El pueblo que no existe
Si yo les pregunto a Vds por Palos de Moguer, muchos me dirán que es el pueblo de Huelva de donde partió Cristóbal Colón para descubrir América. Y, sin embargo, Palos de Moguer no existe. El pueblo se llama, en realidad, Palos de la Frontera.
Originalmente, el nombre del pueblo era simplemente Palos, pero algunos cronistas de Indias del siglo XVI lo referenciaron erróneamente como Palos de Moguer por su cercanía al pueblo de Moguer, y ese nombre incorrecto hizo fortuna.
Tanto les molestaba a los habitantes de Palos que llamaran a su pueblo de modo incorrecto, asociándolo a la vecina población de Moguer, que en 1642 aprobaron cambiar el nombre del pueblo por Palos de la Frontera, para ver si así conseguían tapar la otra denominación.
Pero no hubo suerte. En muchas ciudades de España, y también de Hispanoamérica, se dedicaron incluso calles a Palos de Moguer. En Madrid, no solo había una calle con esa denominación, sino que Palos de Moguer daba nombre a un barrio entero, e incluso a una estación de metro.
El ayuntamiento de Palos de la Frontera, inasequible al desaliento, ha tratado siempre de dirigirse a todas las instancias oficiales para corregir ese error de denominación. Y poco a poco ha ido logrando que los nombres de las calles se cambiaran. Por ejemplo en Salamanca o Sevilla.
En Madrid, la calle Palos de Moguer cambió su nombre por Palos de la Frontera en 1979, a petición del ayuntamiento onubense. Pero la estación de metro y el barrio siguieron teniendo la misma denominación, con lo que, durante siete años, se dio la circunstancia de que Madrid contaba con una estación de metro llamada Palos de Moguer, situada en la C/ Palos de la Frontera, que a su vez pertenecía al barrio de Palos de Moguer. En 1986 se corrigió por fin el nombre de la estación de metro, pero el del barrio sigue sin corregirse. Por tanto, a fecha de hoy, la C/ Palos de la Frontera pertenece al barrio madrileño de Palos de Moguer.
Si entran Vds en Internet, podrán ver que Palos de Moguer da nombre a numerosos establecimientos de hostelería y a alguna urbanización en Colombia, a un par de calles en Canarias y en Baleares e incluso a un restaurante en Atenas.
Hay que reconocer que tiene su gracia que el nombre de un pueblo inexistente, Palos de Moguer, siga perpetuándose siglo tras siglo. Pero ya saben ustedes que las mentiras y las leyendas urbanas tienden a hacerlo. Fíjense, si no, en el largo recorrido de las sandeces nacionalistas sobre la Guerra de Sucesión: aunque parezca mentira, existen catalanes (e incluso no catalanes) que creen sinceramente que aquello fue una guerra entre Cataluña y España, o que Rafael Casanova luchó y murió por la independencia de Cataluña.
¿Qué hacer ante mentiras mil veces repetidas? Pues lo que hace el ayuntamiento de Palos de la Frontera: armarse de paciencia e ir desmontando uno por uno los errores en los callejeros, en las enciclopedias o en los manuales de Historia. Es decir, tratar de cortar la perpetuación de aquel error primordial.
El problema, en el caso de Cataluña, es que los sucesivos gobiernos de la Nación han permitido que la mentira gane, por incomparecencia del contrario, en cada una de las confrontaciones. La mentira se perpetúa porque se dedican ingentes recursos públicos a perpetuarla, mientras que a corregirla no se dedica ninguno.
Y el problema no es la mentira en sí: al fin y al cabo, ¿a quién le importa lo que crea cada uno sobre algo que pasó hace trescientos años? El verdadero problema es que esa mentira primordial se propala y se utiliza para agitar los sentimientos de una población con el fin de lograr determinados efectos políticos, que no son otros que garantizar que un subconjunto de caraduras prospere a costa de toda la población catalana y de todos los españoles. Esa mentira primordial se emplea para sostener la existencia de un supuesto "pueblo" catalán que, como Palos de Moguer, jamás ha existido como tal pueblo. Porque solo la existencia de ese supuesto "pueblo" catalán justifica que tantos aprovechados vivan estupendamente de representarlo y erigirse en sus portavoces.
Deberíamos tener un gobierno que atajara semejante despropósito, empezando por la Educación. Pero, por desgracia, nuestro gobierno, como los anteriores, no combate la mentira. Porque, en el fondo, resulta más fácil y más lucrativo, para los jetas de aquí, repartirse el pastel con los jetas de allí, en vez de dedicarse a defender los intereses de la Nación, es decir, de todos los españoles.