Haciéndose eco de la bibliografía que lo precede –títulos como Why Hitler Came to Power, de Theodore Abel, y el monumental El Tercer Reich y los judíos (1939-1945), de Friedlander–, el profesor de Historia de la Universidad de Illinois intenta responder a algunas de las preguntas que se han formulado los investigadores –sociólogos, historiadores, psicólogos sociales, antropólogos– que han estudiado el Tercer Reich y el Holocausto: ¿cuál era la realidad social en Alemania?, ¿qué estaba sucediendo en las casas, en los barrios, en el campo y en la ciudad? En definitiva, ¿cuánto de nazis tenían los alemanes en realidad?
Peter Frietzsche considera la influencia del "tráfico ideológico" entre nazis y alemanes en tanto evolución de inclinaciones y políticas culturales originadas en el siglo XIX, los factores sociales y económicos, la movilización voluntaria (es importante señalar el carácter volitivo) de algunos grupos profesionales del ámbito biomédico y la eficacia de la propaganda y las proclamas de renovación social, política y racial que ofrecía el nacionalsocialismo al pueblo alemán. Pero a él le interesa estudiar los testimonios de primera mano: qué decían los alemanes, qué opinaban, cómo ajustaban palabras y acciones a las exigencias del nuevo régimen.
Si bien no son documentos representativos, los diarios personales, las cartas y en general el material autobiográfico de los que se surte sirven al historiador para dar cuenta de las conversaciones que los alemanes tenían entre sí, de sus miedos y sus deseos, así como para endentar el esfuerzo que hicieron para aceptar el nacionalsocialismo y analizar hasta qué punto sabían o no sobre la campaña genocida contra los judíos.
Vida y muerte en el Tercer Reich se inscribe así en el ámbito de investigación histórica y social que se inició cuando se hicieron públicos testimonios directos como los diarios de Victor Klemperer, por citar uno de los más significativos. En la primera parte, "Revivir la nación", Peter Frietzsche analiza los esfuerzos del nacionalsocialismo por aglutinar a los alemanes alrededor de la idea de Volksgmeinschaft, o Comunidad Nacional, una idea que anulaba barreras y conflictos sociales. El ideal se transmitió a través del activismo de miles de personas, que actuaban incansablemente en vecindarios, escuelas y agrupaciones de todo tipo, pero sobre todo mediante la propaganda divulgada a través de la radio y el cine. Una propaganda que no buscaba hacer pasar la ficción como realidad, sino "lograr que los alemanes percibieran la realidad como historia lista para ser filmada o fotografiada", y que se dirigía a un público deseoso de "aplaudir la nacionalización de la historia alemana y su conversión en gesta heroica". Una propaganda que acabó por impregnar la mentalidad de una sociedad que empezó a ver al nazismo como una operación de regeneración y rejuvenecimiento de la vida pública. Por miedo, por oportunismo o por ambición personal, pero muchos alemanes acabaron convirtiéndose al nacionalsocialismo.
La pertenencia a la Comunidad Nacional pasaba por probar la autenticidad racial germánica, tal como explica el profesor Fritzsche en "Acicalado racial", por lo que la genealogía se convirtió en una afición que acabaría pasando factura. Los Ahnenpässe o árboles genealógicos sirvieron para rastrear el pasado racial de los alemanes hasta 1800 –como se exigía a los soldados de la SS–, pero también para documentar la procedencia racial de aquellos judíos que, aunque convertidos al catolicismo o al protestantismo, serían vistos sí o sí como judíos biológicos por los nazis. La biología se convirtió en destino porque los nazis hacían reposar en ella el destino del pueblo alemán. El racismo, que era considerado una doctrina con fundamento científico, acabó por convertirse en sinónimo de propaganda mediante la exhibición de retratos de atletas jóvenes y resplandecientes, que ejemplificaban la necesidad de reemplazar lo viejo por lo nuevo, y permeó hasta los tuétanos el sistema jurídico alemán, al hacer que la genética fuera concebida como origen del crimen.
