Yo creo que eso le pasó a Walsh toda la vida, y que por eso murió con una obra a medias. Su primera elección era entre la política y la literatura. Intentó las dos, pero murió como político sin llegar a ser del todo el escritor que era. Esa dicotomía dio un curioso resultado tras su asesinato por un grupo de tareas de la tristemente célebre Escuela de Mecánica de la Armada, al que se enfrentó con las armas en la mano el 25 de marzo de 1977: la necesidad política de reivindicarlo como víctima de la dictadura de Videla dio una difusión a su obra que tal vez no hubiese tenido de ser otro su fin.
Ese resultado no es de lamentar: Walsh era un enorme escritor y ya no importa por qué al final se le hizo caso. Parece costumbre argentina: una muerte de mierda, como la de Gardel en el incendio de un avión o la del general San Martín, Padre de la Patria, en el lejano exilio francés, asegura una posteridad gloriosa. Con el que está vivo, el argentino es más reticente: cierta fama se concede, gloria en vida ni a Borges ni a Perón, aunque al viejo poeta ciego lo reconocieran los taxistas –que probablemente no lo hubieran leído jamás– y no le cobraran.
La vida política de Walsh (1927-1977) es la de mucha gente de su generación: pasaron del antiperonismo a una cierta aceptación del peronismo porque el 9 de junio de 1956 tuvo lugar el alzamiento peronista del general Valle (con el que Perón no estaba de acuerdo) y en su represión, de la que formaron parte varios fusilamientos oficiales, entre ellos el del propio Valle (el 12 de junio) en la Penitenciaría Nacional, y otros clandestinos, como el del basural de la localidad de José León Suárez, donde fuerzas de la policía de la provincia de Buenos Aires –de terrible y bien ganada (mala) fama, que ha conseguido preservar hasta el presente–; y en su represión, decía, fusilaron a un grupo de militantes peronistas arbitrariamente detenidos en la misma noche del 9 al 10 de junio. Los responsables de la acción formaban parte de la Regional San Martín, una de las más siniestras secciones de la Bonaerense, responsable unos años más tarde (en 1962) de la desaparición del obrero Felipe Vallese.
No todos los candidatos a la ejecución murieron. Entre los que lograron fugarse se encontraba Juan Carlos Livraga, al que Walsh buscó y encontró, y cuyo testimonio es la base de Operación Masacre, publicada inicialmente como serie de artículos en el diario Revolución Nacional y en la revista Mayoría y que, como acertadamente señala Viviana Paletta en su muy buen prólogo a esta edición, es "obra fundacional de la literatura argentina y verdadero hito del género testimonial". A ésta va a seguir, en 1958, El caso Satanowsky, una obra de investigación sobre la muerte de Marcos Satanowsky –abogado de Peralta Ramos, propietario del diario La Razón–, asesinado por los servicios de inteligencia del Estado. Para este trabajo vivió Walsh durante bastante tiempo en la clandestinidad, moviéndose con un nombre falso, sin aparecer por su domicilio y armado.
En 1959 tiene lugar la revolución cubana y la fundación en La Habana de Prensa Latina, agencia oficial de noticias por Jorge Masetti, quien llama a un grupo de periodistas a unirse al proyecto, entre ellos Walsh, que se traslada a Cuba. Masetti morirá en 1964, en Salta, en la experiencia de la primera guerrilla guevarista del continente, el Ejército Guerrillero del Pueblo, como "Comandante Segundo" (el primero era el Che). Se internaron en la selva y no se volvió a saber de él. Ya en apasionada entrega romántica a la revolución, Walsh escribe:
Ese resultado no es de lamentar: Walsh era un enorme escritor y ya no importa por qué al final se le hizo caso. Parece costumbre argentina: una muerte de mierda, como la de Gardel en el incendio de un avión o la del general San Martín, Padre de la Patria, en el lejano exilio francés, asegura una posteridad gloriosa. Con el que está vivo, el argentino es más reticente: cierta fama se concede, gloria en vida ni a Borges ni a Perón, aunque al viejo poeta ciego lo reconocieran los taxistas –que probablemente no lo hubieran leído jamás– y no le cobraran.
La vida política de Walsh (1927-1977) es la de mucha gente de su generación: pasaron del antiperonismo a una cierta aceptación del peronismo porque el 9 de junio de 1956 tuvo lugar el alzamiento peronista del general Valle (con el que Perón no estaba de acuerdo) y en su represión, de la que formaron parte varios fusilamientos oficiales, entre ellos el del propio Valle (el 12 de junio) en la Penitenciaría Nacional, y otros clandestinos, como el del basural de la localidad de José León Suárez, donde fuerzas de la policía de la provincia de Buenos Aires –de terrible y bien ganada (mala) fama, que ha conseguido preservar hasta el presente–; y en su represión, decía, fusilaron a un grupo de militantes peronistas arbitrariamente detenidos en la misma noche del 9 al 10 de junio. Los responsables de la acción formaban parte de la Regional San Martín, una de las más siniestras secciones de la Bonaerense, responsable unos años más tarde (en 1962) de la desaparición del obrero Felipe Vallese.
