Estas páginas son la vivencia en palabras de un artista, de un moldeador de caracteres y sentimientos, al enfrentarse a su trabajo. En ellas se ponen de manifiesto los constantes cambios de ánimo de Steinbeck, sus dolores y sentimientos encontrados, las luchas que libró consigo mismo, contra su falta de concentración y de confianza. Pero también se hace eco Steinbeck en este diario de temas, personalidades y acontecimientos relevantes de la época, como el general MacArthur o la guerra de Corea. Destacaré su aguda reflexión sobre el arte bajo los regímenes dictatoriales:
Cualquier institución impuesta, dan igual las circunstancias, es perniciosa y no lleva, en absoluto, al desarrollo de los dos grandes pilares en los que se fundamentan tanto el arte como la ciencia: la curiosidad y la crítica. Si ambas se sofocan, ¿cómo podrá nunca emerger ningún tipo de arte?
Este diario y Al Este del Edén pueden deslumbrar al lector, pero el de escritor era, para Steinbeck, un oficio arduo, que imponía una rigurosa disciplina diaria, incluso un estilo de vida. "Desde afuera el proceso de escribir puede parecer romántico y especial, pero el día a día es aburrido, rutinario y maquinal, te lo aseguro". A veces incluso le resultaba doloroso: se le hinchaba la mano, o le salían callos, por el uso continuo de lapiceros.
Y encima hay veces en las que el libro se vuelve tu rival, tu enemigo.
Lo suyo no era mantener la presa, la obra, agarrada férreamente y en todo momento con las manos. Muy al contrario, consideraba que aquélla seguía "su propio camino", y que él sólo intentaba "darle unas directrices, pero sin forzarla ni empujarla":
La historia tiene vida propia, he de dejar que siga su camino sin forzarla ni empujarla, si no se corre el peligro de que caiga el envoltorio y quede indefensa y artificiosa ante uno, y he de protegerla a toda costa.
En ocasiones la historia se le rebela, toma caminos nuevos que Steinbeck no había vislumbrado y que le llevan a rectificar. Otras veces se alargan las escenas en contra de su voluntad: "Es que no para de expandirse, el maldito”, llega a escribir.
Steinbeck era capaz de crear personajes con vida propia que le decían cómo tenía que continuar y cuáles debían ser sus reacciones. Cobraban gran importancia, pues, pero
Steinbeck era capaz de crear personajes con vida propia que le decían cómo tenía que continuar y cuáles debían ser sus reacciones. Cobraban gran importancia, pues, pero
a pesar de que son los personajes los que mandan en mí, no se pueden mover si no cojo el lápiz; ahí quedan congelados, con la misma sonrisa y gesto con el que les dejé ayer.
Steinbeck escribe aquí sobre su novela, sobre las raíces bíblicas sobre las que se asienta (la "profunda, poderosa y a la vez desconcertante historia de Caín y Abel", que es, al decir de aquél, la historia de la lucha entre el Bien y el Mal); sobre sus constantes dudas y cambios de actitud: "Unas veces pienso que me está quedando como quiero, otras, en cambio, lo veo artificioso, vulgar y trillado", se confiesa; "No estoy seguro para nada de si todo este juego diabólico que me llevo con la virtud y el pecado le puede llegar a interesar a alguien más aparte de mí mismo", anota también. Sin embargo, al tiempo piensa que lo que está escribiendo es su gran obra, su cima literaria (y ya había publicado textos como De ratones y hombres o Las uvas de la ira). De hecho, afirma: "Creo que todo lo escrito antes no ha sido más que una especie de entrenamiento para lo de ahora". ¿Es quizás inevitable que el genio sienta que, en el curso de su proceso artístico, su obra es vulgar y carente de interés?
