Yes, Minister, Spitting Image y The Thick of It en Gran Bretaña o En la piel de Jacques Chirac en Francia son ejemplos de que el humor es uno de los contrapesos del poder político. En España, lamentablemente, el humor político es, como el resto, tan superficial como de chascarrillo. Y cuando los humoristas se atreven a traspasar la línea roja de lo que el poderoso que es víctima de sus chanzas considera aceptable, entonces son dilapidados sin rubor y sin vergüenza. Como aviso para navegantes con demasiado sentido del humor.
Avoir una langue de bois (hablar con lengua de madera) es lo que hacen los políticos cuando quieren decir algo sin comprometerse; es decir, cuando lo que pretenden es decir algo que nada signifique o –por mor de la ambigüedad– que pueda significarlo todo. En su libro Lágrimas socialdemócratas. El desparrame sentimental del zapaterismo, Santiago González hace un fino análisis de la langue de bois de Zapatero & Co., que llegó a su máxima expresión aquel día de diciembre de 2009:
La tierra no pertenece a nadie, salvo al viento.
Se habrán preguntado alguna vez quién y cómo escribe esas chorradas con pretensiones poéticas. Pues pueden tener una buena pista leyendo Quay D'Orsay, un pequeño gran cómic de Christophe Blain y Abel Lanzac acerca de un ministro megalómano aficionado a los discursos grandilocuentes y sofisticados y su departamento de comunicación. Este primer volumen es una suave y elegante sátira sobre la vida política francesa.
Del diseño gráfico, del dibujo, se encarga Christophe Blain, que tiene un repertorio visual, de expresividad caricaturesca, capaz –en un solo trazo– tanto de describir un movimiento como de expresar una emoción, un carácter, una actitud. Así, la caricatura de Dominique de Villepin, aquel estirado, elegante, perfumado y poético ministro de Asuntos Exteriores de Chirac, se transforma en el personaje de Alexandre Taillard de Vorms, rimbombante hasta en el nombre, cuyo rasgo comiquero más destacado son unas inmensas manos que ocupan toda la viñeta y que van creciendo al ritmo que marca su megalomanía, su egotismo y su estupidez.
Esta vez, Blain ha trabajado en el guión con Abel Lanzac, al parecer un exconsejero ministerial que ha dado el material de base en lo relacionado con el funcionamiento de un ministerio y las pequeñas intrigas de una corte burocrática, que serán descritas desde el punto de vista de Arthur Vlaminck, un joven escritor de izquierdas contratado para que escriba los discursos del ministro. Blain da lo mejor de sí en la gesticulación de Villepin-Taillard, que se apoyan en un repertorio completo de onomatopeyas y efectos visuales.
Como suele ocurrir en la parodia francesa de la política –la anglosajona, en cambio, es mucho más descarnada y sarcástica–, la burla nunca llega a ser extrema, se percibe un aire de admiración por los énarques, los funcionarios formados en la Escuela Nacional de Administración, élite burocrática a la que pertenece, precisamente, Dominique de Villepin.
Le confío lo más importante: el lenguaje
Así es como recibe Villepin-Taillard a su negro. Y aunque sigue siendo cierto que lo más importante son los hechos, también es verdad que muchos políticos, siguiendo los consejos sofistas de George Lakoff, creen que manipulando el lenguaje conseguirán sus objetivos. De ahí aquellas sentencias de madera de Zapatero:
Las palabras deben estar al servicio de la política y no la política al servicio de las palabras.
Con sutiles referencias-homenaje al Tintín de Hergé y esa reverencial admiración de los franceses por su clase política –la casta sacerdotal de su Iglesia patria: la República–, Quai D'Orsay es un lúcido cómic político que combina la línea clara en el dibujo con el planteamiento claro en la crítica, plagado de hábiles inventos expresivos y una narración sin pausa que le hará ansiar tanto la segunda parte del cómic como la película, que ya se está produciendo.
ABEL LANZAC y CHRISTOPHE BLAIN: QUAI D'ORSAY. Norma (Barcelona), 2011.