En la luna negra de los bandoleros, las navajas se afilan en Ferraz. Se esperaba la derrota, pero no esta catástrofe. La carcundia socialista confiaba en poder contener, con Rubalcaba, la sangría de votos que se escapan por las colas del paro, por las listas de desahucios, por los comedores sociales.
¿No era acaso Rubalcaba un eficiente Maquiavelo? ¿Es que hay alguien tan capaz de electrizar al votante como los viejos popes del partido? ¿No es España un país indiscutiblemente de izquierdas? ¿No está interiorizado el miedo a la derechona en el subconsciente colectivo?
No era necesario ganar. Tampoco era posible. Ni siquiera deseable. Tan sólo se necesitaba llegar a 130 diputados, cifra mágica que hubiera permitido sacar pecho: "¿Lo veis? Hemos transformado en honrosa derrota la previsible debacle. Hemos enderezado lo que el imbécil de Moncloa, empeñado siempre en no dejarse aconsejar, había torcido. Rajoy no durará más de dos años".
Y el asalto a la Secretaría General que Zapatero se niega a desalojar hubiera estado servido.
125 escaños hubieran permitido dar la batalla. Con 120, incluso, se podría haber tratado de forzar el mensaje, apalancándose en los medios amigos.
Pero las espuelas de las urnas han cantado de manera inapelable. El PSOE ha obtenido el peor resultado de su historia democrática y no hay manera, por mucho que se trate de forzar el mensaje, de presentar los 110 diputados como una cosecha aceptable.
Y esa derrota , que hubiera podido achacarse a Zapatero si hubiera sido honrosa, cae ahora sobre las espaldas del candidato y de sus mentores. Llamadme Alfredo. Después de escuchar a los votantes, ya no hay nada que hacer y sí mucho que explicar.
Y los bandidos inmóviles se percatan, de repente, de que hace mucho tiempo que han perdido las riendas. Y de que no tienen ya manera de descabalgar al jinete muerto de ese caballito negro en que el PSOE se ha convertido. Porque el felipismo, como sistema, está más muerto aún. Y desde hace más tiempo.
Y el Partido Socialista se enfrenta al futuro con un puñado de ayuntamientos. Y con dos autonomías con fecha de caducidad: cuando los costados de Sierra Morena comiencen a sangrar en las urnas de marzo, el último bastión de importancia estará también perdido. Ni siquiera el PSC ha podido salvar los muebles: la amiga de Rubianes ha visto morir sus posibilidades a manos de un Artur Mas dispuesto a volver corriendo del notario.
Así que, detrás del cuerno largo de la hoguera de las vanidades, tan sólo se vislumbra ya la figura de Bono, dispuesto a imponer el nombre del sucesor a un Zapatero que no está dispuesto a que le impongan nada.
¡Ay, caballito frío! ¡Qué perfume de flor de cuchillo!