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Salieron de todos los pueblos de Navarra: de Artajona, de Olite, de Sangüesa, de Leiza, de Tafalla, de Ujué. Y, por supuesto, de Pamplona. En esta última se juntaron, la mañana del 19 de julio de 1936, decenas de miles de ellos, muchos más de los esperados por los sublevados: a mediodía eran ya 30.000.

En los años en que gobernaba la derecha vergonzante se registró una discreta reacción contra cierta tendencia historiográfica, nada nueva en nuestro país, que cabría resumir en la negación de España como nación y en la consideración de su historia como una equivocación colosal.

En la muerte de José Saramago, quizá lo que más se pudo oír fue eso de que era "un hombre comprometido", con lo que se mezclaba calidad literaria y vida pública. La izquierda llora al portugués para construir el mito y levantar sobre esa imagen otra de sus verdades incuestionables. Son sectarios, pero el sectarismo en el arte es tan contraproducente como cotidiano.

Fiel a la seña de identidad del pensamiento judío, en Hermeneutas de la noche Ricardo Forster no hace más que comentar comentarios. De Walter Benjamin y de Theodor Adorno, de Jorge Luis Borges y de Paul Celan, de Gershom Scholem y de Carl Schmitt, quien no sólo estuvo vinculado a la derecha alemana, sino que militó en las filas del nazismo.

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