Así, a quienes la acusan reiteradamente de reinona, superstar o vaqueriza, no puede por menos que darles la razón para, al punto, susurrarles, con La Bella y la Bestia, que lo importante está en el interior. (Es probable que si Rosa Díez o Irene Lozano llegaran a leer estas notas terminaran por diagnosticarme un principio irrefrenable de machismo. Es más: me defraudarían si no lo hiciesen).
Mi coqueteo con el mal es hijo de su tiempo. No en vano, desde que Rosa Díez se declaró en rebeldía no ha hecho más que recibir andanadas a propósito de su presunta arrogancia, su presumible vanidad o su supuesta ambición. Los mismos baldones, por cierto, que hubo de encajar desde su pubertad Albert Rivera, con quien luego volveremos a toparnos. Se trata, en fin, de los tópicos que la España clementista reserva a quienes porfían, sin que el poder los haya llamado, en el ennoblecimiento de la política, en la regeneración de España, en el apego a la realidad.
De esos y otros asuntos trata Es lo que hay, un fino dietario político en el que, a diferencia de en otros textos de Rosa Díez, apenas hay concesiones a la sentimentalidad. El modo como Irene Lozano ha organizado los materiales, extraídos del blog de Díez y serializados cronológica y temáticamente, es uno de los aspectos que más poderosamente me han llamado la atención. De algún modo, esa reedición cuasi planiana nos infunde el espejismo de asistir, desde la mismísima fila cero, al nacimiento de cada una de las ideas que vertebran el pensamiento político de la dirigente de UPyD. La contrapartida de esa brillante jerarquización es que, en algunos instantes, lo que aspira a ser una bitácora espontánea y alborozada cobra trazas de programa político. (No seré yo quien lo critique; máxime habiendo aplaudido la circunstancia de que no haya lagrimeo alguno).
A mi entender, la de Lozano no es una operación meramente estilística. Uno de los reproches que con más ardor guerrero se suelen hacer a Rosa Díez incide en su falta de coherencia. Como si tuvieran que seguir gustándonos Los Pecos y Mazinger Z. Es obvio que Díez no sería hoy consejera de un gobierno nacionalista ni, por supuesto, promovería una campaña como aquella del "Ven y cuéntalo", el más nítido precedente de la vergonzosa capitalidad cultural con que se ha premiado a ese bulevar de matones. Tan evidente es eso como la sobrevaloración de la coherencia. Rosa Díez, en efecto, se ha movido; como tantos de nosotros. Llega un punto en que la suma de perplejidades desborda el dique, en que uno llega al quiosco y, en lugar de dirigirse a la pila de El País, agarra trémulamente un ejemplar de El Mundo, que sigue andando.
Pues bien, lo que plantean los textos de Rosa y la forma como Lozano los ha deconstruido es, precisamente, el itinerario lógico que, con arreglo a una-serie-de-principios-irrenunciables, desemboca en el quiosco. De nuevo aparece la exuberante coherencia, salvoconducto al que se aferra cualquier político que se precie; también Rosa Díez, a quien no tengo por una política del montón. En su caso, uno de los malabarismos más recurrentes es la afirmación de que se fue del PSOE para defender las mismas ideas que la empujaron a militar en el PSOE. Suena más o menos así (pág. 58):
He tomado la decisión de darme de baja en el Partido Socialista Obrero Español para poder defender con más libertad y mayor eficacia las ideas que me llevaron hace más de treinta años a militar en ese mismo partido.
En cuanto a la perentoria necesidad de que la coherencia gobierne el universo, de que los políticos proyecten un relato sin fisuras, valga este párrafo (pág. 82):
La coherencia parece ser un valor desconocido, al menos, para ser aplicada en la política. Ya he comentado más de una vez que la sorpresa que causa a propios y extraños nuestro sentido institucional de la política y que, en coherencia con este principio, nuestro comportamiento se aleje de todo sectarismo.
Ismo, ismo, ismo... Es fama que la improbabilidad de que UPyD sea un partido español obedece a que carece de implantación en Cataluña. En realidad, detrás de esta consideración hay un equívoco, ya que en Cataluña, tierra diferencial, las siglas de UPyD cobran la apariencia de las de Ciutadans. Fue la eclosión de ese movimiento cívico, al que Díez, por cierto, alentó desde todas sus tribunas, lo que asentó las condiciones subjetivas (por decirlo en marxiano) para que ella emprendiera la aventura de fundar la Tercera España. Su incapacidad para admitir ese legado es lo que la ha condenado, en Cataluña, a medir sus fuerzas con Carmen de Mairena y, tal vez a despecho, a dar la espalda en Es lo que hay al partido de Albert Rivera, al que se nombra una vez y de forma residual.
Sea como sea, mis propias palabras han terminado por ahorcarme: al fin y al cabo, lo último que yo le pediría a Rosa Díez es coherencia. Aunque sólo fuera, en efecto, por prurito de coherente.
ROSA DÍEZ E IRENE LOZANO: ES LO QUE HAY. Debate (Barcelona), 2011.