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ARMAS, GÉRMENES Y ACERO

Progreso y civilización

¿Por qué unas sociedades progresan y otras no? Es una de las preguntas que más se han planteado a lo largo de la historia. Muchos creen que lo que motiva el atraso de los países del Tercer Mundo son las diferencias raciales y culturales; otros, por el contrario, cargan contra las instituciones. Por último, hay quienes piensan que todo gira en torno a las armas, los gérmenes y el acero. El profesor Jared Diamond, autor del libro que nos ocupa, es uno de éstos. 

¿Por qué unas sociedades progresan y otras no? Es una de las preguntas que más se han planteado a lo largo de la historia. Muchos creen que lo que motiva el atraso de los países del Tercer Mundo son las diferencias raciales y culturales; otros, por el contrario, cargan contra las instituciones. Por último, hay quienes piensan que todo gira en torno a las armas, los gérmenes y el acero. El profesor Jared Diamond, autor del libro que nos ocupa, es uno de éstos. 
Con tal premisa se propone recorrer la historia de los últimos 13.000 años. Ello supone que, pese a las 600 páginas que ocupa su obra, no alcance a cubrir siquiera el siglo XVI. Para sorpresa del lector, se centra más en cómo surgió la agricultura, o en cómo se esparcen la malaria y la peste, que en el surgimiento del derecho romano, la Constitución de 1812 o la Declaración de Independencia de los Estados Unidos.
 
Aun así, Armas, gérmenes y acero consigue interesar a ratos al lector, y si es español, aún más, puesto que parte del apasionante relato de la captura del emperador inca Atahualpa por Pizarro. Pero, ya introducido el suceso histórico, su preferencia por el perdedor se manifiesta de forma torpe y políticamente correcta. Al parecer, todo resultó ser fruto de la casualidad. De hecho, la epidemia que diezmó a la población inca provocó la muerte del emperador Huayna Cápac y condujo a la lucha por el trono entre Atahualpa y su hermano. Esta cadena de acontecimientos motivó que Atahualpa y Pizarro se reunieran en el pueblo de Cajamarca (en el actual Perú), donde, bajo falsas promesas de restitución del imperio, el español logró hacer prisionero a su adversario.
 
Desde el comienzo Diamond se propone explicar que sólo los accidentes geográficos permiten entender por qué el Imperio Español colonizó América, o por qué algunos países disfrutan de unos índices de bienestar insospechados hace décadas.
 
Aceptando tales premisas, es lógico que sostenga que la razón última de la conquista del Nuevo Mundo no fuera la sagacidad de los españoles, su cultura o el catolicismo, sino los gérmenes que traían los descubridores.
 
Colón, al pisar por vez primera tierra americana.Las bacterias y virus que portaban los súbditos de los Reyes Católicos propagaron enfermedades, desconocidas en las Américas, que mermaron el número de lugareños. Si a ello le sumamos el que España dispusiera de armas de fuego, caballos y buques, ya tenemos aclaradas las causas de la victoria. Quien quiera saber a qué se debió tal ventaja tecnológica tendrá que leerse el libro entero.
 
Aunque podemos adelantar que, movido por una suerte de materialismo filosófico, Diamond concluye que el motor del progreso fue la abundancia de alimentos. Esto le obliga a remontarse al comienzo de la agricultura, hace 13.000 años. Aquella revolución que tuvo lugar en el Creciente Fértil, área del Oriente Medio actual, fue aprovechada casi exclusivamente, gracias a su orientación geográfica privilegiada, por Eurasia.
 
El motivo estriba en que Eurasia tiene un eje este-oeste, mientras que los de África y América son norte-sur. Como las cosechas dependen del clima y éste varía enormemente con la latitud, los cultivos y los animales domésticos se esparcieron por Eurasia con más facilidad que en otros continentes.
 
De ahí la idea principal del libro, bien simple: "La historia siguió trayectorias distintas para diferentes pueblos debido a las diferencias existentes en los entornos de los pueblos, no debido a diferencias biológicas entre los propios pueblos".
 
Como se pueden imaginar, todas las diferencias se resumen en que Eurasia disfrutó de la agricultura antes que otros continentes, y eso precipitó un avance en cascada que no se produjo con la misma intensidad en otras partes del mundo. Por eso, a la pregunta que le planteó un nuevo guineano, Yali: "¿Por qué vosotros, los blancos, desarrollasteis tantos [bienes materiales] y los trajisteis a Nueva Guinea, pero nosotros, los negros, teníamos tan pocos?", con la que abre el libro, el autor sólo pudo responder: por la geografía.
 
Venecia.Con una teoría tan endeble, el libro se queda sin la Piedra de Rosetta que permita descifrar el jeroglífico de la historia. Como ha señalado el historiador Victor Davis Hanson, en su recensión del último libro de Diamond: "¿Cómo es posible que los ptolomeos crearan una civilización más dinámica que la de las dinastías de los faraones, cuando heredaron de ellos una tierra esquilmada (…) y cómo explicar que los canales de Venecia que la hicieron irrelevante durante el Imperio Romano la convirtieran en una potencia mundial en 1500, y de nuevo en agua estancada en 1850?".
 
Otro ejemplo que pondría en entredicho la teoría de Diamond sería el de los Estados Unidos de América. Quizá la explicación de su prodigioso crecimiento en los últimos siglos sea que el hombre blanco exportó su tecnología. Aun así, parece que no sólo basta con que un país reciba tecnología y alimentos, su sociedad debe ser también capaz de adaptarse a los nuevos tiempos y sacar partido de la situación.
 
En cualquier caso, nadie puede negar que, aunque hiciéramos partir de un mismo punto a todas las sociedades del mundo, los resultados serían dispares; por la ambición individual y el deseo de prosperar de las personas, y no tanto por los factores medioambientales. En este sentido, un filósofo norteamericano ha señalado:
 
"Los diferentes grupos humanos no responden idénticamente a iguales impulsos. Los japoneses no tomaron partido en la creación de la ciencia moderna, pero una vez expuestos a ella la abrazaron, y ahora son líderes en tecnología. Los africanos, a pesar de haber tomado contacto con la tecnología al menos tanto tiempo como los japoneses, no han hecho que la firmas de microchips germinen en Kenia".
 
A pesar de que Clinton y Bill Gates lo hayan elogiado y un Premio Pulitzer lo haya elevado a la categoría de bestseller, estamos ante un libro claramente decepcionante, extremadamente largo y carente de un estudio ecuánime de las grandes aportaciones de Occidente a la historia universal. Quienes crean que el hombre es capaz de superar las limitaciones de su entorno y prosperar gracias a su razón, quienes se admiren de la creatividad humana y quieran investigar cómo ha sido posible el desarrollo de instituciones básicas como el derecho, deberán leer libros como La fatal arrogancia, de Hayek, o Del amanecer a la decadencia, de Jacques Barzun.
 
Si no, por lo menos pueden recrearse en aquella cita con que el pintor Wyndham Lewis resumió la necesidad de recordar a los grandes genios del pasado, que hacen cambiar el mundo y "todavía nos dominan desde la tumba, aún acechan y corretean por el presente, equivocando a los vivos, congestionando misteriosamente el tráfico, confundiendo los valores del arte y las costumbres". Este espíritu, verdadero acicate del desarrollo humano, es el aliento que falta a esta obra y lo que la hace expirar. Requiestat in pace.
 
 
Jared Diamond: Armas, gérmenes y acero. Debate, 2006; 589 páginas.
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