Bajo la arena, un torrente
El desierto del Sáhara cubre de lado a lado toda la parte norte de África, desde Mauritania hasta Egipto. Tiene una longitud, de este a oeste, de casi cinco mil kilómetros y una superficie de unos 10 millones de kilómetros cuadrados, es decir, 20 veces la de España.
Si dejamos de lado las zonas de transición, al norte y al sur, el Sáhara es en su mayor parte una vasta extensión yerma, con inmensas zonas de dunas y depresiones salinas, muy hostil para la vida.
Pero no siempre fue así. Hace solo 6.000 años, el Sáhara era una zona verde y húmeda, que desde entonces se ha ido desertificando. Y dentro de unos 15.000 años volverá a ser verde y húmeda de nuevo. Se trata de un ciclo climático natural, asociado a la oscilación del eje de rotación de la Tierra. Dependiendo de la inclinación de ese eje, que varía con un período de 42.000 años, el clima cambia y el Sáhara recibe más o menos lluvias. Ahora estamos en fase seca.
Pero, en realidad, ni siquiera ahora es el Sáhara tan seco como nos imaginamos. Lo que pasa es que vemos las cosas de una manera superficial. Por debajo de esas inmensas extensiones de arena y piedra, el Sahara posee un inmenso acuífero subterráneo, que acumula parte del agua recibida durante el ciclo húmedo anterior. Se trata del denominado Acuífero de Arenisca de Nubia.
Ese acuífero, situado en la zona donde confluyen Egipto, Libia, Chad y Sudán, ocupa un 20% de la superficie del Sáhara y se calcula que posee unas reservas de 150.000 kilómetros cúbicos de agua. Para que se hagan ustedes una idea, con esa agua podría satisfacerse el consumo de todos los 7.000 millones de seres humanos que habitan la Tierra, durante unos dos siglos.
De ahí que los esfuerzos para explotar ese acuífero se vengan realizando desde hace ya varios decenios. En Libia, una larguísima red de tuberías, denominada el Gran Río Artificial, provee de agua dulce a las zonas del norte del país a partir de ese acuífero, mientras que en Egipto también ha comenzado hace 13 años la recuperación de zonas desérticas en torno a Abu Simbel. Los habitantes del Sáhara no tendrán, por tanto, que esperar miles de años, hasta el siguiente ciclo húmedo, para volver a contemplar una tierra verde.
En España, el próximo mes de mayo se celebrarán las elecciones europeas. Unas elecciones que nos darán la oportunidad de decidir cómo queremos que sea el futuro de nuestro país.
Si miramos hoy a nuestro alrededor, España es un inmenso yermo político, donde nada parece tener sentido. Los asuntos públicos están en manos de incompetentes, o peor aún, de auténticos ladrones. Los partidos políticos parecen estructurados de modo que solo pueden llegar a la cúspide los más mediocres o los más psicópatas. Nadie se preocupa de defender los derechos de los españoles, ni fuera, ni dentro de nuestras fronteras. Los problemas se eternizan, sin que nadie los afronte, ni haga nada por resolverlos. Toda la vida política es una inmensa farsa, en la que los mismos de siempre simulan enfrentarse, para luego, una vez cosechados los votos, volver a repartirse el pastel y vivir a nuestra costa. La Ley no rige, y los primeros en saltársela son los representantes públicos, sin que eso tenga jamás ningún tipo de consecuencia.
España no fue siempre así. Y no será así tampoco en el futuro. Los países atraviesan ciclos de prosperidad y de decadencia, y a nosotros nos ha tocado vivir en la era seca.
Pero, si se paran ustedes a pensar en ello, ese páramo político afecta solo a la superficie. Por debajo de ella, hay millones de españoles industriosos, honrados, sacrificados y responsables. Gente buena, preparada para tomar las riendas del país y sacarlo adelante, de la misma manera que llevan siglos sacando adelante sus empresas y sus familias. Tan solo hay que escarbar un poco para dejar que aflore esa riqueza humana.
Y del mismo modo que la técnica está permitiendo por fin extraer y aprovechar el agua del subsuelo en el Sáhara, los cambios que la sociedad está experimentando gracias a la tecnología están haciendo que aflore, aquí como en Venezuela, una sociedad civil que antes no encontraba cauce de expresión.
Ya no estamos en la época en que los autócratas o los oligarcas podían soñar con silenciar a la gente, por el procedimiento de controlar los medios de comunicación. Aún no ha culminado la revolución de las redes, pero cada vez es más la gente que a través de Internet se informa, y se manifiesta y se coordina. Quien quiere romper el bloqueo informativo, tiene ahora los medios.
No sé el tiempo que tardarán esos caudales subterráneos en inundar la arena política, pero en las próximas elecciones europeas veremos brotar - tal vez tímidamente, tal vez como un torrente - esas ansias de cambio. De la intensidad con la que broten dependerá el tiempo que tardemos en reverdecer este seco país. Ese tiempo será tan breve o tan largo como nosotros queramos que sea.
Así que ya saben: en sus manos está decidir qué futuro quieren para su país y empezar a poner los cimientos de esa nueva Nación en las próximas elecciones al Parlamento europeo.