El que durante muchos años fuera estrecho colaborador de Juan Pablo II, ya como papa Benedicto XVI, en la homilía de la beatificación de su antecesor dijo:
Karol Wojtyła subió al Solio de Pedro llevando consigo la profunda reflexión sobre la confrontación entre el marxismo y el cristianismo, centrada en el hombre. Su mensaje fue éste: el hombre es el camino de la Iglesia, y Cristo es el camino del hombre. Con este mensaje, que es la gran herencia del Concilio Vaticano II y de su timonel, el Siervo de Dios el Papa Pablo VI, Juan Pablo II condujo al Pueblo de Dios a atravesar el umbral del Tercer Milenio, que gracias precisamente a Cristo él pudo llamar "umbral de la esperanza". Sí, él, a través del largo camino de preparación para el Gran Jubileo, dio al cristianismo una renovada orientación hacia el futuro, el futuro de Dios, trascendente respecto a la historia, pero que incide también en la historia. Aquella carga de esperanza que en cierta manera se le dio al marxismo y a la ideología del progreso, él la reivindicó legítimamente para el cristianismo, restituyéndole la fisonomía auténtica de la esperanza, de vivir en la historia con un espíritu de adviento, con una existencia personal y comunitaria orientada a Cristo, plenitud del hombre y cumplimiento de su anhelo de justicia y de paz.
George Weigel, que, además de ser miembro del Washington’s Ethics and Public Policy Center, es uno de los más destacados analistas especializados en el Vaticano, escribió en vida del pontífice polaco Biografía de Juan Pablo II. Testigo de esperanza. En ella se centraba en los primeros veintidós años de su papado. Ahora, abarcando todo él, ha publicado Juan Pablo II. El final y el principio, que, como el mismo autor confiesa, es respecto al primer libro "tanto un complemento como una secuela" (p. 11).
Esta interesante biografía –o hagiografía, pues es la historia de la vida de un beato– está dividida en tres partes. Las dos primeras reflejan los dos polos de la gran elipse vital –como la que trazó Bernini ante la basílica de S. Pedro del Vaticano– a los que hizo referencia Benedicto XVI.
El pontificado de Juan Pablo II se divide grosso modo en dos partes. Desde octubre de 1978 hasta agosto de 1991, el centro de atención del pontificado fue el desafío de Juan Pablo II al comunismo (...). A partir de la encíclica Centesimus annus, aparecida en mayo de 1991, en la que Juan Pablo II reflexionaba sobre los acontecimientos épicos del pasado reciente y reconocía el terreno social, político, económico y cultural de un futuro sin comunismo, el pontificado pivota, por eso desde 1992 hasta el final de la historia en 2005, el foco se entra en el Gran Jubileo de 2000 (pp. 196s).
Y concluye con una tercera en la que se mira globalmente tan extenso período de tiempo para un pontificado. Para muchos lectores, seguramente pueda ser ésta la parte más interesante, pues en ella, además de examinar los aspectos centrales de aquellos ejemplares años (el impulso evangélico, la lectura y realización del Vaticano II, la importancia de la cultura, la preocupación social, la dignidad del hombre, la defensa de la vida...), el biógrafo dedica unas páginas –acaso resulten escasas– a las virtudes del beato. Y es que un gran hombre, no simplemente un hombre importante, siempre es un hombre virtuoso y, si además es un santo, en él brillarán especialmente las virtudes teologales: la fe, la esperanza y el amor.
Sin embargo, esto no falta en el resto del libro, aunque sean los hechos los que hablen, sin perjuicio de algún comentario de Weigel tachonando discretamente el relato y entreabriendo ligeramente el portillo de la intimidad de Juan Pablo II. Porque la virtud deja su impronta en los actos y en las palabras. Esas dos primeras partes trazan una hagiografía –o biografía, pues está escrita para todo tipo de lectores, sean católicos o no– muy diferente a lo que muchos de los potenciales lectores puedan estar acostumbrados o esperar. En la primera, más centrada en los hechos políticos, aunque no falten apuntes de la actividad eclesial, no obstante puede que no suficientemente, se pone de manifiesto cómo el éthos cristiano tiene claramente repercusión en la historia y cómo es un absurdo, además de un imposible, intentar relegarlo fuera del ágora pública sin merma de la presencia del ciudadano que es cristiano en la vida social y política.
En la segunda, el autor pone, por la fuerza de los hechos, en primer plano el quehacer más estrictamente eclesial del Papa, si bien tampoco faltan las cuestiones de política internacional –recomiendo la lectura de las páginas dedicadas a la guerra de Iraq, pues en ellas se puede apreciar la talla de Weigel en el modo de tratar un tema en el que ha mantenido una postura firme y un tanto chocante con la del Vaticano–. Si en lo político Juan Pablo II ponía de manifiesto que la preocupación y el compromiso con el presente no son algo adjetivo al cristiano, en esta segunda parte se evidencia más que es el futuro y, más que éste, la esperanza en la vida eterna lo que dinamiza la vida eclesial. La fe en Dios deja su huella con el amor en el presente abierto al futuro por la esperanza.
El gran papa del s. XX aparece en las páginas de Weigel como alguien radicalmente comprometido en su hoy con el Evangelio... y con el hombre, valga la redundancia. Y la raíz de todo esto está en sus dos grandes pasiones: Jesucristo y María. Con palabras de Benedicto XVI:
Karol Wojtyła, primero como obispo auxiliar y después como arzobispo de Cracovia, participó en el Concilio Vaticano II y sabía que dedicar a María el último capítulo del Documento sobre la Iglesia significaba poner a la Madre del Redentor como imagen y modelo de santidad para todos los cristianos y para la Iglesia entera. Esta visión teológica es la que el beato Juan Pablo II descubrió de joven y después conservó y profundizó durante toda su vida. Una visión que se resume en el icono bíblico de Cristo en la cruz, y a sus pies María, su madre. Un icono que se encuentra en el evangelio de Juan (19, 25-27) y que quedó sintetizado en el escudo episcopal y posteriormente papal de Karol Wojtyła.
GEORGE WEIGEL: JUAN PABLO II. EL FINAL Y EL PRINCIPIO. Planeta (Barcelona), 2011, 624 páginas. Traducción de Emilio G. Muñiz, Emma Fondevila y Olaya Muñiz Fondevila.