Marcello Pera es un pensador metido fugaz y superficialmente a político. Quienquiera que le conoce sabe, además, que hablamos de una bellísima persona: culta, afable y abierta al diálogo, características que uno no siempre encuentra en el mundo de la intelectualidad. Conocido por Sin raíces, un mano a mano con el entonces cardenal Ratzinger, hoy papa Benedicto XVI, ahora podemos leer en español su última obra: Por qué debemos considerarnos cristianos.
Para quien no lo sepa, Pera no es un creyente ultracatólico ni un beato. De hecho, se define como agnóstico. Así y todo, defiende el valor, el peso y la relevancia de la religión, del cristianismo y de la Iglesia, en el mundo moderno y en la política.
El libro que ahora comentamos está construido sobre tres ensayos que, aunque concatenados, podrían muy bien ser independientes. El primero aborda una crítica al liberalismo que considera que un buen liberal, sea cual sea la definición que maneje, debe sostener una causa laica o incluso laicista. Pera disecciona sin piedad todas las fallas y contradicciones de una teoría política que se basa en la bifurcación entre política y religión para concluir que el buen liberal, el de verdad, debe sentirse cristiano, aunque no necesariamente creyente: son planos distintos. El cristianismo, además de una fe que tiende a vivirse en la intimidad, es una fuerza histórica y social, es la raíz del mismo liberalismo. Renunciar a las raíces es lo mismo que abandonar las esencias de uno.
Para entender este injusto resumen hay que leer las páginas de Pera, donde, argumento por argumento, se desmonta o se deja en entredicho los mitos del liberalismo laicista, que tan bien se asimila al socialismo postmoderno de Zapatero.
El segundo ensayo está dedicado a Europa, a la crisis de Europa, para ser más concretos. Pera cree que el Viejo Continente tiene dos problemas muy graves: 1) le falta un alma, esto es, carece de identidad común, por encima de la de sus partes; 2) tal vez jamás pueda llegar a tenerla, porque lo que se pretende construir es, precisamente, una Europa desalmada, carente de raíces y principios. Tal vez lo mejor de esta parte del libro sea la distinción entre las dificultades de hecho (divergencias de voluntad política o de fiscalidad, valga el caso) y las dificultades de principio (las relacionadas con la historia) de la construcción europea.
Pera, en una lúcida crítica de la llamada "Constitución" comunitaria, deja claro que el problema de Europa es su apostasía del cristianismo. Relega la ética y la moral y sólo tiene ojos para el economicismo y la ingeniería social. Sólo avanza hacia la confusión, el caos... y la extinción. "Al rechazar el alma europea –escribe nuestro autor–, los políticos han rechazado la historia europea".
En un acto de notable generosidad intelectual y política, Pera acepta que los padres de Europa pueden haber obrado así movidos por la tolerancia y la amplitud de miras, pero el resultado no ha podido ser más catastrófico. El Viejo Continente está cada día más alejado, en el plano espiritual, de América; en muchos de sus países, donde más gente hay los viernes es en las mezquitas; sucumbe al multiculturalismo; su única ambición parece residir en tener cada día más espectáculos, bares y teatros, sin consideración alguna por el día de mañana. El relativismo acaba por fagocitarse, porta el germen de su destrucción.
El tercer ensayo se centra, precisamente, en los males que el relativismo engendra. No creo que sea necesario ahondar aquí en muchas de las cuestiones que Libertad Digital viene tratando con creciente estupor: el auge del fundamentalismo y la retirada del cristianismo en nuestro suelo; el ataque a la Iglesia y las concesiones a las culturas foráneas; el culto al hedonismo y a la muerte en perjuicio de la cultura de la vida; la injerencia del Estado en cuanto más terrenos privados, mejor...
Como dice Pera, el Estado liberal, ese supuesto dechado de virtudes, acaba por expropiarnos la moral. En España lo estamos viendo: cada vez más se adentra en lo más íntimo de nuestras vidas y nos ordena qué debemos hacer, pensar y creer.
Este libro nos viene a recordar no sólo los graves retos a que se enfrentan los cristianos europeos, también los que tiene que enfrentar la propia Europa: le va la vida en ello. Y es, también, un excelente alegato para que todas aquellas personas de bien que se creen y se dicen no creyentes entiendan por qué hay que sentirse cristianos, por qué no podemos hurtarnos a la religión en pleno siglo XXI. Sentirnos cristianos, advierte Marcello Pera, es hoy nuestra única esperanza.
