A menudo, estos dos tipos de lectores, tanto el que lee para adoctrinarse como el que se aburre o cansa leyendo, coexisten en una misma persona: el activista político o propagandista ideológico. Pappé, que es un tipo listo, sabe que está escribiendo para lectores convencidos de antemano de la utilidad de su tesis; es decir, a ojo, para la totalidad de los antisemitas reciclados en antisionistas, el 95% de los palestinos & Co. y las dos terceras partes del público occidental.
Lo que lleva años haciendo este autor en (y aunque no sólo con) sus libros tiene menos que ver con el arduo ejercicio de las disciplinas históricas que con esa solitaria y triste gimnasia practicada ante el espejo que es la predicación al converso. Con Britain and the Arab-Israeli Conflict, 1948-51 (Macmillan, 1988; el primero y menos sectario de sus libros, probablemente por tratarse de una versión de su tesis doctoral), The Making of the Arab-Israeli Conflict, 1947-1951 (I. B. Tauris, 1992) y A History of Modern Palestine: One Land, Two Peoples (Cambridge University Press, 2004. Historia de la Palestina moderna: un territorio, dos pueblos, Akal, 2007), Pappé ha conseguido, golpe a golpe y libro a libro, dibujar en la reflectante superficie de su espejo una silueta del Estado de Israel y sus orígenes que es tan esquemática y políticamente correcta como la que durante cuatro décadas forjó la rancia historiografía del Estado hebreo a la que él y otros de sus colegas neohistoriadores declararon la guerra a fines de los 80. Un Estado de Israel, dicho sea de paso, que paga a Pappé para que todas las mañanas pueda hacer sus ejercicios en el gimnasio de la Universidad de Haifa.
No me veo capaz de buscar y descubrir un solo ejemplo de historiador palestino o egipcio o saudí o iraní y un largo etcétera árabe o musulmán que se dedique a hacer con la historia oficial y canónica de su pueblo o nación parecidas flexiones y, además, reciba un estipendio por practicar este tipo de rutinas gimnásticas.
El de Pappé es un caso, bastante frecuente entre predicadores, de mimetismo con el objeto de su odio. Como otros neohistoriadores israelíes, ha denunciado las interpretaciones oficiales y canónicas de la historia de su país, pero, a diferencia de algunos de ellos, ha acabado produciendo un relato igual de canónico y monolítico que el que pretende denunciar, aunque cargado de lecciones contrarias.
Nada que objetar, salvo este matiz: que la historia es un arma cargada de pasado, y que cuando se la pretende cargar de futuro el tiro suele salir por la culata. Ajeno a esta elemental enseñanza, Pappé ha hecho una cruzada de su particular gimnasia; valga decir, ha utilizado la historia como herramienta o arma militante para ponerla al servicio de una causa ideológica y venderla como "memoria histórica". Exactamente lo mismo que hicieron (y, ojo, dejaron ya de hacer hace dos décadas) los más ardientes defensores de la versión heroica de la creación del Estado de Israel.
Ilan Pappé se presentó a las elecciones de 1996 en las listas de Hadash, una coalición de partidos israelíes de izquierdas que incluye al comunista y cuyos afiliados y votantes son mayoritariamente ciudadanos árabes de Israel. Lo de menos es que se declare políticamente afecto a esto o aquello, y no seré yo, a diferencia de tantos de sus detractores, quien se lo reproche. Entre otras cosas, porque el único laicismo que entiendo y apoyo no es el empeñado en seguir quemando conventos, sino el que lleva más de dos siglos repitiendo, desde las páginas de la Enciclopedia, que lo que haga el ciudadano con sus preferencias y prejuicios religiosos y políticos (o sexuales y raciales) es asunto muy suyo y de nulo interés para su vecino. Salvo –pero esta salvedad es lo importante– que pretenda erigir sus manías personales en criterios de valoración de la realidad e imponérselas a otros. Precisamente lo que hace nuestro neohistoriador.
Y no sólo cuando escribe libros como el aquí reseñado, sino cuando participa activamente en las campañas a favor del boicot a las universidades israelíes (Stephen Howe ofrece el mejor resumen de este bochornoso episodio, visto desde Inglaterra) y contra la participación de escritores y editores israelíes en el último Salón del Libro de París.
En 1948 los judíos sionistas limpiaron étnicamente Palestina de palestinos: ésta es la tesis del libro de Pappé que ahora se edita en España. Pese a los gimnásticos esfuerzos del autor por distorsionar algunos y cuidadosamente seleccionados documentos de archivo, es una tesis indemostrable. Pappé gesticula mucho para convencernos de que el "plan" de los dirigentes sionistas consistió en aprovecharse de la debilidad de los dirigentes árabes de la época (a la cabeza de los cuales se encontraba el rey Abdulá de Jordania), la edénica ignorancia de los árabes de la Palestina británica y las manipulables ansias de Realpolitik de las recién nacidas Naciones Unidas para imponer sus pérfidos designios de crear una entidad monolíticamente judía en lo étnico y sionista en lo político.
