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Los enigmas del 11M

El problema no es Federico

Los intentos de silenciar a Federico Jiménez Losantos no son nuevos. Llevamos años asistiendo a una ofensiva en toda regla para conseguir que el locutor más popular de la radio española deje de dar voz a los movimientos cívicos, deje de denunciar los abusos de la clase política, deje de exigir la verdad del 11-M y deje de reclamar que España sea una nación de ciudadanos libres e iguales.

Esos intentos han adoptado todo tipo de formas, desde sistemáticas campañas de desprestigio, hasta soterradas presiones a la empresa de comunicación en la que trabaja, pasando por denuncias en los tribunales que intentaban conseguir por la vía del amedrentamiento lo que por otros métodos no parecía posible.

Todos esos esfuerzos han sido en vano. Ni Federico se ha callado ni, lo que es más importante, la gente ha dejado de escucharle. Porque vamos a hablar claro: el problema no es lo que Federico diga o deje de decir; el problema es... que la gente le escucha. Lo que molesta no es que Federico hable cada mañana, sino que lo que dice Federico coincide con el sentir de una gran parte de la población española. El problema no reside en lo que Federico opine, sino en que la opinión de Federico no es, en realidad, sino un fiel reflejo de la opinión de muchos millones de personas de este país. Si a Federico le escucharan cuatro gatos, nadie se preocuparía. Si las opiniones de Federico no encontraran eco, no molestaría a nadie. Pero es que a Federico no le escuchan cuatro gatos. Y el número de personas que coinciden con lo que Federico dice son legión.

Tratemos de pensar en qué hubiera pasado en España si esos intentos de silenciar a Federico hubieran tenido éxito hace cuatro años, hace tres años, hace dos años. ¿Hubiera sido posible, por ejemplo, una Rebelión Cívica como la que hemos vivido, si no hubiera existido el altavoz de La Mañana? Resulta bastante dudoso. Lo más probable es que hubieran tenido éxito los intentos de imponer una solución pactada con ETA, que preservara el status de la actual clase política a cambio de entregar en bandeja a los diversos nacionalismos la soberanía nacional. De no haber existido programas como La Mañana o La Linterna que dieran voz a las víctimas de ETA, ninguna de las protestas de esas víctimas hubiera encontrado cauce a través del que llegar a los oídos de un número tan grande de ciudadanos. Por eso molesta Federico.

¿Hubiera sido posible mantener viva la exigencia de justicia con respecto al 11-M, de no haber puesto Federico sus micrófonos al servicio de la verdad? Resulta bastante dudoso. Lo más probable es que hubieran triunfado los intentos de imponer cualquiera de las sucesivas mutaciones de la versión oficial de la masacre. De no haber existido un Federico que hiciera llegar a los oídos de tantos millones de españoles las noticias relacionadas con la investigación del 11-M, los ciudadanos seguiríamos inmersos en esa falsa disyuntiva ("o ETA, o Al Qaeda") en la que pretendieron encerrarnos desde la propia mañana de aquel 11 de marzo. Y hace mucho que habríamos olvidado lo inolvidable. Por eso molesta Federico.

¿Hubiera sido posible, de no haber existido La Mañana y La Linterna, obligar a la clase política a congelar las reformas estatutarias en Cataluña, a atender las reivindicaciones lingüísticas en Galicia, a pagar un precio tan alto por los intentos de imponer la asignatura de Educación para la Ciudadanía? Resulta bastante dudoso. Sin altavoces a disposición de los movimientos cívicos y de la opinión ciudadana, el futuro de España y de la sociedad española habría continuado marcándose en negociaciones de despacho, sin el más mínimo control democrático. Por eso molesta Federico.

¿Y qué es lo que puede suceder si finalmente las presiones dan sus frutos y se consigue silenciar, no a Federico, sino a todos esos millones de ciudadanos que consideran a Federico su portavoz y que están absolutamente hartos de que se gobierne por sistema de espaldas a ellos? Pues que habrá desaparecido el último obstáculo para terminar de imponer las distintas hojas de ruta que hasta el momento hemos conseguido desbaratar, gracias a que ha existido una voz libre que ha hecho que se escuchasen nuestras demandas de libertad.

Ninguna purga en la Cope va a lograr que todas esas personas que han conseguido hacerse oír a través de Federico Jiménez Losantos o de César Vidal acepten de mejor grado el nuevo régimen confederal y laico, así que el problema de fondo continuará, al menos a corto plazo. Pero, privadas de altavoz, esas opiniones secundadas por varios millones de españoles podrán ser silenciadas mucho más fácilmente. Así que sólo es cuestión de tiempo que esos "empecinados", esa parte de la sociedad española que se niega a abdicar de sus derechos, terminen resignándose al nuevo estado de cosas o autoexcluyéndose del sistema. En cualquiera de los dos casos, el objetivo se habría conseguido.

Si finalmente se consuma el suicidio de la Cope, el nuevo régimen habrá triunfado definitivamente. Y lo habrá hecho gracias a la complicidad de unos pocos, a la cobardía de bastantes y a la desidia de muchos.

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