Esta nostalgia del mundo anterior a la Revolución Industrial, tan british, tiene un encanto indudable, como toda manifestación relacionada con el campesino feliz, noble hombre de la tierra. Ciertos excesos de ruralismo idealizado hacen peligrar la argumentación, y el lector se ve tentado a descartarlas como si de quejas de columnista cascarrabias de dominical se tratara. Pero Chesterton escribe tan bien, que vale la pena leer hasta su lista de la compra. Sus argumentos mantienen su claridad y lucidez de siempre. Sin embargo, en pleno 2010 nos encontraremos de entrada con algunos problemas, o ventajas, a la hora de refutarlos.
Para empezar, el capitalismo que critica Chesterton, que amenazaba con convertir los países industrializados en terrenos controlados por pocos y poderosos monopolios, ya no existe. El peligro de que estas corporaciones gigantescas deglutieran toda actividad industrial ajena a ellas fue algo que provocó verdaderas obsesiones en los años cercanos a 1900, y atrajo a la arena política a personajes como Theodore Roosevelt o William Taft. Pero lo cierto es que no se llegó a ese estado, el más denodadamente denunciado en estas páginas. Tampoco el capitalismo ha tenido por consecuencia el empobrecimiento de los pobres, sino todo lo contrario. Sería interesante ver cuál sería su punto de vista hoy en día, y su actitud ante trabajos posteriores –también escritos desde una óptica cristiana– como Raíces cristianas de la economía de libre mercado, donde Alejandro Chafuen demuestra que el distributismo no es la única respuesta social de la que dispone el cristianismo.
La realidad y el pensamiento han evolucionado, y la cuestión del distributismo tiene ya poco empaque (Thomas E. Woods publicó una excelente refutación en las páginas de este diario). El valor de Los límites de la cordura radica más bien en la capacidad de Chesterton para plantearnos de forma compleja y heterodoxa cuestiones que siguen ahí. Son acertadas sus críticas a la gran empresa estanca y burocratizada; los reproches hacia su connivencia con el poder, además, recuerdan sorprendentemente a las de defensores a ultranza del libre mercado como Ron Paul. Lo mismo puede decirse de su cerrada defensa de la propiedad privada, piedra angular de la dignidad del hombre y la estabilidad social.
Nos recuerda también Chesterton, desde su visión cristiana del mundo, que ninguna defensa de un sistema político pueden hacernos olvidar que estos sólo existen por y para el ser humano, para preservar su autonomía y su felicidad. "Nos preguntamos si será todavía concebible restablecer eso que se llama autonomía, olvidado hace tanto tiempo; esto es, la posibilidad de que todo ciudadano dirija en cierto grado su propia vida y construya su propio entorno, (...) vista lo que quiera y tenga un campo de elección".
Bienvenida sea esta claridad chestertoniana, que reclama una vuelta a la antigua vara de medir a la hora de evaluar cualquier invento o desarrollo de la humanidad: ¿nos hace más felices? Un buen ejemplo de esta idea se encuentra en su ataque a los luditas, que aprovecha sin embargo para explicar su punto de vista sobre la tecnología: "Me parece tan materialista condenarse por una máquina como salvarse por una máquina".
Y aunque al final del libro quede claro que, en materia económica, es más lo que nos separa de Chesterton que lo que nos une a él, reconforta leer a un pensador exigente y escéptico que se pone del lado de los débiles sin exigir el castigo de los poderosos, a un enemigo de la gran corporación y del gran gobierno. Llaman la atención las semejanzas y diferencias con los pensadores cristianos, desde Juan de Mariana hasta Domingo de Soto, que se estudian en la citada obra de Chafuen. Las soluciones son muy distintas, pero los valores subyacentes al planteamiento inicial de Chesterton coinciden con los de los salmantinos, que además acertaron en sus conclusiones. Sin embargo, el inglés atina al plantear algunos problemas de su tiempo, y da valiosas claves, si no económicas, sí filosóficas, para el análisis de los límites de cualquier sistema social y económico. Y nos regala frases como ésta:
El pensamiento y el arte más elevado consisten casi enteramente en trazar una línea en alguna parte.
GK CHESTERTON: LOS LÍMITES DE LA CORDURA. El Buey Mudo (Madrid), 2010, 232 páginas. Traducción: María Raquel Bengolea.