Mi primera impresión fue de irritación, por no decir cabreo, porque su autor, Pierre Boncenne, parece inmerso en el mundillo intelectual parisino, mundillo en decadencia absoluta pero donde aún sigue predominando el prejuicio según el cual la derecha es siempre, quelque part, fascistoide, o, para expresarme como en el Café de Chinitas, mala, mientras que la izquierda, pese a todo, sigue siendo buena, y por lo tanto Revel no puede ser de derechas, ya que no es malo.
Para justificar tamaña teoría el autor desarrolla una serie de malabarismos intelectuales que demuestran que no ha entendido nada del liberalismo, que se opone tanto al nazismo como al comunismo y, a nivel menos terrorífico, a la socialburocracia y al gaullismo, pos o neo, en Francia.
Resulta muy sintomático y muy triste que, para elogiar a Revel, tantos consideren necesario tergiversarlo, para exculparlo, cuando precisamente lo mejor de Revel es lo que más molesta a tirios y troyanos. Un ejemplo, que saco de este libro: cuando murió Revel, Dominique de Villepin se creyó obligado a pronunciar su elogio fúnebre, y le calificó de "liberal y gaullista", cuando Revel jamás fue gaullista. Y Boncenne recuerda que Revel, cuando alguien hacía referencia al discurso antiyanqui de Villepin en las Naciones Unidas, que entusiasmó a muchos franceses, él se desternillaba de risa, despreciando tanto el estilo como el contenido de esa bazofia chovinista.
Pero, todo hay que decirlo, lo que salva este libro, pese a los prejuicios "políticamente (casi) correctos" del autor, es su amistad y admiración por Revel, que le conduce a veces a mentir para exculparle de "culpas" que son aciertos y, al mismo tiempo, le permite comentar honestamente su inteligencia y talento. Porque Revel ha hecho exactamente lo contrario de Günter Graas, los ex kapos comunistas o André Malraux, Simone de Beauvoir y un larguísimo etcétera: no se ha pasado la vida mintiendo sobre ciertos o todos los aspectos de su existencia, y su recorrido político no tiene la menor zona oscura, o armarios secretos, como se demuestra en sus apasionantes memorias, con ese bonito título de El ladrón en la casa vacía.
Siendo estudiante, Jean-François Ricard (su apellido oficial) fue resistente antinazi, pero Boncenne presenta sus actividades como fundamentales para la victoria aliada, mientras que Revel, precisamente por ser quien es, un tipo cojonudo, las relata con humor y modestia. Con la Liberación, su padre fue detenido como "colaboracionista" (como el de Jospin, pero éste lo disimula), y él hizo cuanto pudo para sacarle de la cárcel. Desde luego, su padre no había sido miembro de las Waffen SS.
Después de varios años dedicados a la enseñanza, sobre todo en el extranjero, Revel se afinca en París (1956), y poco después abandona la enseñanza para dedicarse al periodismo, la escritura y la edición. Políticamente se sitúa entonces en la izquierda no comunista –y colabora en France-Observateur, semanario de mismo signo–, pero enseguida su anticomunismo va a chocar frontalmente con esa izquierda blandengue que, pese a sus remilgos "morales", a la hora de la verdad siempre termina por aliarse con los comunistas y preferir la URSS a los USA.
Si Revel, como algunos de nosotros, se aleja de la izquierda y se afirma en sus convicciones liberales, también es cierto que esa izquierda no comunista evoluciona hacia posturas cada vez más carcas y confusas. Por ejemplo, cuando yo, por los años 50 y 60, era de extrema izquierda (dentro y sobre todo fuera del PCE), el rechazo absoluto del antisemitismo y el apoyo a Israel se daban por descontado, eran evidencias; los "amigos de los árabes" eran Franco y de Gaulle. Hoy, el antisemtisimo ha ganado amplios sectores de la izquierda y toda la extrema izquierda, y el odio a Israel es mayoritario.
