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ECONOMÍA

Tiempo, ignorancia... ¡acción!

La economía del tiempo y de la ignorancia es, como sus propios autores reconocen, una obra inacabada. No se trata tanto de un manual de economía al uso como de un libro que abre caminos y líneas de investigación, hace sugerencias y proporciona las herramientas para que los economistas se replanteen cómo están ejerciendo su profesión. Son unas páginas-cimiento para que otros construyan sus edificios sobre ellas.

La economía del tiempo y de la ignorancia es, como sus propios autores reconocen, una obra inacabada. No se trata tanto de un manual de economía al uso como de un libro que abre caminos y líneas de investigación, hace sugerencias y proporciona las herramientas para que los economistas se replanteen cómo están ejerciendo su profesión. Son unas páginas-cimiento para que otros construyan sus edificios sobre ellas.
Es un libro de y para economistas. El lector profano no debería acudir a este texto, escrito hace veinticinco años, en busca de respuestas fáciles a problemas actuales –aun con las perlas que en este sentido contiene–, porque, como digo, está más bien pensado para plantear interrogantes a quienes pensaban haber atesorado el sota, caballo y rey de esta ciencia. No es un libro de divulgación, sino de autocrítica y reconversión. Crítica y reconversión que, obviamente –al haber salido de las plumas de Gerald O'Driscoll y Mario Rizzo, dos de los austriacos vivos más eminentes–, se dirige en lo fundamental a los presupuestos de la economía neoclásica dominante, pero también a ciertos elementos de la literatura austriaca que en aquellos momentos empezaban a torcerse.

El título supone un guiño a los postkeynesianos desencantados con un formalismo matemático que más veces de las deseables tiende a simplificar la realidad cuando se vuelve inconmensurable. Y es que fue Keynes el primero en hablar de "las fuerzas oscuras del tiempo y de la ignorancia", dos elementos que distorsionaban tanto el comportamiento humano que hacían difícil encajarlo en modelos que lo predeterminaran.

Es cierto que en la profesión económica existe una tendencia a, como proponía Friedman, buscar modelos que tengan fuerza predictiva, y a descartar en ese proceso inquisitivo todos aquellos elementos que se consideren poco relevantes para el resultado final o –más en general– sean demasiado difíciles de incorporar a un modelo cuantitativo en relación con el esfuerzo matemático que requieren. Ejemplos los tenemos sobrados, pero hay uno bastante reciente: el economista Brad Delong consideraba hace unos días innecesario incorporar la evidencia teórica y empírica de que los bienes de capital son heterogéneos por la complejidad que este supuesto añadía al modelo sin mejoras significativas en sus resultados (cuando, en realidad, es un supuesto esencial para explicar el ciclo económico).

Friedrich Hayek.Los problemas de este simplismo, contra el que también se levantó Hayek en su discurso de recepción del Nobel, es que 1) confunde la función de la teoría económica, que tiene que hacer, no buenas predicciones, sino buenas descripciones de la realidad (a partir de las cuales los empresarios puedan tratar de predecir el futuro, sin jamás dejar de tener en cuenta la incertidumbre y la ignorancia); y 2) no incorpora ciertos supuestos a los modelos en aras de la simplicidad y limita los resultados que podremos obtener y desarrollar a partir de esos modelos simplificados. Dicho de otra manera: no podemos juzgar en el momento actual (t1) que una línea de investigación no será relevante para el futuro (t3) antes de que hayamos procedido con las labores de desarrollo, perfeccionamiento y contraste en un momento intermedio (t2).

De hecho, los modelos económicos que apuestan por la máxima simplicidad tienden a dejar fuera ciertos supuestos que, si bien no suelen ser relevantes en la mayoría de las ocasiones, sí lo son en unos pocos casos marginales que, sin embargo, son los más importantes. Es lo que Nassim Taleb ha denominado "cisnes negros", y que no es más que un fenómeno muy difícil (a veces imposible) de modelizar pero básico para explicar la sucesión de fenómenos. Los economistas actuales, cuando consideran inexplicable un acontecimiento importante que saben puede ocurrir y afectar de manera crítica a las previsiones de sus modelos, suelen hablar de "shocks exógenos"; esto es, de elementos que no nacen del propio modelo pero que influyen en él.

El inconveniente de recurrir a los shocks exógenos es que muy pocas veces son auténticamente exógenos –como, por ejemplo, un meteorito–: la mayoría son simplemente fenómenos que no encajan en los modelos, y a los que deliberadamente se deja fuera de los mismos. Durante las últimas dos décadas una corriente muy importante de la ciencia económica ha explicado los ciclos económicos como resultado de shocks exógenos sobre la productividad: son los llamados "teóricos de los ciclos reales". Eran, los shocks exógenos, algo así como una plaga o como maná caído del cielo, sobre los que no se podía pronunciar el modelo.

