–¿Quiénes son, en su opinión, los cinco mejores economistas de todos los tiempos? ¿Y los más dañinos?
–Esa pregunta es tan popular como equívoca, porque no hay tal cosa como una persona completamente óptima o completamente pésima. Y esto vale también para los economistas. Por ejemplo: a nuestros lectores seguramente les gustará que les diga que creo que Hayek es un buen economista y Keynes es malo. Desde luego, yo lo creo. Sin embargo, Hayek abogó en Camino de servidumbre por un amplio sistema de Seguridad Social, lo que es un grave error, mientras que Keynes afirmó en su Teoría general que el poder de las ideas es más importante que el de los intereses, lo que es un gran acierto. También tuvo ideas provechosas el economista que más ha propiciado el intervencionismo además de Keynes, que fue J. S. Mill. Apunto de paso que el mismo Hayek elogió a Keynes por la mencionada afirmación en una entrevista que le hice hace muchos años en Revista de Occidente. Quizá en vez de buscar buenos y malos economistas habría que buscar buenas y malas ideas de los buenos economistas.
–¿Dónde se gesta la génesis del liberalismo moderno? ¿Cuál es la verdadera importancia de la Ilustración escocesa (Hume, Smith y "el inolvidable Dr. Hutcheson") en ella?
–La búsqueda de predecesores de cualquier doctrina es un ejercicio entretenido pero frustrante, ¡porque siempre aparece un predecesor que precede al predecesor! Por ejemplo, la Ilustración escocesa no brotó mágicamente en Escocia, y los historiadores del pensamiento han encontrado raíces escocesas en Hugo Grocio, que a su vez nos remitiría a la escolástica española. Supongo que algunos se quedarían satisfechos con esto, y de hecho se ha hablado de España como si fuera la cuna del liberalismo, como si las ideas hubiesen nacido aquí desde cero y no tuviesen filiación anterior alguna. Esto dicho, la Ilustración escocesa es sin duda alguna sobresaliente, pero, otra vez, no se trata de dioses perfectos, empezando por Adam Smith, cuya teoría del valor es equivocada y cuya teoría del intervencionismo estatal deja mucho que desear desde el punto de vista liberal, pero al que los liberales podemos elogiar porque al mismo tiempo presentó excelentes argumentos liberales tanto en La riqueza de las naciones como en La teoría de los sentimientos morales. Lo mismo valdría para el never-to-be-forgotten Hutcheson, al que Smith elogia en Sentimientos morales pero a la vez critica, y con razón, por haber centrado la virtud en la benevolencia de modo tan exclusivo que aniquila la posibilidad de que el amor propio albergue ingredientes virtuosos.
–Usted empezó como estudiante en la universidad en los años 60, periodo dorado del pensamiento keynesiano. ¿Cuándo empezó a tener dudas sobre el paradigma keynesiano? ¿Cómo descubrió el liberalismo?
–Yo fui antiliberal, keynesiano e izquierdista hasta que descubrí el liberalismo gracias a mi maestro Pedro Schwartz, que había sido socialdemócrata, como se ve en su (por otra parte excelente) libro sobre J. S. Mill. Él estaba recorriendo el camino hacia el liberalismo en los años setenta, y fue una gran fortuna para mí recibir sus lecciones en los cursos de doctorado en la Complutense en 1977. No solo me enseñó a librarme de las ideas intervencionistas que él mismo conocía bien y había defendido (también bien) hasta hacía poco, ideas tan atractivas como erróneas, sino que aceptó dirigir mi tesis doctoral y me invitó a ser profesor ayudante, con lo que me dio la oportunidad de iniciar mi carrera académica en 1979. Por suerte para mí, hemos mantenido el contacto y la amistad hasta hoy (...).
–En la polémica entre el liberalismo neoclásico de Chicago y la Escuela Austriaca, ¿en qué lado se sitúa usted? ¿Qué opina de las matemáticas y la estadística en economía?
