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UN MUNDO EN 80 KILÓMETROS

Ruta por la Castilla de Miguel Delibes

El desvío de la N-601, que lleva a los automovilistas madrileños hasta Valladolid, marca en mi imaginación el principio de la tierra de Delibes. Allí, por donde cuentan que mataron de noche al Caballero de Olmedo, empieza el conductor a viajar sobre tierra plana; tanto, que las puestas de sol, sin montes que las oculten, duran horas.

El desvío de la N-601, que lleva a los automovilistas madrileños hasta Valladolid, marca en mi imaginación el principio de la tierra de Delibes. Allí, por donde cuentan que mataron de noche al Caballero de Olmedo, empieza el conductor a viajar sobre tierra plana; tanto, que las puestas de sol, sin montes que las oculten, duran horas.
No sólo son las puestas de sol lo que ocurre con pausa. La duración de todas las cosas se extiende, y el que visita esa zona mudéjar de Castilla puede observarlo todo con detenimiento, olvidarse de observar; y cuando se da cuenta, nada ha cambiado.

Pasamos Olmedo y llegamos a Alcazarén, donde vive José Jiménez Lozano, premio Cervantes, amigo de Delibes y que también fue director del periódico El Norte de Castilla, donde dio sus primeros pasos literarios Francisco Umbral. Al igual que Delibes, Jiménez Lozano ha resistido el irse a vivir a Madrid. Delibes es "el creador de un mundo", dice su amigo. No es un mundo exclusivamente literario. En sus esfuerzos por retratar Castilla, Delibes acabó por configurarla en nuestras mentes y explicó lo que llevaba allí siglos. "Los hombres se hacen. Las montañas están hechas ya".

Siguiendo hacia Portillo se suceden los campos de agricultores y los pinares. Este mundo rural se presenta para Delibes lleno de ambigüedades. Por un lado, no elude retratar la mezquindad y el ambiente opresivo de ciertos pueblos, por ejemplo en Los santos inocentes o Las ratas; por otro, revela cierta nostalgia por un modo de vida ligado al campo en El camino o El disputado voto del señor Cayo. Lo que es característico de Delibes es su interés por sus personajes, especialmente por los más débiles. Hay en todos ellos una cualidad noble y profunda; y es que Castila, donde reina una sensación de eternidad, es tierra de filósofos y místicos. Algo de eso hay en Pepe el Cepero, Enrique Calleja, Lorenzo el Cazador o el Mochuelo.

En Portillo hay talleres donde se tornean y hornean cacharros de barro. De niño, me fascinaba la montaña de trebejos desechados que se habían resquebrajado en el horno. La impepinable sensación de infinitud que puebla la zona incita el cuidado por el oficio, el cultivo de la materia. No hay sentimentalismo ni en lo que se descarta ni en lo que se conserva, aunque quizá sí cierta melancolía. Delibes era un escritor de oficio, un autor atento a las cosas que componían sus libros, que atendía una por una. "La novela es un hombre, un paisaje y una pasión", decía.

Por fin llegamos a su ciudad natal. Valladolid es el centro de la comarca, la antigua capital de España, con su aire regio y edificios como el Palacio Real o el de los Condes de Benavente. A la entrada de la ciudad, por la carretera, está el estadio Nuevo Zorrilla, del Valladolid Club de Fútbol. Allí vivió Delibes, gran deportista, otra de sus pasiones. En El otro fútbol, una de sus obras menos conocidas, reflexionaba sobre el balompié, y en especial sobre los sucesos acaecidos durante la Eurocopa de 1980. La competición la ganó, como de costumbre, Alemania, y España fue eliminada en primera ronda. Como el irregular combinado nacional, su Valladolid siempre ha vivido a caballo entre la primera y la segunda división.

En el centro de la ciudad, junto a la Academia de Caballería, tiene lugar la acción de una de las mejores novelas de Delibes, El hereje, que describe el látigo de la Inquisición en su ciudad natal. "Siendo analfabeto es fácil demostrar que uno está incontaminado y que pertenece a la envidiable casta de los cristianos viejos", dice Cipriano Salcedo, personaje de la novela.

Pasado Valladolid y siguiendo por la N-601 por Villanubia y la Mudarra, antes de llegar a Medina de Rioseco nos desviamos hacia Ampudia. Cerca de allí se sitúa un coto de caza, de los que Delibes frecuentaba siempre que podía. "Soy un cazador que escribe antes que un escritor que caza". En libros como Diario de un cazador, La caza de la perdiz roja, El libro de la caza menor, Caza de España o Alegrías de la Caza recopiló sus crónicas de madrugada y escopeta, y nos ayudó a entender la expectación, la quietud y la paciencia del cazador. 

Casi toda la literatura de Delibes transcurre en esta ruta, de unos 80 kilómetros. Tengo la sensación de que esa región, su Yoknapatawpha, se mantuvo estática gracias a sus narraciones. Los que vivimos fuera podíamos leerlas, regresar y reconocer algo de un libro suyo. Ahora que se ha ido, tengo cierto temor a volver a la casa de mis abuelos. Con la muerte de Delibes, las cosas que recuerdo habrán empezado a desaparecer, se acortará la duración de las cosas, y cada vez que regrese se tornarán algo más difíciles de reconocer. Incluso el cielo de Castilla, "alto porque lo habrán levantado los campesinos de tanto mirarlo", se nos acercará a la cabeza. Los viejos se sonríen, y me dicen que así es la vida.
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