El coste de esa batalla sería grande. Represión y exilio acompañaron a los liberales durante décadas, y la mayor parte de Europa les dio la espalda. Quintana escribió al respecto: "Al amargo sentimiento que afligía entonces a los españoles por los males sin cuento amontonados sobre su país, se añadía el enojo de verse insultados y calumniados por todos los ecos vendidos al despotismo europeo". La amarga situación que generaba el exilio y el sentimiento de derrota sirvió a algunos para reflexionar sobre los errores cometidos. A otros, en cambio, les permitió convertir sus equivocaciones en injusticias provocadas por terceros, y radicalizaron sus planteamientos políticos.
Para la generación siguiente, el Dos de Mayo, Bailén, la guerra en sí fueron, en palabras de Galdós, episodios nacionales. Era la memoria de un pueblo protagonista. La guerra que comenzó en 1808 fue el referente patriótico del XIX, celebrado como la fiesta nacional por gobiernos de distintos partidos y sobre todo por el pueblo. Pero además fue un hecho traumático que –como escribió Miguel Artola, recuperando a los liberales del momento– constituyó la "revolución española". La irrupción dolorosa de la nación en su contemporaneidad, con una guerra total, de liberación, prolongada durante seis años, cruzada por un proceso revolucionario que colocaba el país a la vanguardia política del momento, generó ya entonces una avalancha de reflexiones. El destrozo económico duró más de treinta años, el impacto político se extendió a otros países y permaneció en la vida nacional hasta 1836, última resurrección de la Constitución de Cádiz.
El libro Relatos después de la batalla, que ha editado la Fundación Dos de Mayo, y que cuenta con una introducción de Antonio Fernández García y una nota previa de Fernando García de Cortázar, recoge con acierto una pequeña muestra de los pensamientos que generó la Guerra de la Independencia. El introductor, con una elogiable capacidad de síntesis que aúna conocimientos y amenidad, proporciona las claves de los autores de los textos recogidos en el volumen: Jovellanos, Capmany, Alcalá Galiano, Mesonero Romanos y Larra; dos ilustrados diferentes, tres liberales distintos.
Fernández retoma de Jovellanos su dilema de 1808, cuando los afrancesados le llamaron para incorporarse al gobierno del rey José. El ilustre asturiano, dice el introductor, "puso su saber al servicio de la España patriótica que luchaba contra los franceses" (p. XVII). Jovellanos postuló desde el principio de la contienda la restauración de las formas tradicionales de gobierno en nuestro país, que a su entender, y como corroboró Martínez Marina en su Ensayo histórico sobre la antigua legislación –publicado en 1808–, era una monarquía limitada por las Cortes y sujeta a la ley. La influencia de Jovellanos en la Junta Central, el gobierno nacional formado en septiembre de aquel año, fue importante a la hora de configurar el nuevo régimen. Jovellanos dibujó un "organigrama conservador", en palabras de Fernández, con soberanía regia y Cortes estamentales, que no fue luego seguido por los liberales de Cádiz, pero que no le libró de las críticas de los postulantes del absolutismo. Esta es la razón por la que escribió Memoria en defensa de la Junta Central, cuyo artículo quinto se recoge en este libro.
Antonio Capmany tenía una personalidad muy distinta a la de Jovellanos. Frecuentaba en Madrid la tertulia avanzada de Quintana, donde se daban cita buena parte de los liberales que marcaron el periodo; pero el recelo personal que sentía hacia ellos le llevó a cometer sonoras mezquindades en las Cortes de Cádiz. Capmany escribió el que fue, sin duda alguna, el texto propagandístico más importante de la guerra, y que ya hemos reseñado aquí: Centinela contra franceses. Fernández se hace eco, como no podía ser de otra manera, de la controversia historiográfica que suscita el manejo de la idea de nación en Capmany, decantándose por afirmar que la nación "no fue una invención de Cádiz" (p. XXIII).
Dos testigos del Dos de Mayo como Mesonero Romanos –entonces un niño de cinco años– y Alcalá Galiano –ya con diecinueve– son los dos autores que selecciona Fernández para ilustrar la visión posterior de la guerra. Galiano escribió sus Recuerdos, cuyos capítulos I a X son los que aparecen en este libro, muchos años después de los acontecimientos. Y lo hizo cuando era repudiado por los mismos radicales con los que compartió tertulia, escaño y revolución. No fue un autoritario, frente a lo que ha escrito una de sus biógrafas, sino un liberal doctrinario, como señaló Luis Díez del Corral, lo que es muy diferente. Su evolución desde el radicalismo durante el Trienio a la moderación durante la regencia de María Cristina se debió más al estudio de la teoría política y constitucional y de las historias de España y Europa que a la mera táctica, la fobia o el interés económico. De hecho, aunque llegó a ministro, su pobreza fue tal, que su entierro tuvieron que costearlo sus compañeros de Gabinete.
