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El templo del pueblo catalán

Jim Jones nació en Indiana en 1931. A los 25 años ya había fundado lo que sería el embrión del Templo del Pueblo, la secta que pasaría a la Historia por el suicidio colectivo de mas de 900 de sus fieles.

El Templo del Pueblo es un ejemplo paradigmático del funcionamiento sectario: un líder paranoico, pero dotado de considerable inteligencia y astucia; utilización sistemática de técnicas para aislar a los fieles de sus familias y su entorno social; técnicas de persuasión y lavado de cerebro; disciplina férrea y, sobre todo, dinero, mucho dinero, que era recaudado de diversas maneras por los miembros del Templo.

Las creencias de la secta eran una mezcla de cristianismo y comunismo autogestionario, aderezada con un mensaje de integración racial y de rechazo al imperialismo estadounidense, aunque en este tipo de organización lo de menos son las creencias concretas, que no pasan de constituir una excusa.

En 1974, la cúpula de la secta decidió alquilar 15 km cuadrados en Guyana, que no tenía tratado de extradición con Estados Unidos, y fundar allí Jonestown, una granja colectivizada en la que se instaló el cuartel general de la organización. Casi un millar de fieles se trasladaron allí, donde se encontraron con jornadas de trabajo extenuantes, castigos físicos para los que osaban rebelarse y una permanente vigilancia por parte de guardias armados al servicio del reverendo Jim Jones. Los niños eran separados de sus padres y sometidos también a castigos ejemplarizantes.

Las técnicas fraudulentas de financiación y la insistencia de los familiares de algunos miembros captados por la secta, hicieron que el gobierno americano y los medios de comunicación comenzaran a estrechar el cerco de sus investigaciones sobre el Templo del Pueblo, lo que a su vez exacerbó el comportamiento paranoico de su líder. La secta comenzó a preparar a los fieles que vivían en Jonestown para recurrir al suicidio colectivo, en caso de que las autoridades federales de los Estados Unidos amenazaran con capturar y encerrar a Jones.

No se crean ustedes que los miembros de la secta eran empujados contra su voluntad por ese camino enloquecido que los terminaría llevando a la muerte. Nada más lejos de la realidad: el número de deserciones entre los miembros de la secta fue siempre muy bajo. De hecho, los fieles que vivían en la granja de Guyana con Jim Jones llegaron a discutir y aprobar en asamblea los planes de suicidio y a ensayarlos en varias ocasiones. Los relatos de los supervivientes y los documentos encontrados tras la masacre revelan, incluso, que una miembro de la secta, Christine Miller, algo más lúcida, llegó a proponer en una asamblea huir a la Unión Soviética en vez de suicidarse, pero que retiró su propuesta ante las críticas y ataques verbales recibidos por parte de otros miembros de la comunidad. Esa es la característica fundamental de las técnicas de lavado de cerebro: buscan conseguir que la persona acepte de forma voluntaria y convencida su propia sumisión y destrucción.

La tragedia se desataría el 17 de noviembre de 1978, cuando el congresista de los Estados Unidos Leo Ryan, acompañado de algunos periodistas, acudió a inspeccionar Jonestown, con el fin de investigar las acusaciones contra la secta. Un puñado escaso de miembros de la secta pidieron al congresista que los llevara con él de vuelta a casa, pero los guardias del reverendo Jones mataron al congresista y a sus acompañantes, tras lo cual los miembros de la secta recibieron la orden de proceder al suicidio ritual por envenenamiento el día siguiente por la tarde. Aquel 18 de noviembre murieron en total 918 personas, 276 de ellas niños. Entre los muertos estaban el propio Jim Jones y sus lugartenientes, salvo tres de ellos, que recibieron el encargo de abandonar la granja y transferir los fondos de la organización a la embajada soviética en Guyana. Menos de una docena de los habitantes de Jonestown sobrevivieron a la matanza.

No he podido evitar acordarme de la historia del Templo del Pueblo al ver ayer en los medios la noticia de que miembros de la Asamblea Nacional Catalana habían convocado 24 horas de ayuno para solicitar que Artur Mas sea investido presidente.

Sin pretender llevar la comparación demasiado lejos, porque no sería correcto, hace tiempo que una parte del nacionalismo catalán ha abandonado el terreno de la política para adentrarse, cada vez más claramente, en el campo de lo seudorreligioso. Y, en ese tránsito, está consiguiendo adquirir tintes cada vez más claros de secta destructiva.

El solo hecho de que personas que dicen estar deseosas de conseguir la independencia de Cataluña, vinculen su destino a un líder cuyo partido tiene las sedes embargadas por corrupción, y que fue mano derecha de un delincuente que tiene su fortuna repartida por paraísos fiscales de medio mundo, indica que algo no marcha bien. Indica que los objetivos ideológicos se han supeditado hace tiempo a la maquinaria de financiación de la secta o, peor aún, que la ideología se ha convertido en una mera excusa para el funcionamiento de la secta.

Pero que esa vinculación adquiera tintes cada vez más próximos a lo religioso, y se exprese con ceremonias cada vez más dotadas de aspectos sacrificiales y penitenciales, indica que alguien empieza a necesitar una urgente desprogramación mental, porque la racionalidad ha quebrado.

Cada vez más, todo discrepante es tildado de traidor a la secta (a Cataluña); cada vez más, todo futuro se vincula a la personalidad del gurú; cada vez más, todo argumento se vuelve emotivo y milenarista: la tragedia nos aguarda si no entramos en el paraíso prometido de la mano de nuestro guía, y todo lo demás no importa. Sin el gurú, el paraíso no es tal.

Y yo me pregunto: ¿hasta dónde serían capaces de llegar? ¿Hasta entregar el futuro de sus hijos a la secta? Ya lo han hecho. ¿Hasta poner en manos del gurú el destino de su patrimonio? Hace tiempo que lo han puesto. ¿Hasta apartar de su lado a los familiares y amigos que les tratan de hacer ver su enloquecimiento? Hace tiempo que algunos los han apartado.

El nacionalismo catalán está adquiriendo características cada vez más sectarias, en el sentido estricto de la palabra. Alguien debería poner fin, desde dentro del nacionalismo, a este espectáculo dantesco. Alguien debería escuchar a alguna de las múltiples Christine Miller existentes, antes de que sea demasiado tarde.

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