Carlos Sabat Ercasty es una de las cimas de la poesía de nuestra América; de manera especial, su obra tuvo alta resonancia en la primera mitad del siglo XX. Nacido en 1887 en Montevideo, en esta misma ciudad dijo adiós a todo en 1982, a los 95 años.
Dejó cuarenta libros publicados y otros tantos inéditos. Obtuvo galardones nacionales e internacionales, habló en aulas de todo el continente, fue un destacado profesor de Literatura Española y mantuvo amistad estrecha con Pablo Neruda (quien lo reconoció como su maestro), Borges y Juan Ramón Jiménez.
Cuando Carlos Sabat Ercasty era un niño deslumbrado por El Quijote acompañaba por la calle Cerrito a José Enrique Rodó, cuando éste se dirigía al correo a depositar sus cartas. Pero no se atrevía a confesarle su secreto: que escribía poemas. En cambio, solía recitándolos al hermano de Rodó, quien siempre le sugería lo mismo: "¿Por qué no se los leés a José Enrique?".
El poeta, como tantos artistas de los años 20, vestía larga capa negra, moñita al cuello, traje oscuro y sombrero aludo y sombrero, paseando un angst nacido de las tensiones creadores, de la vida bohemia y de las noches en vela en las tertulias de aquella época, en aquel lejano y tan distante Montevideo.
Yo conocí a Carlos Sábat Ercasty. Era una especie de héroe griego: tenía enrulados cabellos blancos, y sus ademanes eran graves. Nonagenario, habitaba una modesta casa que estaba repleta de libros y de recuerdos. Algún sueño solía visitarle en forma de poema, todavía. Y conservaba, eso sí, una muy buena memoria para sus versos y los ajenos.
Me contó que había intercambiado libros y retratos autografiados con Federico García Lorca. Y luego relató:
"Cuando la Membrives dio su primera obra en Montevideo, iba yo por 18 de Julio, y al llegar al antiguo Teatro 18 de Julio vi a un hombre que reconocí en forma instantánea. Nos reconocimos. Le di la mano y le dije: 'Tú eres García Lorca'. Y él me respondió: 'Y tú eres Sabat Ercasty'. Luego me estrechó en un abrazo y me dijo: '¡Pero entonces somos nosotros!'".
Antes de despedirme aquella tarde, don Carlos Sabat Ercasty me obsequió su libro Sonetos de las Agonías y los Éxtasis. Estaba deseoso de acompañarme hasta la puerta de su casa; intenté entonces ayudarle a ponerse de pie, le extendí mis manos y entonces, tomándolas, dijo: "Está levantando más de noventa años de poesía. ¿Se da cuenta cuánto pesan? ¡Y después dicen que la poesía es etérea!".