No todos los candidatos a la ejecución murieron. Entre los que lograron fugarse se encontraba Juan Carlos Livraga, al que Walsh buscó y encontró, y cuyo testimonio es la base de Operación Masacre, publicada inicialmente como serie de artículos en el diario Revolución Nacional y en la revista Mayoría y que, como acertadamente señala Viviana Paletta en su muy buen prólogo a esta edición, es "obra fundacional de la literatura argentina y verdadero hito del género testimonial". A ésta va a seguir, en 1958, El caso Satanowsky, una obra de investigación sobre la muerte de Marcos Satanowsky –abogado de Peralta Ramos, propietario del diario La Razón–, asesinado por los servicios de inteligencia del Estado. Para este trabajo vivió Walsh durante bastante tiempo en la clandestinidad, moviéndose con un nombre falso, sin aparecer por su domicilio y armado.
En 1959 tiene lugar la revolución cubana y la fundación en La Habana de Prensa Latina, agencia oficial de noticias por Jorge Masetti, quien llama a un grupo de periodistas a unirse al proyecto, entre ellos Walsh, que se traslada a Cuba. Masetti morirá en 1964, en Salta, en la experiencia de la primera guerrilla guevarista del continente, el Ejército Guerrillero del Pueblo, como "Comandante Segundo" (el primero era el Che). Se internaron en la selva y no se volvió a saber de él. Ya en apasionada entrega romántica a la revolución, Walsh escribe:
Masetti no aparece nunca. Se ha disuelto en la selva, en la lluvia, en el tiempo. En algún lugar desconocido el cadáver del comandante segundo empuña un fusil herrumbrado.
De Cuba en adelante, el camino se estrecha: o abandona la acción política o entra en una organización armada. Elige lo segundo y en 1970 es miembro de las Fuerzas Armadas Peronistas, que desembocarán en 1973 en Montoneros. Walsh se ocupa de asuntos de inteligencia y, sobre todo, del periódico El Descamisado y la revista Noticias, en la que tiene a cargo la información policial. El resto es historia conocida: el regreso y la muerte de Perón, el paso de Montoneros a la clandestinidad, la Triple A, Videla…
Hubo una novela que quedó sin escribir. Sin embargo, con su obra periodística y sus relatos, Walsh ocupa un lugar singular en la literatura argentina: continúa por la senda abierta en el cuento y la novela por Roberto Arlt, muerto en 1942. Y abre el camino a la obra, más propiamente literaria, de Tomás Eloy Martínez: en el cuento de Walsh "Esa mujer" están casi todas las claves de Santa Evita, cosa que Martínez siempre reconoció.
Hay una novela más o menos escondida en "Fotos" y "Cartas", y otra en "Irlandeses detrás de un gato", "Los oficios terrestres" y "Un oscuro día de justicia", memorias de la época del autor en el Colegio Irlandés. Cada uno de los casos de Daniel Hernández o del comisario Laurenzi resume una novela policial de primera calidad, como pasa en algunos relatos de Bioy ("El perjurio de la nieve", por ejemplo). Pero la brevedad casi perezosa de Bioy no era la urgencia desesperada de Walsh.
En una lectura atenta de los detalles de los relatos de Walsh es posible rastrear el proceso de adaptación o aceptación estética de la clase obrera, los negros, como los llamó siempre la oligarquía terrateniente, o "mis cabecitas negras", como les decía Evita. Y juro por experiencia propia que había un abismo entre blancos, no siempre del todo blancos, y negros, que nunca fueron negros, sino descendientes de indígenas, proletarizados en su paso del mundo rural al urbano, que tuvo lugar, precisamente, en el curso de los dos primeros gobiernos de Perón (1946-1955).
En el primer cuento de Variaciones en rojo, "La aventura de las pruebas de imprenta", Walsh describe a un personaje como "un hombre pequeño y encorvado, de rostro aindiado y expresión distraída", y más abajo se refiere a "su rostro oscuro y desagradable". El libro fue publicado en 1953, en pleno peronismo, un año antes de que Cortázar decidiera que no aguantaba más y se largara a París. Del año 1952 es El examen de Cortázar, que no se atrevió a publicar: lo conocimos póstumamente y resulta ser una de sus mejores novelas, con una señalada aversión hacia el peronismo. Una aversión estética, como la de Walsh, que se esfumaría con la revolución cubana, una revolución culta, para intelectuales, marcada por la obra de Haydée Santamaría, con su construcción de Casa de las Américas, y por la campaña de alfabetización, un notable golpe publicitario en uno de los países más y mejor alfabetizados de América: era tan absurdo como hacerla en Argentina o Uruguay: la miseria cultural llegó mucho después, a finales de los setenta.