Aunque Peter Frietzsche no presente una cronología de los hechos, es posible datar algunas situaciones clave. En los meses de marzo y abril de 1933, poco después del ascenso de los nazis al poder, el boicoteo de los comercios judíos hizo patente que las amenazas que recibían contaban con la aprobación del gobierno. Dos años después, en setiembre de 1935, al privarles de la ciudadanía alemana y prohibir los matrimonios mixtos, las Leyes de Núremberg convirtieron a los judíos en ciudadanos de segunda. El 10 de noviembre de 1938, la Noche de los Cristales Rotos no hizo más que certificar el plan gubernamental antijudío. Entre 1940 y 1941 los nazis fueron más allá de Alemania y Polonia con el objetivo de extender el imperio alemán en Europa. Y fue en la Operación Barbarroja, en el verano de 1941, que la retórica de destruir al enemigo judío se convirtió en una realidad multiplicada, cuando el número de judíos asesinados cada día "pasó de estar en los cientos a estar en los miles". 1942 marca un hito terrible: más de la mitad de los judíos asesinados durante la Shoah lo fueron a lo largo de este año.
Durante la Segunda Guerra Mundial se multiplica el número de documentos biográficos de los alemanes, puesto que las cartas de los soldados en el frente, que narran las experiencias de los ejércitos victoriosos en su avance por países extranjeros, eran testimonios de vida muy valiosos para los familiares. Contrasta la dificultad de los judíos para dar testimonio –"Al horror del genocidio se suma la destrucción del testimonio sobre él"–, pues la aniquilación de las comunidades llegó acompañada de la destrucción de toda la documentación personal.
La construcción del imperio alemán fue acompañada de la creación de un vocabulario que sirvió para reorganizar el nuevo universo social y político. Porque, por más que la mayoría de los alemanes se identificara con el nazismo, matar no era tarea fácil: "Algunas veces sencillamente hay que llorar. Esto no es fácil si se es una persona a la que le encantan los niños, como me sucede a mí", se quejaba Fritz Jacob, un inspector de policía, a su superior de las SS en Hamburgo. Lo que queda claro, a pesar de algunas voces que se levantaron contra el exterminio, es que los alemanes no fueron meros espectadores. La Cruz Roja, por ejemplo, proporcionaba comida y bebida caliente a los guardias de la SS que acompañaban a los transportes de prisioneros, las multitudes se apiñaban alrededor de las pertenencias de los judíos y, una vez declarada la guerra, los acusaban de colaboración con los aliados, tal como señala Fritzsche en el capítulo "Conocimiento profundo". Y aunque es probable que la mayoría de ellos estuviera en desacuerdo con la deportación de sus vecinos judíos, la oposición terminaba siendo acallada por la interiorización de la propaganda,
por el surgimiento de la imagen abstracta del judío como una fuerza monolítica y peligrosa precisamente en el preciso momento en que los reveses militares y los bombardeos aéreos empezaban a ocupar sus pensamientos.
Hacia el final de la guerra, en las cartas de los soldados alemanes los judíos aparecen sólo como una especie de excusa intangible para explicar los bombardeos de los Aliados. Y después de 1945 se fue imponiendo un discurso según el cual los alemanes se concebían como "víctimas de una guerra brutal impuesta por una minoría política fanática que había engañado y traicionado a la mayoría patriótica".
Vida y muerte en el Tercer Reich no es una relación de casos ni una contextualización de anécdotas extraídas de diarios personales y cartas, sino una forma de entender el tipo de relaciones que se establecieron entre el régimen nazi y la sociedad alemana. Y lo que estremecerá al lector es que la documentación no describe por lo general una atmósfera cargada de miedo, sino que los alemanes eran "individuos conscientes, con capacidad de deliberación, tanto bajo el Tercer Reich como durante la República de Weimar". O lo que es lo mismo, sabían lo que hacían sus gobernantes.
PETER FRITZSCHE: VIDA Y MUERTE EN EL TERCER REICH. Crítica (Barcelona), 2011, 360 páginas.