–Esto de tener que estar en una escuela o en otra es cómodo, pero por una razón muy mala: porque ahorra el coste de pensar. Te pones (o te ponen) en una escuela y ya está. Pues, lo siento, pero no. No me gustan las escuelas ni los lados exclusivos porque el mundo es demasiado complejo. Por ejemplo, la Escuela Austriaca tiene una gran teoría del ciclo económico (debo su conocimiento y aprecio a un viejo y valioso amigo, Jesús Huerta de Soto), pero la de Chicago nos abrió los ojos ante nuevas perspectivas de análisis que no veo por qué hay que desdeñar. Otro tanto valdría para la Public Choice. Esto podrá escandalizar también, pero no solo no desdeño las matemáticas ni la estadística en economía, sino que aplaudo su uso.
–La profesión de economista, que nunca ha gozado de una gran confianza del público, ha resultado muy dañada con esta crisis. ¿Cree que habrá una especie de refundación de la ciencia económica, o que esta seguirá atada a los dogmas de la demanda agregada y el gasto público como remedio a todos los males?
–No estoy seguro de que haya que refundar la ciencia económica. Desconfío del adanismo. En todo caso, sí parece que la libertad saldrá dañada de la crisis, como sucede siempre. El único consuelo es que la presión fiscal es ya lo suficientemente elevada como que pueda subir mucho más sin costes políticos, situación que explica algunas idas y venidas políticas actuales.
–En su columna "Tontería económica", en LD, usted fustiga las falacias económicas (normalmente encuentra varias cada semana) que dicen personajes famosos. ¿Por qué políticos, sindicalistas, escritores, periodistas y otros reputados profesionales son incapaces de analizar asuntos económicos sin caer en los más manidos tópicos antiliberales e intervencionistas? ¿Por qué tan poca confianza en la libertad? ¿Cree que hay posibilidades de convencer a una parte importante de la población de las ventajas de la libertad frente a un Estado intervencionista, o el liberalismo está condenado a ser cosa de minorías? ¿Hay en el ámbito universitario más profesores que, por lo menos, expliquen el pensamiento liberal, o persiste el ninguneo a, por ejemplo, la Escuela Austriaca?
–En lugar de echar culpas sobre los demás, deberíamos reflexionar sobre si los amigos de la libertad no tendremos alguna responsabilidad en no haber sabido/podido extender más nuestro mensaje. Los tópicos se utilizan como se recurre a las escuelas: porque, como acabo de decir, ahorran el coste de pensar. Pero además resulta que la coacción es muy atractiva porque pulsa cuerdas entrañables, como apunta Hayek en La fatal arrogancia. Es posible que convenzamos a más gente de las ventajas de la libertad, pero no estoy seguro. La Escuela Austriaca es menos ninguneada hoy que antes. Por cierto, algunos de sus partidarios son bastante propensos también al ninguneo.
–¿Qué puede y debe hacer el Estado, y qué no? De entre todas las cosas que no debe hacer y hace, ¿cuál es la que más daño hace? De entre lo que debe hacer, ¿qué es lo que tiene más abandonado?
–No debería hacer nada que violara la propiedad privada y los contratos voluntarios. Y, si lo hace, debería convencernos de que debe hacerlo. En otras palabras, la carga de la prueba debería recaer siempre en el lado de la coacción y nunca en el de la libertad. Al revés de lo que suele suceder. Hablando de escuelas, el autor que más me ha influido a la hora de pensar sobre el Estado y la libertad no pertenece a ninguna escuela pero es el más profundo y original pensador liberal que conozco: se llama Anthony de Jasay.
–¿Podría explicarnos el mecanismo de creación de dinero por parte de los bancos centrales que hizo posible la expansión monetaria, causa última de la crisis? ¿Cómo es que la FED, con todo su aparato estadístico y matemático, no se percató de que era inevitable que estallase la burbuja? ¿Acaso eran conscientes de ella y se les fue de las manos?
