Y ello sucede, concretamente, en Los miserables, que discurre entre los despojos de la existencia y que es el centro del libro que nos ocupa. Pero hay más. A la orgullosa ilusión de ser un rival de Dios que le asaltara a Hugo lo largo de su intensa vida, deberíamos agregar, creo, la cualidad de, poco menos, casi haber llegado a tocar la grandeza de sus sueños.
Es natural, entonces, me parece, que el novelista totalizador más ambicioso de nuestro días, alguien que ha trascendido las letras iberoamericanas para enclavarse como un contemporáneo esencial, se sintiera deslumbrado por Víctor Hugo y, en especial, por Los miserables. Hablo de Mario Vargas Llosa, quien ha publicado un intenso ensayo sobre el oceánico autor francés titulado La tentación de lo imposible.
El libro da cuenta de una sabiduría deslumbrante, y es aquí donde tengo la impresión de que Mario Vargas Llosa, en alguna medida, juega a enfrentarse a sí mismo, en un juego de espejos donde se mira a sí mismo y acaba viendo a Víctor Hugo.
Todo novelista debe empezar a crear para sí mismo un universo en el que verdaderamente pueda creer ("La ambición del libro es la de él", afirma Vargas Llosa, hablando de Víctor Hugo). Y, en el caso de ambos escritores, más allá del tiempo, ese mundo ha procurado abarcarlo todo, abriéndose como abanico, gracias a una concepción artística armoniosa donde el genio y la inspiración se dan la mano. A la vez, ese mundo personal, misterioso y único, traslada con vigor inusitado, en toda su vastedad, los pensamientos, imágenes, dolores, alegrías y sentimientos a los lectores. Yo creo que este afán totalizador, y su riqueza creativa, los hermana.
El héroe de Los miserables se llama Jean Valjean... pero en esencia no es él, ni tampoco Fatine, ni Gavroche, ni Marius ni Cosette, el personaje principal del libro. No. Quien sí lo es, afirma Vargas Llosa, es aquel que "los cuenta y los inventa, ese narrador lenguaraz que está continuamente asomando entre sus criaturas y el lector". Es decir, Víctor Hugo. Él es el hacedor de "esta grandiosa mentira, fraguada de pies a cabeza por su fantasía y dotada de vida y verdad no por sus semejanzas con una realidad preexistente, sino por la fuerza de la inspiración de quien la escribe y el poder de sus palabras, por las trampas y sortilegios de su arte".
Tras estas apreciaciones, el creador de Conversación en la Catedral se interna en la obra de Hugo, analizando todos los resortes que hacen de ella un libro que, debido a su torrencial fuerza, emula el vértigo de la vida y la convierte en "una de las más memorables historias que haya producido la literatura". Así, Vargas Llosa observa seguidamente el tono del narrador (el "nosotros", un plural mayúsculo, el de los reyes), los secretos más recónditos de cada alma, los dolores y las miserias más íntimas de los personajes y el remolino del tiempo que trae y lleva, amartirizándolos. Y, en última instancia, llega a la trascendencia, Dios, la preocupación mayor y esencial de las criaturas de este mundo de los mundos reales e imaginarios.
El libro de Vargas Llosa no pasa por alto los severos juicios de Lamartine a propósito de Los miserables. En este sentido destaca Vargas Llosa la importancia que una obra literaria tiene en una sociedad abierta, donde no se teme a los escritores, y en aquellos países donde sí se les teme, y que son, precisamente, los que carecen de libertad. Hay una sentencia de Lamartine –el epígrafe del libro, dicho sea de paso–, rotunda, que siempre es oportuno recordar: "La más homicida y la más terrible de las pasiones que se pueden infundir a las masas, es la pasión de lo imposible".
El caudaloso análisis de Vargas Llosa sobre las tentaciones de lo imposible que se propusiera concretar Victor Hugo es una obra imprescindible, nacida del temperamento crítico privilegiado de este escritor que posee un fastuoso caudal creativo.