Hay entradas para todos y cada uno de los días en que Ronald Wilson Reagan ostentó la Presidencia de los EEUU (bueno, para todos no: hubo de interrumpir esta tarea, y casi todas, los días en que estuvo hospitalizado para recuperarse del intento de magnicidio de que fue víctima el 30 de marzo de 1981). Resulta notable la capacidad de síntesis de Regan, su prosa clara y sencilla –que tiene por consecuencia una lectura fácil–, así como su decisión: hay muy pocas tachaduras en el original (la edición de estos papeles, que se conservan en la Biblioteca Presidencial Ronald Reagan, ha corrido a cargo del catedrático de Historia Douglas Brinkley).
Estos diarios dejan hablar al Reagan más íntimo, al hombre que, con humildad y sinceridad, anota los hechos políticos y sociales del momento. Escribe el presidente y el ciudadano, en una fascinante mezcla de códigos. Podemos así acercarnos al Reagan orgulloso de su condición de hombre norteamericano, al líder de la nación más poderosa del mundo y al padre de familia, al esposo y al diplomático.
Reagan escribe aquí, por ejemplo, sobre política económica, sobre los programas de reducción de armamentos, sobre la guerra del Líbano, sobre el Irangate, sobre el colapso del imperio soviético. Y, claro, sobre Estados Unidos, esa refulgente ciudad en lo alto de la colina, según sus propias palabras, de hondas reminiscencias winthropianas. Tampoco faltan los comentarios sobre personalidades políticas de todo tipo, como Yaser Arafat, Fidel Castro, Muamar el Gadafi, Daniel Ortega, Sadam Husein, Manuel Noriega, Juan Pablo II, Margaret Thatcher y Mijaíl Gorbachov. Ni las anotaciones que tienen por centro a su familia. De hecho, de estos papeles se desprende que nada preocupó más a Reagan que su familia y su matrimonio. Y Dios.
El ex presidente no incurre jamás en la autoadulación por los logros conseguidos, ni da en lanzar invectivas contra sus enemigos. Por otra parte, sus escritos hablan a las claras de una personalidad muy segura y que vivía en el día a día. Y, como no podía ser de otra manera, hay muestras de sobra de su legendario humor.
A los lectores españoles les interesará conocer el respeto y la simpatía que profesaba Reagan a nuestra Monarquía: para él, Don Juan Carlos y Doña Sofía habían servido de faro para la consolidación de la democracia. No faltan las referencias al papel de España en la OTAN y a la visita que cursó a nuestro país, en mayo del 85. Por ejemplo, ésta: "Las calles [de Madrid] estaban llenas de gente que nos animaba. Había habido una manifestación hostil antes de nuestra llegada. Era como si la gente nos quisiera estar diciendo que no nos preocupáramos por eso". (En la entrada del día siguiente, Reagan volverá a elogiar el pueblo español). O esta otra, del 24 de julio de 1984: "Manuel Fraga, jefe del partido de la oposición en España, vino a verme. Ojalá estuviera su partido en el poder, y frente a los socialistas".
Lástima que el editor haya decidido no seleccionar la entrada correspondiente al 23 de febrero de 1981. Estaría bien conocer qué escribió aquel día, ¿verdad? Habrá, pues, que echar un vistazo a los manuscritos originales.
Para concluir, diré que el valor fundamental de The Reagan Diaries radica en que nos permite ver los hechos y momentos clave de la década de los 80 con los ojos de un político que marcó época y dejó un espléndido legado político e histórico.
THE REAGAN DIARIES. Harper Collins (Nueva York), 2007. 767 páginas.