Más de una vez, Steinbeck anota que teme acabar la obra, quizás una de sus experiencias vitales más importantes. Creía que cuando la acabara dejaría de ser suya y moriría: "Sinceramente, no le veo ningún interés a un libro una vez terminado... Un libro muere cuando escribo en él la última palabra". No obstante, es en esos momentos cuando el libro comienza su segunda vida, cuando nace para el lector; cuando se multiplica en la mente de los diferentes lectores.
De una misma realidad nacen infinitas sensaciones e interpretaciones, a menudo contrapuestas. Puede que por esto Steinbeck no deseara acabar nunca, porque perdería su más íntimo vínculo con ella y habría de dejar el paso libre a los lectores. Cada uno de ellos incorporará a las páginas de Al Este del Edén, inevitablemente, sus propias circunstancias, su propio bagaje vital, su historia y su cultura.
Cada lector trata de acomodar lo que ve, lo que escucha y lo que lee en su caja de ideas, con una forma y espacio determinados. Esa caja es el conjunto de ideas clave sobre las que nos apoyamos, las lentes a través de las cuales vemos e interpretamos el mundo. Algunas cosas no caben en ella, por mucho que se esfuercen o nos esforcemos; otras entran solas. Ahora bien, hay obras que no tratan de encajar, sino que nos cambian o rompen los esquemas, y nos abren la mente a nuevos caminos, nuevas pautas de pensamiento. Quizás Al Este del Edén pertenezca a este tipo de obras, con su mensaje crucial, resumido en la palabra hebrea con la que termina: Timshel, "tú podrás dominar" el mal.
Somos libres para decidir y elegir entre el bien y el mal, somos responsables del camino que tomamos. A pesar de las malas tendencias que Cal Trask sentía bullir en su interior, podría llegar a aplacarlas. Si ya lo decía el Deuteronomio:
Más de una vez, Steinbeck anota que teme acabar la obra, quizás una de sus experiencias vitales más importantes. Creía que cuando la acabara dejaría de ser suya y moriría: "Sinceramente, no le veo ningún interés a un libro una vez terminado... Un libro muere cuando escribo en él la última palabra". No obstante, es en esos momentos cuando el libro comienza su segunda vida, cuando nace para el lector; cuando se multiplica en la mente de los diferentes lectores.
De una misma realidad nacen infinitas sensaciones e interpretaciones, a menudo contrapuestas. Puede que por esto Steinbeck no deseara acabar nunca, porque perdería su más íntimo vínculo con ella y habría de dejar el paso libre a los lectores. Cada uno de ellos incorporará a las páginas de Al Este del Edén, inevitablemente, sus propias circunstancias, su propio bagaje vital, su historia y su cultura.
Cada lector trata de acomodar lo que ve, lo que escucha y lo que lee en su caja de ideas, con una forma y espacio determinados. Esa caja es el conjunto de ideas clave sobre las que nos apoyamos, las lentes a través de las cuales vemos e interpretamos el mundo. Algunas cosas no caben en ella, por mucho que se esfuercen o nos esforcemos; otras entran solas. Ahora bien, hay obras que no tratan de encajar, sino que nos cambian o rompen los esquemas, y nos abren la mente a nuevos caminos, nuevas pautas de pensamiento. Quizás Al Este del Edén pertenezca a este tipo de obras, con su mensaje crucial, resumido en la palabra hebrea con la que termina: Timshel, "tú podrás dominar" el mal.
Somos libres para decidir y elegir entre el bien y el mal, somos responsables del camino que tomamos. A pesar de las malas tendencias que Cal Trask sentía bullir en su interior, podría llegar a aplacarlas. Si ya lo decía el Deuteronomio:
Os he puesto delante la vida y la muerte, la bendición y la maldición; escoge, pues, la vida, para que vivas tú y tu descendencia.
JOHN STEINBECK: DIARIO DE UNA NOVELA. LAS CARTAS DE "AL ESTE DEL EDÉN". Bartleby (Madrid), 2008, 304 páginas.
ÁNGEL MARTÍN ORO, miembro del Instituto Juan de Mariana.