Como en investigaciones anteriores –desde el análisis del talk show de Oprah Winfrey hasta el de la transformación de las emociones a que ha dado lugar el capitalismo–, en La salvación del alma moderna. Terapia, emociones y la cultura de la autoayuda (2008) Illouz, socióloga nacida en Marruecos y educada en Francia, Israel y Estados Unidos, entiende que el objetivo del análisis cultural no es "medir las prácticas culturales con respecto a aquello que deberían ser o a aquello que deberían haber sido", sino más bien "entender de qué modo han llegado a ser lo que son y por qué, siendo aquello que son, consiguen cosas para la gente". Ni moraliza ni comprime el pensamiento en píldoras discursivas para progres. Más bien se propone "localizar la emergencia de una nueva estructura cultural", o lo que es lo mismo, analizar de qué modo el discurso terapéutico, tan criticado por Michel Foucault como instrumento del Poder, popularizado y divulgado a través de la autoayuda –libros, talleres, series y realities, publicidad–, se ha incrustado en la alta cultura y en la cultura popular hasta el punto de obligar a reformular las señas de identidad del hombre contemporáneo, su psicología y su lenguaje.
Illouz entiende que el modelo terapéutico ha permeado la mentalidad del siglo XX. Empezando por la familia y terminando por la escuela, el ejército, el Estado del Bienestar, las organizaciones no gubernamentales, la empresa y el mundo de los negocios. El lenguaje ha incorporado, y hasta automatizado, palabras como deseo, memoria, emoción, autobiografía, sentimiento, sin las que resulta prácticamente imposible entender la experiencia cotidiana y cultural de la vida contemporánea.
Contrariamente a la opinión (...) sostengo que el discurso terapéutico ha mostrado una resonancia cultural enorme que ha sido representada en el interior y a través de las principales instituciones de la modernidad.
No hay más que echar mano de los datos para certificar la influencia: más de la mitad de la población (occidental, se entiende) ha consultado en algún momento de su vida a algún especialista en salud mental. Como una nueva religión, el discurso terapéutico ofrece símbolos que "crean una realidad experiencial primordial y transforman la naturaleza misma de la acción". Y esto es así porque es la emoción lo que orienta nuestras acciones, viene a decir Illouz, algo que implica al mismo tiempo cognición, afecto, evaluación, motivación... y al propio cuerpo. Emoción entendida no como abstracción ni como conjunto de conexiones neuronales con fundamento bioquímico, sino como fusión de significados culturales y relaciones sociales que conciernen al yo y a su relación con otros, también culturalmente situados.
Mientras que otros académicos sitúan los orígenes de la autoayuda en los Estados Unidos, en los movimientos espirituales del siglo XIX y hasta en los discursos de autosuficiencia de Benjamin Franklin, Illouz defiende que fue el "líder carismático" Sigmund Freud quien, sin ser muy consciente de ello, inauguró la industria de la autoayuda en Norteamérica, gracias a la rápida difusión de la que gozaron las cinco conferencias que dictó en 1909 en la Universidad de Clark, a la adopción de sus ideas por parte de un buen número de profesionales que habían luchado a brazo partido por arrebatar a los enfermos mentales de manos del clero, a la propia esencia del psicoanálisis –que situaba lo íntimo y femenino en el centro de las narrativas del yo– y a la coincidencia con la segunda oleada del feminismo, que acentuó la lucha de las mujeres por despojarse de la represión de siglos y de los modelos machistas y patriarcales.
A través del proceso que Illouz califica de "capitalismo emocional", el discurso terapéutico pasó de lo familiar a lo social y empresarial. Dio pie a una relación íntima entre economía y emociones, conseguida gracias a la masiva incorporación de psicólogos a la empresa. La intervención de los nuevos encargados de administrar la vida interior no sólo ayudó a mejorar la productividad, sino que favoreció la aparición de un nuevo tipo de líder. El líder emocional, mediador y conciliador, al tener la capacidad de controlar sus emociones, será capaz de controlar a los demás. En definitiva, una nueva manera de entender el proceso productivo y "un cambio en el modo en que el poder es experimentado y ejercido".
Concluye Illouz que los modelos culturales de la autoayuda apenas prestan atención a las narrativas de género y más bien conducen a una especie de identidad andrógina y, por más que haya sido su desencadenante, poco tienen que ver con el psicoanálisis freudiano. No obstante, han servido para recodificar las normas lingüísticas y emocionales de la modernidad y la posmodernidad, tanto en el trabajo como en la familia. Y, aunque suene paradójico, han contribuido al surgimiento de nuevas formas de desigualdad, al autorizar nuevas formas de competencia en el puesto de trabajo y estructurar el acceso a lo que la socióloga denomina "bienes morales" y sociales. Por último, han banalizado una de las grandes cuestiones de la religión: ¿por qué sufren los inocentes y los malos prosperan?, al haber entendido el sufrimiento como resultado de emociones mal manejadas por los individuos.
EVA ILLOUZ: LA SALVACIÓN DEL ALMA MODERNA. Katz (Madrid), 2010, 316 páginas. Traducción: Santiago I. Llach.