En cierta medida, Keynes también configuró el ciclo como un shock exógeno: las expectativas empresariales (los animal spirits) empeoraban, dando inicio a un ciclo pesimista en el que se desplomaban la rentabilidad esperada de los activos y, con ella, la inversión y el consumo. Hoy parece que resurge esta línea teórica, que trata de configurar el ciclo como una especie de "profecías autocumplidas", tal y como las llamara Robert K. Merton: cuando mucha gente cree que las cosas van a ir mal, terminan yendo mal.

Pero, de nuevo, tanto los teóricos de los ciclos reales como los keynesianos únicamente trataban de proteger sus simples modelos de su ignorancia sobre otros elementos del sistema económico. Los cambios en la productividad y en los animal spirits no son casuales, sino que normalmente son una consecuencia del colapso de la oferta de crédito derivada de la iliquidez bancaria. Tal y como se apunta en el libro:
El análisis keynesiano empieza a la mitad de una explicación del ciclo: la eficiencia marginal del capital se reduce. Esta caída o es exógena, o se considera consecuencia de que todos los bienes de capital son sustitutivos brutos entre sí (...) La explicación keynesiana depende de olas de optimismo o pesimismo que afectan a gran cantidad de empresarios simultáneamente. Esta última posición parecer ser la conclusión de un dudoso razonamiento psicológico propio de aficionados.
Lo grave del asunto es que muchos de estos cisnes negros o shocks exógenos no son fenómenos que no puedan tener encaje alguno en los modelos económicos, sino más bien fenómenos que no tienen encaje dentro de la teoría económica convencional, y por ello simplemente marginados.

Rizzo y O'Driscoll tratan en este libro de mostrar, primero, la necesidad y luego la posibilidad de endogeneizar –esto es, de incorporar a los modelos– algunos de esos factores a menudo tan olvidados como son el tiempo real y la incertidumbre verdadera.

La tesis de fondo es sencilla: la acción humana no tiene lugar en un vacío atemporal en el que conocemos cómo va a ser el futuro o, al menos, cuáles son los límites de nuestra ignorancia del futuro. La acción tiene lugar en el tiempo y por tanto no es reversible (no podemos volver atrás, como muchas veces se supone cuando se estudian los desplazamientos de las curvas de oferta o de demanda) ni independiente de lo que aprenda durante ese proceso. En otras palabras, mientras actuamos vamos modificando nuestras experiencias y nuestras expectativas, por tanto el resultado final de nuestra acción está parcialmente indeterminado, pues lo iremos adaptando según actuemos. No trazamos planes que luego reproducimos a modo de autómatas con un resultado final conocido de antemano, sino que ese resultado final dependerá de cómo, cada uno de nosotros, ejecutemos ese plan; o, como le gustaba decir a Bergson, "el futuro no es un por-venir, sino un por-hacer". Lo cual, por cierto, deja en bastante mal lugar a las funciones de utilidad o de producción que pueblan los manuales de microeconomía al uso.

Y precisamente porque el resultado futuro no está determinado de antemano, la certidumbre ante el futuro no es ni mucho menos total. Los seres humanos actuamos mirando al futuro ignorando cómo será éste; en muchas ocasiones incluso ignorando que ignoramos cómo será. Por eso, la coordinación de planes individuales, lejos de producirse a modo de un equilibrio general en el que todo encaja, tenderá a suceder mediante desequilibrios repetidos en los que los agentes van ajustando sus planes a las cambiantes circunstancias ayudados por ciertas instituciones sociales espontáneas como el lenguaje, el derecho o el dinero.

A partir de aquí, los autores tratan de extender, normalmente con éxito, este análisis subjetivista a áreas de la economía tan variadas como la competencia, el monopolio, el capital, el ciclo económico o el dinero, hasta el punto de que algunas de esas explicaciones ya han pasado a formar parte de lo que podríamos llamar la ortodoxia austriaca.

Un libro, pues, que gustará a quienes deseen profundizar y limar ciertos errores dentro de la teoría económica austriaca, pero que dejará indiferentes a los economistas neoclásicos o a quienes nada saben de economía; dos conjuntos, estos últimos, con una intersección en algunos casos más relevante de lo que sería recomendable.


GERALD P. O'DRISCOLL Y MARIO J. RIZZO: LA ECONOMÍA DEL TIEMPO Y DE LA IGNORANCIA. Unión Editorial-Instituto Juan de Mariana (Madrid), 2009, 310 páginas.
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