Editorial del programa Sin Complejos del sábado 14/7/2012
Casandra era, en la mitología griega, la hija de Príamo y Hécuba, los reyes de Troya. Era una sacerdotisa de Apolo que, ante la insistencia de éste, accedió a acostarse con el dios a cambio de que Apolo le concediera el don de la profecía.
Apolo, encaprichado de ella, le otorgó la facultad de poder ver el futuro. Pero, una vez logrado lo que quería, Casandra se negó a mantener relaciones con él, por lo que el dios, encolerizado, decidió imponerle una condena: que nunca nadie creyera las profecías de Casandra.
De ese modo, el don de la joven troyana se convirtió a la vez en su maldición. Era capaz de anticipar lo que iba a ocurrir en el futuro, pero todos ignoraban sus advertencias, con lo que estaba condenada a prever las desgracias, pero sin poder impedirlas. Predijo por ejemplo, la toma y destrucción de Troya por los griegos, pero sus padres y sus conciudadanos hicieron caso omiso de sus advertencias.
Tras el saqueo de la ciudad, Casandra fue entregada como concubina a Agamenón. Cuando éste regresó con ella a Micenas, Casandra le advirtió de que su esposa Clitemnestra quería matarlo. Pero, de nuevo, las advertencias de Casandra fueron desoídas y Clitemnestra y su amante terminarían asesinando tanto a Agamenón, como a la incomprendida adivina.
Toda Grecia es hoy una Casandra. El país heleno constituye un ejemplo perfecto de lo que no debe hacerse a la hora de afrontar una crisis. A pesar de lo cual, desoyendo las advertencias que la experiencia nos hace, en España estamos repitiendo milimétricamente, con dos años de retraso, los errores griegos, aunque con los papeles curiosamente invertidos, en lo que a partidos políticos se refiere.
En octubre de 2009, el socialista Papandreu ganaba por mayoría absoluta las elecciones, poniendo fin a dos legislaturas de gobierno conservador, durante las cuales la crisis económica y financiera se había adueñado del país, haciendo crecer el descontento social. Casi inmediatamente después de llegar al gobierno, el primer ministro socialista griego revelaba que las cifras de déficit habían sido maquilladas por su predecesor: en lugar de un 6%, el déficit de 2009 iba a ser un 12,7%, más del doble. Un par de meses después, saltaba el escándalo de que los sucesivos gobiernos griegos habían estado falsificando sistemáticamente las cuentas anuales para hacer creer que el país cumplía con los criterios exigidos por la Unión Europea.
Aquello originó una gravísima crisis de deuda en el país, y en mayo de 2010 la Unión Europea acordó rescatar a Grecia con 45.000 millones de euros, a cambio de una serie de medidas de austeridad que permitieran equilibrar las cuentas.
Básicamente, las medidas eran de dos tipos: medidas destinadas a los ciudadanos - consistentes en subidas de impuestos y recortes sociales - y medidas destinadas al Estado - que exigían acabar con la burocracia, las redes clientelares, la corrupción y el despilfarro.
Lo que pasó fue lo previsible: que la clase política griega no tuvo ningún reparo en aplicar las medidas de ajuste que afectaban al ciudadano, pero ni se acabó con la burocracia, ni se eliminaron las redes clientelares, ni se puso coto a la corrupción y al despilfarro.
Con lo cual, no solo no se solventó la crisis de deuda, sino que los ajustes impuestos a los ciudadanos hicieron que la economía se hundiese todavía más, incrementándose más aún el paro, reduciéndose más aún los ingresos del estado y aumentando más aún los gastos de protección social. Desde que se implementó el primer plan de ajuste en Grecia, en febrero de 2010, hasta ahora, la tasa de desempleo en Grecia se ha duplicado, pasando del 11% al 22%.
Ni siquiera la reestructuración de la deuda ha permitido aliviar la presión sobre las finanzas griegas. Y la economía griega está en situación de coma profundo. La bolsa griega ha perdido, desde que empezó la crisis, el 90% de su valor. La clase media griega ha desaparecido, después de ver sus trabajos y sus ahorros esfumarse.
En el terreno político, como ya saben ustedes, ese colapso económico ha conducido a un rapidísimo hundimiento de los partidos tradicionales - que han perdido la mitad de sus electores en 30 meses - y al imparable ascenso de fuerzas de extrema izquierda y extrema derecha. Sólo por los pelos han conseguido los partidarios del acuerdo con Bruselas formar un gobierno. El proceso de descomposición ha sido muy veloz, de solo dos años y medio. Y nadie sabe prever a ciencia cierta qué es lo que va a pasar en Grecia en los próximos meses.
Y lo triste es, como decía, que en España estamos repitiendo el camino de Grecia, haciendo bueno el refrán de que "nadie escarmienta en cabeza ajena".
Rajoy, como Papandreu, ganó las elecciones por mayoría absoluta, después de dos legislaturas de Zapatero en que la crisis económica y financiera se había adueñado del país.
Rajoy, como Papandreu, descubrió que los datos de déficit habían sido escandalosamente maquillados por su predecesor en la Moncloa.
Rajoy, como Papandreu, ha visto cómo, en los primeros meses de su mandato, se destapaba una masiva falsificación de cuentas, en este caso relativa al sector bancario.
Rajoy, como Papandreu, se ha visto acosado, menos de seis meses después de acceder al cargo, por una gravísima crisis de deuda que le ha forzado a volver la cara a Europa en busca de ayuda.
Rajoy, como Papandreu, ha recibido de Europa la promesa de la ayuda a cambio de una serie de condiciones, unas que afectan a los ciudadanos y otras que exigen la reforma del Estado.
Y Rajoy, como Papandreu, ha decidido que los recortes que afectan a los ciudadanos se lleven a efecto de manera inmediata e inmisericorde, mientras que la burocracia, las redes clientelares, la corrupción y el despilfarro siguen sin tocarse.
Con lo cual Rajoy, como Papandreu, va a conseguir matar aún más la economía española, va a lograr que los partidos tradicionales se sumerjan en el descrédito más absoluto y va a terminar coadyuvando a que los extremismos populistas recojan el voto del desencanto.
Y lo malo es que no se me ocurre qué podemos hacer para evitarlo. Porque tengo la sensación de que nuestra clase política está decidida a ignorar a la Casandra griega, por muchos signos que haya y por muchas advertencias que se realicen.