Pasé mis dedos por sobre las tapas, polvorientas, de los libros, como hago siempre, como tocando un piano, y encontré lo que buscaba, sin buscarlo: Hola Perón, de Peicovich. Estaba por pagar y guardarlo en mi mochila, pero Horacio le echó una mirada sedienta que me disuadió: se lo llevó, con todo derecho, el autor de Perón, tal vez la historia.
Con ese botín en bolsa, seguimos hasta Corrientes y, los dos apurados, aún nos dimos unos minutos para husmear en la librería Santa Fe, también sobre Callao, entre Corrientes y Sarmiento. Aquí ocurrió algo. Estábamos descartando novedades y buscando incunables, cuando descubrí que un cliente preguntaba por Perón, tal vez la historia.
Esto resignificaba el hallazgo anterior: Vázquez-Rial había encontrado una edición imposible de uno de los libros que marcan su propio libro, y en la siguiente librería un cliente desavisado pedía el título del autor presente en ese mismo instante, en ese mismo sitio.
Me tomé el atrevimiento de presentarlos: había leído La izquierda reaccionaria y, entre otras novelas, Frontera Sur. Vázquez-Rial lo tomó con calma. Si me hubiera ocurrido a mí, aún estaría gritando. Pero Vázquez-Rial no volvió a mencionar el episodio: ni cuando salimos de la librería, ni hasta el día de hoy.
Dos conclusiones saco ahora de aquel paseo prodigioso: 1) que efectivamente Vázquez-Rial estaba rodeado por un halo "peronista" (no en el sentido apologético, sino, como quería el General, de "realidad": fue una realidad, desde que pensó el proyecto, que a Vázquez-Rial lo rodeaban sueños y casualidades peronistas; y si bien no siempre la única verdad es la realidad, tampoco es cierto que nunca lo sea); 2) la misma modestia con que Vázquez-Rial recibió el elogio de su admirador en la librería es la que ostenta en el prólogo de este libro cuando quiere convencernos de que es apenas un agregado más a una larga lista de historias previas.
Perón, tal vez la historia es una de las más completas biografías, apasionada en la inteligencia y desapasionada en la ponderación política, que se hayan escrito sobre este inefable sujeto. El valor agregado de Vázquez-Rial, además de un rigor puntilloso propio de un microscopio histórico, es la reconstrucción de la historia política argentina, el señalamiento preciso de los yerros de una clase dirigente y el diagnóstico desnudo de los mitos de la izquierda en relación al peronismo y al proletariado.
Cuando Horacio Vázquez-Rial señala que lo que la izquierda siempre había definido como "el lumpenaje" no es otra cosa que el proletariado que vitorea a Perón, el lector siente en su corazón el impacto de esas verdades que preferimos no decirnos ni a nosotros mismos. Y volviendo a la más recordada tautología peronista: si bien el epigrama "La única verdad es la realidad" puede resultar excesivamente reduccionista, mucho peor es la posición izquierdista que llega hasta nuestros días: "Como la realidad nos resulta hostil, ya que nadie nos quiere, descartémosla por completo: la única verdad son nuestras elucubraciones".
Vázquez-Rial da vuelta a la frase de Gramsci: acomete con cierto optimismo el enigma de Perón confiando en su inteligencia, y se permite la ecuanimidad en la mirada política apostando al análisis calmo: ni sumiso ante el General ni antiperonista armado.
En algún momento entre los años 60 y el 73, con Julio Cortázar aún fingiendo un exilio en París, el autor de El libro de Manuel, uno de nuestros mejores cuentistas y uno de nuestros más torpes "escritores comprometidos", acuñó una frase que lo exoneraba de su propio sentimiento de culpa: "Desde el exilio, se puede ver mejor el país". Cortázar, curiosamente, se refería a la Argentina; y no a París, ciudad que realmente conocía al dedillo, y en la que nunca hasta entonces había estado exiliado.
La frase se convirtió en una contraseña para todos aquellos devotos de Cortázar que, leyendo las continuas invocaciones del autor a favor de la lucha armada y de la rebelión latinoamericana, no podían comprender por qué no asumía un acto mucho más sencillo: poner los pies en esa Latinoamérica que tanto lo convocaba.