MARCELLO PERA: POR QUÉ DEBEMOS CONSIDERARNOS CRISTIANOS. UN ALEGATO LIBERAL. Encuentro (Madrid), 2010.
Para quien no lo sepa, Pera no es un creyente ultracatólico ni un beato. De hecho, se define como agnóstico. Así y todo, defiende el valor, el peso y la relevancia de la religión, del cristianismo y de la Iglesia, en el mundo moderno y en la política.
El libro que ahora comentamos está construido sobre tres ensayos que, aunque concatenados, podrían muy bien ser independientes. El primero aborda una crítica al liberalismo que considera que un buen liberal, sea cual sea la definición que maneje, debe sostener una causa laica o incluso laicista. Pera disecciona sin piedad todas las fallas y contradicciones de una teoría política que se basa en la bifurcación entre política y religión para concluir que el buen liberal, el de verdad, debe sentirse cristiano, aunque no necesariamente creyente: son planos distintos. El cristianismo, además de una fe que tiende a vivirse en la intimidad, es una fuerza histórica y social, es la raíz del mismo liberalismo. Renunciar a las raíces es lo mismo que abandonar las esencias de uno.
Para entender este injusto resumen hay que leer las páginas de Pera, donde, argumento por argumento, se desmonta o se deja en entredicho los mitos del liberalismo laicista, que tan bien se asimila al socialismo postmoderno de Zapatero.
El segundo ensayo está dedicado a Europa, a la crisis de Europa, para ser más concretos. Pera cree que el Viejo Continente tiene dos problemas muy graves: 1) le falta un alma, esto es, carece de identidad común, por encima de la de sus partes; 2) tal vez jamás pueda llegar a tenerla, porque lo que se pretende construir es, precisamente, una Europa desalmada, carente de raíces y principios. Tal vez lo mejor de esta parte del libro sea la distinción entre las dificultades de hecho (divergencias de voluntad política o de fiscalidad, valga el caso) y las dificultades de principio (las relacionadas con la historia) de la construcción europea.
Pera, en una lúcida crítica de la llamada "Constitución" comunitaria, deja claro que el problema de Europa es su apostasía del cristianismo. Relega la ética y la moral y sólo tiene ojos para el economicismo y la ingeniería social. Sólo avanza hacia la confusión, el caos... y la extinción. "Al rechazar el alma europea –escribe nuestro autor–, los políticos han rechazado la historia europea".
En un acto de notable generosidad intelectual y política, Pera acepta que los padres de Europa pueden haber obrado así movidos por la tolerancia y la amplitud de miras, pero el resultado no ha podido ser más catastrófico. El Viejo Continente está cada día más alejado, en el plano espiritual, de América; en muchos de sus países, donde más gente hay los viernes es en las mezquitas; sucumbe al multiculturalismo; su única ambición parece residir en tener cada día más espectáculos, bares y teatros, sin consideración alguna por el día de mañana. El relativismo acaba por fagocitarse, porta el germen de su destrucción.
El tercer ensayo se centra, precisamente, en los males que el relativismo engendra. No creo que sea necesario ahondar aquí en muchas de las cuestiones que Libertad Digital viene tratando con creciente estupor: el auge del fundamentalismo y la retirada del cristianismo en nuestro suelo; el ataque a la Iglesia y las concesiones a las culturas foráneas; el culto al hedonismo y a la muerte en perjuicio de la cultura de la vida; la injerencia del Estado en cuanto más terrenos privados, mejor...
Como dice Pera, el Estado liberal, ese supuesto dechado de virtudes, acaba por expropiarnos la moral. En España lo estamos viendo: cada vez más se adentra en lo más íntimo de nuestras vidas y nos ordena qué debemos hacer, pensar y creer.
Este libro nos viene a recordar no sólo los graves retos a que se enfrentan los cristianos europeos, también los que tiene que enfrentar la propia Europa: le va la vida en ello. Y es, también, un excelente alegato para que todas aquellas personas de bien que se creen y se dicen no creyentes entiendan por qué hay que sentirse cristianos, por qué no podemos hurtarnos a la religión en pleno siglo XXI. Sentirnos cristianos, advierte Marcello Pera, es hoy nuestra única esperanza.
MARCELLO PERA: POR QUÉ DEBEMOS CONSIDERARNOS CRISTIANOS. UN ALEGATO LIBERAL. Encuentro (Madrid), 2010.