La historia literaria decanta los perfiles de cada cual y hace extraños compañeros de cama. Por ejemplo, Werfel (nacido en Praga en 1890 y muerto en EEUU en 1945), que fue un pope en la Viena de su día, que hacía y deshacía reputaciones de escritores –se le consideraba un cazatalentos–, es ahora considerado un escritor revelación, y desde luego un escritor menor. Y en medio de tanto genio, tal vez realmente lo fuera. Esa era al menos la opinión de Kraus, y desde luego de Elías Canetti. Este último le dedica desdeñosos comentarios en sus memorias.
Werfel era "el último trofeo" de Alma Mahler, llamada por Canetti "la Viuda", por la cantidad de maridos famosos que iba dejando en el camino, o la "viuda del arte", como la llamaba Tom Wolfe, creo que en La palabra pintada; y trató de hundir la carrera del joven Canetti, locamente enamorado de Anna Mahler, la hija mayor de Alma y del célebre músico. No lo hizo por pura maldad sino, de creer a Canetti, por puro despotismo literario, no exento de cierto esnobismo.
El triunfo de los nazis pilla a Werfel y a Alma en Capri, y la pareja no regresa a Viena. Se marchan a París, de donde también tienen que huir. Atraviesan los Pirineos y, desde Lisboa, llegan a los Estados Unidos, donde Werfel terminaría sus días poco después.
Franz Werfel era muy estimado como poeta y dramaturgo, pero también escribió algunas novelas, entre las que destaca de manera singular esta Reunión de bachilleres. El planteamiento no puede ser más sencillo ni más universal. Una promoción de estudiantes se reúne 25 años después de terminar sus estudios de bachillerato. Unos han triunfado, otros menos. También los hay que han muerto en la guerra del 14-18 (estamos en 1927), y otros que simplemente no aparecen.
Como ocurre en estos casos, casi todos van a regañadientes. Ahí se van a reproducir los mismos agrupamientos por clase social y las mismas complicidades que en las aulas. Para rematarlo, llevan a un viejo profesor de Historia que ni les reconoce y que sólo recuerda a uno de los ausentes, el más brillante de la clase, que se echó a perder en el último tramo de sus estudios y cuyo recuerdo pesará sobre todos como una losa. En particular sobre el narrador de la historia, un juez instructor que cree haberle visto como inculpado de un crimen en su juzgado aquella misma mañana.
Esta sospecha se vuelve certeza en la vigilia atormentada del juez, que tras la cena no ha podido dejar de dar vueltas al pasado. Por su mente pasan las escenas de su juventud crapulenta, los novillos escolares, las borracheras y la degradación a la que consigue arrastrar, precisamente, a ese joven tan singular, prometedor y brillante que no tiene la suficiente fuerza moral para resistirse a su acoso y se precipita a un abismo del que no se consigue salvar, cosa que sí consiguen los otros.
Porque lo que se narra en esta novela, subtitulada 'Historia de una culpa juvenil', es precisamente lo que ahora conocemos por acoso escolar, agravado por la falta de sensibilidad existente en la época ante un problema que no es precisamente de ahora. La recreación del ambiente escolar, la crueldad de la juventud y la ceguera de los mayores es agigantada por determinados trazos expresionistas de la prosa del autor, lo que causa un vivísimo impacto. El arrepentimiento del juez y las escenas de culpa e imposible perdón tienen, además, tintes casi dostoievskanos.
Un libro incisivo y ciertamente actual, bastante más cercano a Canetti de lo que éste hubiera deseado que recordáramos.
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