Mesonero Romanos es uno de los personajes más simpáticos del XIX español. Trabajador y buen escritor, este madrileño fue un fiel representante de ese costumbrismo al que debemos, en parte, el conocer cómo se vivía, pensaba y sentía entonces en la capital. En sus Memorias de un setentón no sólo se pueden leer las escenas más dramáticas del 2 y 3 de mayo de 1808, sino los cantares populares que constituyeron la banda sonora de la guerra, como aquel que decía:
Para la generación siguiente, el Dos de Mayo, Bailén, la guerra en sí fueron, en palabras de Galdós, episodios nacionales. Era la memoria de un pueblo protagonista. La guerra que comenzó en 1808 fue el referente patriótico del XIX, celebrado como la fiesta nacional por gobiernos de distintos partidos y sobre todo por el pueblo. Pero además fue un hecho traumático que –como escribió Miguel Artola, recuperando a los liberales del momento– constituyó la "revolución española". La irrupción dolorosa de la nación en su contemporaneidad, con una guerra total, de liberación, prolongada durante seis años, cruzada por un proceso revolucionario que colocaba el país a la vanguardia política del momento, generó ya entonces una avalancha de reflexiones. El destrozo económico duró más de treinta años, el impacto político se extendió a otros países y permaneció en la vida nacional hasta 1836, última resurrección de la Constitución de Cádiz.
El libro Relatos después de la batalla, que ha editado la Fundación Dos de Mayo, y que cuenta con una introducción de Antonio Fernández García y una nota previa de Fernando García de Cortázar, recoge con acierto una pequeña muestra de los pensamientos que generó la Guerra de la Independencia. El introductor, con una elogiable capacidad de síntesis que aúna conocimientos y amenidad, proporciona las claves de los autores de los textos recogidos en el volumen: Jovellanos, Capmany, Alcalá Galiano, Mesonero Romanos y Larra; dos ilustrados diferentes, tres liberales distintos.
Fernández retoma de Jovellanos su dilema de 1808, cuando los afrancesados le llamaron para incorporarse al gobierno del rey José. El ilustre asturiano, dice el introductor, "puso su saber al servicio de la España patriótica que luchaba contra los franceses" (p. XVII). Jovellanos postuló desde el principio de la contienda la restauración de las formas tradicionales de gobierno en nuestro país, que a su entender, y como corroboró Martínez Marina en su Ensayo histórico sobre la antigua legislación –publicado en 1808–, era una monarquía limitada por las Cortes y sujeta a la ley. La influencia de Jovellanos en la Junta Central, el gobierno nacional formado en septiembre de aquel año, fue importante a la hora de configurar el nuevo régimen. Jovellanos dibujó un "organigrama conservador", en palabras de Fernández, con soberanía regia y Cortes estamentales, que no fue luego seguido por los liberales de Cádiz, pero que no le libró de las críticas de los postulantes del absolutismo. Esta es la razón por la que escribió Memoria en defensa de la Junta Central, cuyo artículo quinto se recoge en este libro.
Antonio Capmany tenía una personalidad muy distinta a la de Jovellanos. Frecuentaba en Madrid la tertulia avanzada de Quintana, donde se daban cita buena parte de los liberales que marcaron el periodo; pero el recelo personal que sentía hacia ellos le llevó a cometer sonoras mezquindades en las Cortes de Cádiz. Capmany escribió el que fue, sin duda alguna, el texto propagandístico más importante de la guerra, y que ya hemos reseñado aquí: Centinela contra franceses. Fernández se hace eco, como no podía ser de otra manera, de la controversia historiográfica que suscita el manejo de la idea de nación en Capmany, decantándose por afirmar que la nación "no fue una invención de Cádiz" (p. XXIII).
Dos testigos del Dos de Mayo como Mesonero Romanos –entonces un niño de cinco años– y Alcalá Galiano –ya con diecinueve– son los dos autores que selecciona Fernández para ilustrar la visión posterior de la guerra. Galiano escribió sus Recuerdos, cuyos capítulos I a X son los que aparecen en este libro, muchos años después de los acontecimientos. Y lo hizo cuando era repudiado por los mismos radicales con los que compartió tertulia, escaño y revolución. No fue un autoritario, frente a lo que ha escrito una de sus biógrafas, sino un liberal doctrinario, como señaló Luis Díez del Corral, lo que es muy diferente. Su evolución desde el radicalismo durante el Trienio a la moderación durante la regencia de María Cristina se debió más al estudio de la teoría política y constitucional y de las historias de España y Europa que a la mera táctica, la fobia o el interés económico. De hecho, aunque llegó a ministro, su pobreza fue tal, que su entierro tuvieron que costearlo sus compañeros de Gabinete.
Mesonero Romanos es uno de los personajes más simpáticos del XIX español. Trabajador y buen escritor, este madrileño fue un fiel representante de ese costumbrismo al que debemos, en parte, el conocer cómo se vivía, pensaba y sentía entonces en la capital. En sus Memorias de un setentón no sólo se pueden leer las escenas más dramáticas del 2 y 3 de mayo de 1808, sino los cantares populares que constituyeron la banda sonora de la guerra, como aquel que decía:
Ya se fue por Ventas
el Rey Pepino
con un par de botellas
para el camino.
El libro lo cierra un artículo de Larra en el que habla sobre los hombres-globo, es decir, aquellos que, como Godoy, ascienden de forma meteórica pero son menos vistos cuanto más suben. Antonio Fernández ha buscado así el contrapunto a Mesoneros al seleccionar a un radical frente a un liberal conservador. Son, en definitiva, puntos de vista distintos pero convergentes, que dan cuenta de una época en la que las esperanzas se mezclaban con las venganzas y la libertad era una realidad, una condena o un mero espejismo, según el español con que uno cruzara un par de palabras.
VVAA: RELATOS DESPUÉS DE LA BATALLA, 1808-1823. Espasa Calpe (Madrid), 2008, 425 páginas.
VVAA: RELATOS DESPUÉS DE LA BATALLA, 1808-1823. Espasa Calpe (Madrid), 2008, 425 páginas.