Entonces, el ahora ministro de Administraciones Públicas no fijó la cuantía; cuatro años más tarde, el PSOE ha lanzado una: 421 euros al mes para cada europeo. Sevilla aseguraba, en un simposio sobre la materia celebrado en 2001, que la renta básica se justificaba nada menos que en la libertad. Sin redoble de tambores, proclamaba: "La libertad para llevar adelante la opción de vida que cada uno elija libremente difícilmente se puede hacer si uno no tiene garantizado un mínimo nivel de renta asegurado y garantizado" (sic) .
Sutilezas estilísticas y oratorias al margen, Sevilla hacía alusión a un peligroso argumento que tiene su mayor valedor en Philippe van Parijs, coautor del libro que reseñamos, La renta básica. A juicio de Parijs, la libertad real "exige que se reparta todo lo que nos es dado de forma igual incluyendo los bienes que obtenemos (…) durante (…) el curso de nuestra existencia".
La tesis sobre la que pivota la renta básica, como recogen Van Pariks y Yannick Vanderborght en esta obra, es que la libertad no se entiende de forma negativa, como ausencia de coacción, sino como oportunidad para la acción. Esto conduce a los autores a confundir libertad con oportunidad. ¿Acaso una persona que, por el motivo que fuere, no tenga el dinero necesario para pagar una entrada de cine carece de libertad? Por el contrario, un preso, al que se le da comida y ropa, gozaría de libertad, lo cual, evidentemente, carece de sentido.
El primer paso para el liberticidio es corromper el lenguaje. La izquierda es una experta en ello. Antes llamaba al comunismo "democracia real"; ahora denomina al intervencionismo radical "libertad real".
Con igual desvergüenza, los fundadores de la asociación BIEN (Basic Income Earth Network) dicen en este libelo que "muchos defensores del socialismo sitúan la superioridad de esta medida en la abolición de la explotación capitalista"; ahora bien, en el subtítulo se habla de "una medida eficaz para luchar contra la pobreza".
El caso es que pretenden incrementar la coacción estatal. Por mucho que insistan en que la renta básica se concedería con independencia del nivel de ingresos, incrementaría el gravamen sobre las clases más productivas, lo cual sí que implica destruir la libertad individual.
Pensemos además, en el coste que supondría llevar a la práctica esta idea. Según ha estimado Fernando Serra, una propuesta como la de Sevilla podría suponer al erario público alrededor del 40% del PIB. Así, como ironizaba el colaborador de Libertad Digital, todos los españoles dejaríamos atrás el infierno de la necesidad para entrar directamente en el reino de la libertad. Incluso decidiéramos rebajar el importe de la renta básica a unos 200 euros, bastante menos de lo que pide el Partido Socialista, el Estado debería dedicar un presupuesto de unos 20 billones de las antiguas pesetas, prácticamente todo su gasto social.
Con todo, hay que reconocer que si con esta medida se eliminara todo el gasto social, habría que aplaudirla, porque pondría coto al paternalismo estatal. Cada ciudadano dispondría de sólo un subsidio, y habría que privatizar los hospitales, los colegios y cerrar casi todos los ministerios. Para muchos, ése sí que sería un mundo mejor.
Sin embargo, aunque en algunas partes del panfleto Van Parijs y su colega dejan entrever esta posibilidad para captar al lector sensato, pronto corren en defensa del Estado paternalista, puesto que, aseguran, "la renta básica deberá seguir siendo completada (…) por formas condicionales de asistencia y sistemas de seguridad social".
Al desvanecerse la ilusión, nos encontramos con una propuesta que ampara el establecimiento de nuevos impuestos y el incremento de otros, como el IVA y aquellos que no se atreven a mencionar: el de Sociedades o el IPRF; además, estaría la reducción neta de los salarios.
Por otra parte, y como ha recordado Juan Ramón Rallo, los defensores de esta propuesta obvian la descapitalización que sucedería a la introducción de un "sueldo de por vida", lo cual desataría una crisis en cascada. Primero vendría la subida de los tipos de interés, y la de las hipotecas, en medio de una escalada de precios que provocaría cierres de empresas y despidos masivos.
El sueño de "unos pocos excéntricos" no acabaría, como sugieren los autores, en una "evidencia para todos", sino en un terrible delirio fruto de una de las enfermedades más peligrosas del mundo: la estupidez.
Bajo la mascarada de este plan contra la pobreza, el "marxismo analítico" de Van Parijs y su colega esconde, en una prosa tremendamente aburrida y confusa, un programa letal.
Su justificación es aún más terrible que los efectos que provocaría semejante plan maximalista, porque la libertad no necesita ningún adjetivo, como los que Sevilla y Van Parijs utilizan para matarla. Libertad es ese "No me pises" (Do not tread to me) que enarbolaron los americanos en su lucha contra los ingleses.
Lamentablemente, la Europa en que vivimos es adicta al cianuro. Incluso si la propuesta no sale adelante en Estrasburgo, tenemos aún una subcomisión en el Congreso dedicada a ella. Es duro reconocerlo, pero parece que caminamos derechos hacia el precipicio.