Lo que no me parece suficientemente subrayado en este libro, que he leído con placer, como si estuviera paseando con Revel, es su interés por los EEUU y el dinamismo de la sociedad norteamericana, como demostró en su obra, especialmente en Ni Marx ni Jesús y La obsesión antiamericana, su último libro. Tendría que releer Ni Marx ni Jesús (1970), que leí hace 35 años, porque tengo la impresión –o el recuerdo– de que al exaltar la "revolución cultural" norteamericana algo exalta las multitudinarias manifestaciones contra la guerra de Vietnam, que fue, sin embargo, una guerra, no diré justa, pero sí necesaria, cosa con la que Revel estaba totalmente de acuerdo cuando le conocí personalmente, en 1996.
Otra cuestión esencial que está algo soslayada en la obra de Boncenne es la defensa tajante y clarividente que hizo Revel del capitalismo. Elude Boncenne este aspecto de su obra, admitiendo, y con remilgos, se diría, que era partidario de la economía de mercado. ¡Pamplinas! Añades "social" y está en los programas de la socialburocracia, que Revel aborrecía (por cierto, y para echarme un farol: me felicitó por el uso que hacía del termino socialburocracia, que le parecía muy adecuado). Era un partidario resuelto del capitalismo y de la mundualización, contra viento y marea.
Boncenne presenta con objetividad y simpatía la postura crítica y lúcida de Revel en todas las batallas intelectuales que han sacudido Francia, como España y otros países: fue intransigente contra el totalitarismo comunista, así como contra Sartre, Althusser, Foucault y demás cantamañanas izquierdistas que tenían la sartén por el mango, y feroz contra la moda maoísta, que sumergió los salones parisinos en los que se veía no a Verdurin, pero sí a Sollers y a muchos más.
Pero cuando el autor, para ensalzar a Revel, cita los comentarios favorables de Mario Vargas Llosa, me parece indispensable precisar que Mario ha cambiado. No sé si fueron amigos hasta el final, es posible, porque Revel no era nada sectario con las personas, pero no estaba de acuerdo con los groseros insultos de Mario a Israel, o con su postura ambigua en la guerra contra el terrorismo y la intervención militar en Irak, por ejemplo. Nadie puede entregarse impunemente al Imperio Polanco, para sus artículos, sus libros, sus conferencias, sus euros, sin que se note.
En 'El terrorismo contra la democracia', y en escritos posteriores, Revel fue, como siempre, tajante y claramente enemigo del terrorismo; de todos los terrorismos: de ETA, de Sendero Luminoso, y desde luego de Al Qaeda; y favorable, sin abandonar nunca su espíritu crítico, a los USA y a la política de George W. Bush.
Prefería definirse como liberal, porque –dijo varias veces– el término derechas conlleva una idea de conservadurismo que no compartía, aunque la izquierda, subrayaba, fuera aún más conservadora y carca. En Francia no existe una derecha liberal: la mayoría, que se dice gaullista, conserva el culto del Estado todopoderoso y comparte con la izquierda su afán de burocratización de la sociedad, ese totalitarismo light que pretende controlar todos los aspectos de la vida privada, y desde luego la política, la economía y la cultura.
¡Ay, la cultura! Recuerden las magníficas andanadas de Revel contra la "excepción cultural francesa", ese bodrio chovinista que asesina la cultura, pues ésta necesita cosmopolitismo y libertad.
También es cierto que las ideas liberales –gracias a personas como Raymond Aron y Jean-François Revel– progresan en Francia, pero son como los primeros brotes primaverales que surgen bajo una espesa capa de nieve y hielo. Revel se hizo –demasiadas– ilusiones con la Democratie Liberale, y colaboró mediante consejos y escritos con ese partido, que reivindicaba muchas de sus ideas pero que sólo fue un efímero feu de paille: la UMP se lo comió como croissants del desayuno.
Pese al éxito de sus libros, que fue rotundo, Revel estaba bastante solo en Francia; en cambio, apreciaba y admiraba a José María Aznar, al "trío de las Azores", a Margaret Thatcher y a Reagan. No era muy de izquierdas, que digamos. Total, un maestro.
PIERRE BONCENNE: POUR JEAN-FRANÇOIS REVEL. Plon (París), 2006; 346 páginas.