Es una laboriosa construcción, que tiene el defecto de ser históricamente falsa. Su compatriota y correligionario en afanes neohistóricos Benny Morris (no menos crítico a la hora de denunciar las masacres de palestinos perpetradas en 1948 por la Haganá, el antecesor del ejército de Israel) se acerca más a la verdad histórica al desmontar el mito de que los cerca de 700.000 palestinos que abandonaron sus hogares en 1948 para convertirse en refugiados lo hicieron por propia voluntad o por efecto de la propaganda árabe (tesis de la vieja historiografía oficial israelí). Morris también ha documentado masacres, violaciones y violencias indiscriminadas cometidas por milicias hebreas, pero, a diferencia de Pappé, deja muy claro que todo ello no respondió a un plan, sino que fue produciéndose en el marco de una guerra lenta y prolongada que se remontaba, al menos, a 1947, en la que perecieron varios millares de judíos y en la que, además, intervinieron decisivamente las cinco naciones árabes que rechazaron la resolución de la ONU para la formación de dos Estados, el de Israel y el de Palestina, con un reparto equitativo de tierras de la antigua Siria inferior o la reciente Palestina sometida a mandato británico.
Así pues, La limpieza... es una ficción, no un libro de historia. Un producto del más fanático gimnasta de los nuevos historiadores israelíes, marchamo que injustamente reúne bajo el mismo paraguas a profesionales más serios y escrupulosos, como el mismo Morris o Tom Segev, y a otros adictos a los anabolizantes ideológicos, como Pappé, Avi Shlaim (El muro de hierro: Israel y el mundo árabe, Almed-Al Andalus y el Mediterráneo, 2003) o Idith Zertal; aunque de ésta conviene aclarar que su libro más famoso, Israel's Holocaust and the Politics of Nationhood, que aún no sido traducido al castellano pero sí al catalán (La nació i la mort: la Xoà en el discurs i la política d'Israel, Lleonard Muntaner, 2006), es un poco menos evidentemente esquemático y más audaz metodológicamente: intenta una síntesis de la historia de las mentalidades de Maurice Halbwachs y Marc Bloch y las interpretaciones filosóficas del sionismo elaboradas por Hannah Arendt.
Aunque su tesis no es nueva (la doble instrumentalización de la Shoá por Israel, en un primer momento para oponer las virtudes heroicas del nuevo Estado pionero a la cobardía de los judíos de la Diáspora que se dejaron conducir a las cámaras de gas, y en segunda instancia para establecer una identificación entre Israel y la figura de la víctima), sólo ha logrado deslumbrar, en nuestros predios, a cuatro gatos catalanes que, mira por dónde, son tan nacionalistas de izquierdas como los sionistas de izquierdas israelíes a los que deslumbra, como un sol nuclear, la posibilidad de que mañana Israel sea borrado del mapa. En realidad, se trata de un reenfoque más filosóficamente sofisticado de la tesis que ya expuso, con bastante brillantez y mucho más rigor histórico, Tom Segev en The Seventh Million: the Israelis and the Holocaust (1993).
En mayor o menor grado, el método utilizado por los nuevos historiadores israelíes, cuyo objetivo declarado y perfectamente legítimo es someter a revisión los relatos canónicos de la historiografía de su país, es el relativismo histórico. Que consiste menos en situar en un mismo plano valorativo, pongamos por caso, la descripción y análisis del Holocausto y la negación de su existencia que en proyectar los códigos morales y las convicciones ideológicas del historiador en los acontecimientos del pasado. Una operación que nada tiene que ver con la disciplina de la historia y todo con la política y la literatura, las dos grandiosas fábricas de empatía y autoexculpación moral de la humanidad.
Vale la pena, más que desgastarse en recurrentes citas ante el espejo del libro de Pappé, remitir a la valoración de su obra que ha hecho su correligionario Benny Morris:
Pappé es un postmodernista orgulloso de serlo. Es alguien que piensa que no existe la verdad histórica, que la historia es tan sólo un compendio de narraciones, tan diversas como quienes participan en sus acontecimientos y procesos, y que es verdadero cada uno de estos relatos y verdadera cada una de sus interpretaciones. Además, cree que todas las versiones de la historia son, en el fondo, políticas y que, conscientemente o no, promueven objetivos políticos. Shlomo Aronson, un politólogo israelí, hace unos años retó a Pappé a que tomara posición respecto del problema crucial para el relativismo histórico: si son legítimas todas las interpretaciones históricas, obviamente no existe la verdad histórica y, por ende, la interpretación de los negacionistas del Holocausto es tan válida como la de quienes afirman que existió el Holocausto. En su respuesta, Pappé se mostró más bien evasivo, limitándose a señalar que hay un corpus sólido de testimonios orales del que puede deducirse que el Holocausto tuvo lugar.
Ilan Pappé, además de dedicarse, entre sus sesiones cotidianas de aeróbic, a boicotear universidades y salones en nombre de esta concepción relativista y moralista de la historia, exige que los dirigentes israelíes hagan lo mismo que hizo Jacques Chirac en 1995, cuando en nombre de la República Francesa pidió perdón por el antisemitismo del régimen de Vichy, y que pidan perdón a los palestinos por todos sus sufrimientos, causados por los judíos y sólo por ellos. Éste es el verdadero rostro de la nueva historia, y no sólo en Israel. Es el rostro que ofrecen todos los predicadores fanáticos, al menos desde Savonarola, cruzados de esa pulsión vengativa que, decía Bertrand Russell, hoy asume la forma de la indignación moral y que tan sólo es "una de las formas que asume la crueldad".
Por cierto, lo de "novelista fracasado", en el título de esta reseña, remite a la definición de historiador que daba Henry Louis Mencken, y de paso es un guiño a este periodista gringo, heredero de Ambrose Bierce y aun más lúcido que él, que me extraña (esto es lo que se llama una señora lítote) que apenas se conozca en España y casi nunca citen sus periodistas.