No era lo mismo tratar con "los negros" que con las masas proletarias alfabetizadas. Hubo allí una mutación, y tanto Walsh como Cortázar murieron en la izquierda, peronista el primero, sandinista el segundo, que jamás volvió a la Argentina. Les pasó a muchos en esa generación: Pirí Lugones, nieta del poeta nacional y compañera de Walsh en una época, y también asesinada; Paco Urondo, muerto en enfrentamiento con el ejército; Germán Rozenmacher, que no soportó el proceso y se suicidó en 1971… y no sigo, no hace falta.
Si se quiere entender la Argentina, hay que leer a Walsh, sus relatos tal como están editados en este volumen, en su orden vital, y sus obras de investigación histórica: no pongo "periodística" porque excede con mucho esa función: se trata de libros-fuente, libros-documento, para trabajar sobre ellos dentro de cien años y encontrar una época viva, con todas sus contradicciones.
ROBERTO WALSH: CUENTOS COMPLETOS. Veintisiete Letras (Madrid), 2010, 648 páginas.
vazquezrial@gmail.com
www.vazquezrial.com
Hubo una novela que quedó sin escribir. Sin embargo, con su obra periodística y sus relatos, Walsh ocupa un lugar singular en la literatura argentina: continúa por la senda abierta en el cuento y la novela por Roberto Arlt, muerto en 1942. Y abre el camino a la obra, más propiamente literaria, de Tomás Eloy Martínez: en el cuento de Walsh "Esa mujer" están casi todas las claves de Santa Evita, cosa que Martínez siempre reconoció.
Hay una novela más o menos escondida en "Fotos" y "Cartas", y otra en "Irlandeses detrás de un gato", "Los oficios terrestres" y "Un oscuro día de justicia", memorias de la época del autor en el Colegio Irlandés. Cada uno de los casos de Daniel Hernández o del comisario Laurenzi resume una novela policial de primera calidad, como pasa en algunos relatos de Bioy ("El perjurio de la nieve", por ejemplo). Pero la brevedad casi perezosa de Bioy no era la urgencia desesperada de Walsh.
En una lectura atenta de los detalles de los relatos de Walsh es posible rastrear el proceso de adaptación o aceptación estética de la clase obrera, los negros, como los llamó siempre la oligarquía terrateniente, o "mis cabecitas negras", como les decía Evita. Y juro por experiencia propia que había un abismo entre blancos, no siempre del todo blancos, y negros, que nunca fueron negros, sino descendientes de indígenas, proletarizados en su paso del mundo rural al urbano, que tuvo lugar, precisamente, en el curso de los dos primeros gobiernos de Perón (1946-1955).
En el primer cuento de Variaciones en rojo, "La aventura de las pruebas de imprenta", Walsh describe a un personaje como "un hombre pequeño y encorvado, de rostro aindiado y expresión distraída", y más abajo se refiere a "su rostro oscuro y desagradable". El libro fue publicado en 1953, en pleno peronismo, un año antes de que Cortázar decidiera que no aguantaba más y se largara a París. Del año 1952 es El examen de Cortázar, que no se atrevió a publicar: lo conocimos póstumamente y resulta ser una de sus mejores novelas, con una señalada aversión hacia el peronismo. Una aversión estética, como la de Walsh, que se esfumaría con la revolución cubana, una revolución culta, para intelectuales, marcada por la obra de Haydée Santamaría, con su construcción de Casa de las Américas, y por la campaña de alfabetización, un notable golpe publicitario en uno de los países más y mejor alfabetizados de América: era tan absurdo como hacerla en Argentina o Uruguay: la miseria cultural llegó mucho después, a finales de los setenta.
No era lo mismo tratar con "los negros" que con las masas proletarias alfabetizadas. Hubo allí una mutación, y tanto Walsh como Cortázar murieron en la izquierda, peronista el primero, sandinista el segundo, que jamás volvió a la Argentina. Les pasó a muchos en esa generación: Pirí Lugones, nieta del poeta nacional y compañera de Walsh en una época, y también asesinada; Paco Urondo, muerto en enfrentamiento con el ejército; Germán Rozenmacher, que no soportó el proceso y se suicidó en 1971… y no sigo, no hace falta.
Si se quiere entender la Argentina, hay que leer a Walsh, sus relatos tal como están editados en este volumen, en su orden vital, y sus obras de investigación histórica: no pongo "periodística" porque excede con mucho esa función: se trata de libros-fuente, libros-documento, para trabajar sobre ellos dentro de cien años y encontrar una época viva, con todas sus contradicciones.
ROBERTO WALSH: CUENTOS COMPLETOS. Veintisiete Letras (Madrid), 2010, 648 páginas.
vazquezrial@gmail.com
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