–Esta pregunta, como las anteriores, necesita como mínimo un libro. Aprovecho para recomendarlo: Una crisis y cinco errores, que escribí con Juan Ramón Rallo. Creo que los bancos centrales, en la burbuja, se escudaron en que esta tardó bastante en trasladarse de los activos al IPC.
–Usted defiende que para salir de la crisis es necesario primero liquidar las malas inversiones hechas durante la fase de expansión crediticia. ¿No llevaría eso a unas tasas de paro insoportables? Inflación, hiperinflación o deflación, hay defensores de las tres consecuencias de las intervenciones gubernamentales en la crisis. ¿Con cuál de las hipótesis se queda usted?
–Las tasas de paro insoportables (es decir, perdurables) no derivan de la liquidación de las malas inversiones, sino de la falta de nuevas inversiones y sobre todo del intervencionismo en el llamado mercado laboral. En niveles moderados, es mejor la deflación que la inflación. Lo peor de todo es la hiperinflación, como saben bien en mi Argentina natal.
–En el ámbito internacional, todo el mundo parece de acuerdo en que un aumento del proteccionismo sería fatal, pero a la hora de la verdad las barreras de todo tipo están provocando una disminución del comercio internacional por primera vez en 20 años. ¿Es posible una guerra comercial entre China, Estados Unidos y la Unión Europea? Respecto al tráfico financiero, ¿seguirán China y otros inversores internacionales financiando indefinidamente el déficit público estadounidense? ¿Existe un límite, o es que los Estados Unidos son demasiado grandes para quebrar?
–Las guerras comerciales son posibles. Sospecho que son menos probables que antes, y sospecho que esa es una de las razones para confiar en el fin de la crisis, y en que no se eternice en una depresión.
–En el ámbito nacional, ¿será capaz el gobierno de Zapatero de disminuir el déficit público, o acabaremos en una situación a la griega? ¿Lo podría hacer un hipotético gobierno del Partido Popular?
–Es posible que el gobierno socialista contenga el déficit, aunque sobre todo lo hará indirectamente gracias a la recuperación de la economía española, que es, con todo, más fuerte y flexible que la griega. No hay ninguna diferencia fundamental entre la política económica del PP y la del PSOE. Recordemos que personajes como Sarkozy eran supuestos héroes de nuestra derecha. ¿Y qué diferencia hay entre Sarkozy y Zapatero? Ninguna.
–¿Le han propuesto algún cargo político? ¿No cree que harían falta que se incorporaran economistas honestos y con ideas claras a la política? ¿Es usted liberal por convicción moral o científica? Si no se diese la "afortunada coincidencia" de que la libertad conduce a la prosperidad, ¿sería usted liberal?
–Me han propuestos cargos políticos, que no he aceptado. No veo por qué la solución es que se incorporen economistas honestos (incluso honrados) y con ideas claras a la política. ¡Imaginemos que sean ideas claras pero muy contrarias a la libertad y que economistas honestos (incluso honrados) las llevaran a cabo con valentía sin titubear! La solución nunca pasa por la política sino por las ideas de los ciudadanos: la política solo es un atajo, y a menudo muy peligroso y contraproducente. Es claro que lo mejor es ser liberal por principios e independientemente de las consecuencias (como me dijo en una ocasión Karl Popper y evoca usted entre comillas), pero conviene tener éstas en consideración. Recomiendo para este interesante problema el libro de Pedro Schwartz En busca de Montesquieu, en especial las páginas 264-268.
NOTA: Este texto es una versión editada de la entrevista que ARTURO TAIBO y LUCÍA CASTAÑÓN realizaron a CARLOS RODRÍGUEZ BRAUN en marzo de 2010. Publicada en un primer momento en Desde el Exilio, el economista ADRIÁN RAVIER la ha rescatado en su más reciente libro, LA ESCUELA AUSTRÍACA DESDE DENTRO (vol. 1), que acaba de publicar Unión Editorial.