"Desde afuera, se puede ver mejor Latinoamérica". Por supuesto, como muchas de las frases de los comunistas panza llena y arengadores de muertes ajenas, la de Cortázar no era más que una de las tantas paparruchadas de los intelectuales que no podían reconocer que en una democracia capitalista se vivía infinitamente mejor que en cualquiera de los experimentos bizarros latinoamericanos, ya fuera la dictadura castrista, la stroesnerista o el peronismo lopez-reguista e isabelista del 73.
Pero, quién iba a decirlo, finalmente, en el caso de Vázquez-Rial, el artilugio viene a cobrar verdad (como decía Singer: todo es verdad, sólo hay que esperar un poco a que suceda): efectivamente, en la mirada omnívora, en su precisión y sensatez, descubrimos la calma de un jugador que, luego de haber transpirado la camiseta en la cancha precisa, se hace a un lado y se calza el atado de cigarrillos de los directores técnicos. Ha jugado el partido, probablemente ha perdido, y ahora quiere dirigir a su equipo –los datos, las tendencias, la raíz de la verdad– con la sabiduría que le han dejado la experiencia y la derrota.
Vázquez-Rial vuelve sobre Perón y el peronismo sin rencores ni invenciones: si sus conclusiones brillan y despiertan es por la sensación de que algo siempre estuvo allí y no lo veíamos, y no por un dato sensacionalista que viene a cambiarlo todo. El señalamiento, por ejemplo, de que Perón dejó como sucesores a Isabel y López Rega –una catástrofe sobre la que volveré– con el mismo espíritu con que Hitler deseaba que el pueblo alemán fuera castigado por no haber sabido ser "superior", no resulta en este libro una diatriba enardecida, sino una deducción de documentos incontrovertibles.
La aparición de la hija de Perón no viene a abrir una novela rosa, certifica la imparcialidad sentimental del General respecto a todo: no amó a sus mujeres, ni a sus seguidores, ni a su propia e única hija.
Tal vez sea porque estamos acostumbrados a reconocer a Perón su habilidad para llevar a los argentinos de la oreja para donde quisiera, pero lo que a mí más me impactó al cerrar el libro no fue la capacidad de este sujeto para la conducción política, sino su infinita resistencia al amor humano. Es difícil encontrar en la historia argentina un hombre político de semejante frialdad en todo lo que hacía a los sentimientos. Era una verdadera máquina de acumular poder, y nada más. Queda para mí, luego de leer el libro, y sin implicar al autor en mis conclusiones, que otra cosa que Perón quiso y logró, como muchos de sus seguidores, fue trabajar lo menos posible. Pasar la vida sin trabajar. Un pequeño impacto en un momento histórico, luego vivir de la ayuda nacional e internacional durante 18 años, y finalmente morir como un rey.
A diferencia de James Dean, vivió mucho, murió anciano y dejó un legado desastroso: el país en manos de Isabel y López Rega fue, junto con la dictadura del 76-83, lo peor que le ha pasado a Argentina hasta nuestros días.
Espero volver a encontrarme a Vázquez-Rial por la avenida Callao. Sospecho que para entonces ya estará aliviado de la resaca de este libro que le ha consumido, literalmente, tantas horas de sueño, y años de vida que no se cuentan en cantidad sino en intensidad. Yo sé lo que es eso. Por eso le agradezco el doble a Horacio Vázquez-Rial haber escrito este libro poderoso y avasallador, que enseña de historia pero, mucho más importante, enseña a mirar.
Alguna vez Carmen Balcells me aconsejó: "El punto de vista: ésa es la herramienta más importante de un escritor". Con el paso del tiempo, he llegado a creer que es la herramienta más importante de cualquier ser humano. Encontrar un libro que amplíe nuestro punto de vista es una bendición, tan milagrosa como encontrar el libro imposible o ser interceptados por un ángel que se ha leído todos nuestros libros y le han gustado.
Horacio Vázquez-Rial: Perón, tal vez la historia. Alianza (Madrid) / El Ateneo (Buenos Aires), 2005.