(Recién me entero de que hay otro libro más: Eso no, finalista del premio La Sonrisa Vertical en 2003; de inmediato lo devoraremos –a escondidas, por supuesto y con remordimientos, de nuestras respectivas Estheres–).
Total, que en esas estábamos, resobando las páginas de nuestros referidos tomos como alumnos aplicados de una yesivá laica (con perdón), cuando vimos en la tienda las Últimas historias de hombres casados. Y dimos gracias a Dios, o a D's, que escribirían los asiduos de una yesivá como Aquél manda.
Y volvimos a saber de nuestro igual Javier Mossen, periodista cobardón y audaz, cínico y sentimental, hipocondríaco, atractivo para bien y para mal, maniático, brillante a ratos, aguafiestas, catacaldos... nada menos que todo un hombre de la mera clase media. De su inevitable Once, el barrio judío de Buenos Aires. De sus abracadabrantes amigos y (des)conocidos. De sus mujeres. Y de Esther, cherchez la femme (pero no nos lo ponen fácil: el muy rufián de nuestro semblable como que nos la oculta).
Hay en estas Últimas historias menos tragedia, menos perversión que en sus predecesoras; Mossen y sus interlocutores y los terceros en discordia se nos muestran, por lo general, más cautos, más sensatos, quizá más resignados. No es un reproche, aunque lo lamentemos (a veces), porque nos sirve de prueba de que quien vale, vale y no anda como un chamán pirado perpetrando conjuros para que se manifiesten, venga o no al caso, los espectros desfondados del malditismo. También hay menos busconas, y menos progres, menos hippies, menos pedantes maleantes; se les echa de menos (a veces): no tanto, claro, como los soberbios rejonazos con que eran felizmente castigados en entregas anteriores.
Pero lo demás sigue igual: la imaginación, la tristeza y la impotencia, las bellas tramas, la prosa limpia (un pero: en ocasiones pareciera que Birmajer, más que poner comas, las espolvorease); el amor, el desencanto, el misterio y el humor; el tributo a Adolfo Bioy Casares, a Isaac Bashevis Singer y a las narraciones populares de ayer y de hoy. Y el estilo inconfundible.
Háganme caso (y ya van tres): asómense a estas páginas de Marcelo Birmajer; a las de 'El pañuelo amarillo', por poner un ejemplo, o a las de 'Una experiencia teatral', por poner dos. Estamos hablando de prosa de tramo corto que es de altos vuelos, de la literatura como celebración: créanme cuando les digo que en ocasiones he soltado el libro –este libro, también (o más) los otros de este MB que escribe de PM– para batir las palmas; o para soltar un grito: de miedo-de mentira, de sorpresa o, de nuevo, de barra brava alborozado.
Marcelo Birmajer ha confesado alguna vez que le gustaría ser recordado como un buen contador de historias. Ya llegó a la meta, lo tenemos claro. Ahora nos queda esperar, desear que no se detenga; que no (se) abandone, se apachorre ni se pierda.
Marcelo Birmajer, Últimas historias de hombres casados, Barcelona, Seix Barral, 2005, 319 páginas.
(Tres mosqueteros se publicó en Debate; Historias de hombres casados y Nuevas historias de hombres casados, en Alfaguara; Eso no, en Tusquets).