y había logrado su libertad, aceptó volver a ser esclavo por amor.

Pero cuando transcurrieron los siete años y medio y Joseph reclamó a su amo que cumpliera su parte del trato, éste se negó. Y, ante las protestas del negro, vendió a los dos a un traficante de esclavos que los terminaría subastando en Nueva Orleans.

Allí, Joseph Antoine recurrió al gobernador español de Luisiana, el cual, a la vista de los papeles que demostraban que era un hombre libre, anuló la venta de los dos negros. Pero para cuando el caso se sustanció y Joseph y su amada recuperaron su libertad, la mujer que había arrebatado el corazón a Joseph estaba tan gravemente postrada, por la enfermedad y por el maltrato, que no pudo hacerse nada para evitar que muriera poco después.

Cuando España efectuó la transición a la democracia, la esperanza de todos los ciudadanos era poder vivir en un régimen de libertades, en el que todos pudieran gozar de los derechos que consagra la constitución de 1978.

Pero el terrorismo planteaba un constante desafío a la nación española. Y cuando los ciudadanos reclamaban a sus políticos que liberaran a España de aquella lacra, la clase política, en lugar de hacerlo, ofrecía sistemáticamente un trato: aguantar a pie firme, porque el terrorismo terminaría siendo derrotado.

Como sucedió con Joseph Antoine, los españoles aceptamos convivir con el terror y renunciar a parte de nuestras libertades para construir una estructura de estado en la que los nacionalistas pudieran sentirse cómodos. Y todo a cambio de una promesa de libertad y justicia futuras.

Como Joseph Antoine, los españoles aceptaron aquel pacto por amor, amor a la libertad y a su país. Muchos, incluso, se dejaron la vida en el camino. Y cada vez que un guardia civil, un periodista, un concejal o un niño caían asesinados por ETA, la clase política renovaba grandilocuentemente sus promesas acerca de esa libertad que nos esperaba, si aceptábamos seguir siendo esclavos del terror nacionalista.

Pero, al igual que en el caso de Joseph, todas las promesas de libertad y justicia resultaron ser falsas, y el gobierno nos ha terminado vendiendo a esos mismos asesinos para acabar con los cuales habíamos renunciado a tanta libertad.

Esta semana, cuarenta y ocho horas después de la cita electoral en el País Vasco y Galicia, el asesino Bolinaga ha salido a la calle. El supuesto enfermo terminal se pasea ahora por los bares de Mondragón, gracias a que el gobierno de Rajoy puso en marcha, hace no muchas semanas, el procedimiento que terminaría conduciéndole al tercer grado y luego a la libertad condicional.

Al final, como con Joseph Antoine, todo era mentira. No era cierto que el terror fuera a ser castigado. No era cierto que la renuncia a los derechos constitucionales fuera algo provisional. Los que niegan la libertad a los ciudadanos se han salido una vez más con la suya, haciendo inútiles todos los sacrificios de todos estos años. Nos dijeron que peleábamos por la libertad, pero solo trabajábamos para satisfacer el interés de la clase política.

Y ahora tendremos que seguir luchando, reclamando los derechos y la libertad que nos corresponden.

Pero, como Joseph Antoine, lo haremos sin saber si llegaremos a tiempo. Sin saber si esa España por amor a la cual nos sacrificamos, seguirá o no con vida para cuando lo logremos, de tan enferma y maltrecha que la están dejando.

Aunque, al menos, una cosa sí hemos sacado en claro de todo esto: ya sabemos que no se puede confiar en las promesas del amo.

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