La caída del paquidermo soviético inauguró la geopolítica del caos, desató la violencia a lo largo del planeta; la "paz imposible, guerra improbable" del mundo bipolar parece haber dado paso a su contrario: guerra imposible, paz improbable. En el nuevo desorden global, Occidente no puede quedar al margen. El 11-S estalló en nuestras conciencias, despertándonos del sueño optimista de los años 90 y remitiéndonos directamente a Aron: el hombre hace la historia, pero no sabe qué historia hace.
Seguros, confiados en que el 11 de Septiembre era el castigo a Norteamérica por los pecados cometidos, los españoles disfrutaban con el terrible espectáculo televisivo; se indignaban cuando los tambores de guerra sonaban en Afganistán e Irak; se manifestaban contra Bush y Aznar en defensa de la soberanía de Sadam para cavar fosas comunes. Pero Nueva York y Madrid no quedaban, después de todo, tan lejos.
El 11-M debió mostrarnos a los españoles que, como decía Aron, la historia es impredecible. Nos mostró el reverso oscuro de la política; la violencia, la muerte en su estado hiperbólico. Nos mostró que la violencia es humana y, en cuanto tal, eterna. Pasiones desatadas y progreso tecnológico dan un nuevo sentido a Un siglo de guerra total, libro escrito ya –o sólo– hace 54 años.
Enseñanza inútil. Tras el 11-M la amenaza exterior explotó las contradicciones, la debilidad social, empujó la democracia al extremo; la rivalidad política y social adquirió límites insoportables. El maquiavelismo en la toma del poder, la ideología del apaciguamiento ante la minoría radical reverdecen los temores aronianos: basta una minoría activa y una mayoría pasiva para forzar la democracia, enseña el Aron de L’Opium des intellectuels y Démocratie et Totalitarisme. Inmersa en querellas intestinas, una España que se rasga, opuesta a su pasado inmediato y en un continente que se nos presenta a la deriva, nos fuerza a preguntarnos no sólo sobre la política, sino sobre el sentido de la historia.
Cuando Aron escribió Playdoyer pour l’Europe decadente, el Viejo Continente sucumbía moralmente ante el colectivismo totalitario; paralizado, le salvaron los acontecimientos de 1989. Hoy, de nuevo un continente pacífico, alegre, inconsciente, amenaza con desmoronarse ante nuevos retos estratégicos, políticos y económicos. De nuevo se nos hace patente la desgraciada vigencia de la guerra, de las crisis económicas, de las revoluciones; el eterno peligro de las tiranías y la debilidad del espíritu democrático; el sentido de las relaciones transatlánticas y la relación de Occidente con el Tercer Mundo. Preocupaciones que hoy asaltan al español sensato.
En la era de las telecomunicaciones, no será suficiente leer a Raymond Aron para entender la España y la Europa de hoy; pero al menos será necesario conocerlo, propósito ineludible al que responde este libro.
La hábil batuta de José María Lassalle dirige un coro de variados e imprescindibles autores para un tiempo de crisis. Con satisfacción leemos juntos al viejo y al joven león del liberalismo francés: Jean-François Revel y Nicolas Baverez. Junto a ellos, pensadores de indudable altura intelectual: Enrique Aguilar analiza y valora la metodología aroniana, origen de su política; Agapito Maestre, Eusebio Fernández García, Alessandro Campi y Jerónimo Molina ahondan en la base filosófico-política de Aron; Felipe Sahagún y Julián García-Vargas analizan el atlantismo de ayer y el atlantismo de hoy; Pedro F. Gago aborda la ideología secular que Aron combatió, y José Manuel Romay Beccaría presenta El opio de los intelectuales, más actual hoy que nunca; por fin, Alejandro Muñoz-Alonso nos presenta la difícil acogida aroniana en España.
Durante casi cuarenta años, Raymond Aron fue un espectador comprometido en las querellas políticas sobre el estalinismo, Argelia, la OTAN o el gaullismo. Fue, en palabras de Lassalle, un "liberal acosado", sólo rehabilitado al filo de su muerte, en 1983. El rigor, la moderación, el frío análisis lo situaron frente a cualquier posición partidista; a la larga, ese y no otro es el espíritu liberal, en el siglo de las ideologías y en el que ahora inauguramos. Por eso, no podemos sino hacer nuestra la cita que Molina hace de Schmitt: "La política corrompe el carácter, sobre todo el carácter liberal –ésta es la tragedia".