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FIGURAS DE PAPEL

Sabat Ercasty y García Lorca

Enjuto, trajeado de gris, pequeñito en el extremo del sillón, en su departamento madrileño, hace muchos años, Gerardo Diego me preguntó por el poeta uruguayo Carlos Sabat Ercasty. Le contesté que estaba algo agobiado por la edad, pero que seguía escribiendo: tenía 93 años. Mostró asombro, y recuerdo que me dijo: “Decidle que le envidio los años y la constancia creadora”.

Enjuto, trajeado de gris, pequeñito en el extremo del sillón, en su departamento madrileño, hace muchos años, Gerardo Diego me preguntó por el poeta uruguayo Carlos Sabat Ercasty. Le contesté que estaba algo agobiado por la edad, pero que seguía escribiendo: tenía 93 años. Mostró asombro, y recuerdo que me dijo: “Decidle que le envidio los años y la constancia creadora”.
Carlos Sabat Ercasty es una de las cimas de la poesía de nuestra América; de manera especial, su obra tuvo alta resonancia en la primera mitad del siglo XX. Nacido en 1887 en Montevideo, en esta misma ciudad dijo adiós a todo en 1982, a los 95 años.
 
Dejó cuarenta libros publicados y otros tantos inéditos. Obtuvo galardones nacionales e internacionales, habló en aulas de todo el continente, fue un destacado profesor de Literatura Española y mantuvo amistad estrecha con Pablo Neruda (quien lo reconoció como su maestro), Borges y Juan Ramón Jiménez.
 
Cuando Carlos Sabat Ercasty era un niño deslumbrado por El Quijote acompañaba por la calle Cerrito a José Enrique Rodó, cuando éste se dirigía al correo a depositar sus cartas. Pero no se atrevía a confesarle su secreto: que escribía poemas. En cambio, solía recitándolos al hermano de Rodó, quien siempre le sugería lo mismo: "¿Por qué no se los leés a José Enrique?".
 
Federico García Lorca.El poeta, como tantos artistas de los años 20, vestía larga capa negra, moñita al cuello, traje oscuro y sombrero aludo y sombrero, paseando un angst nacido de las tensiones creadores, de la vida bohemia y de las noches en vela en las tertulias de aquella época, en aquel lejano y tan distante Montevideo.
 
Yo conocí a Carlos Sábat Ercasty. Era una especie de héroe griego: tenía enrulados cabellos blancos, y sus ademanes eran graves. Nonagenario, habitaba una modesta casa que estaba repleta de libros y de recuerdos. Algún sueño solía visitarle en forma de poema, todavía. Y conservaba, eso sí, una muy buena memoria para sus versos y los ajenos.
 
Me contó que había intercambiado libros y retratos autografiados con Federico García Lorca. Y luego relató:
 
"Cuando la Membrives dio su primera obra en Montevideo, iba yo por 18 de Julio, y al llegar al antiguo Teatro 18 de Julio vi a un hombre que reconocí en forma instantánea. Nos reconocimos. Le di la mano y le dije: 'Tú eres García Lorca'. Y él me respondió: 'Y tú eres Sabat Ercasty'. Luego me estrechó en un abrazo y me dijo: '¡Pero entonces somos nosotros!'".
 
Antes de despedirme aquella tarde, don Carlos Sabat Ercasty me obsequió su libro Sonetos de las Agonías y los Éxtasis. Estaba deseoso de acompañarme hasta la puerta de su casa; intenté entonces ayudarle a ponerse de pie, le extendí mis manos y entonces, tomándolas, dijo: "Está levantando más de noventa años de poesía. ¿Se da cuenta cuánto pesan? ¡Y después dicen que la poesía es etérea!".
 
Pensaba que la literatura es un destino grande y que la poesía, una vocación que la inmortalidad suele preferir. Por cierto, vive y seguirá viviendo en las palabras, que parecen tan frágiles, tan tenues.
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