Por primera vez, el lector peninsular (bonito oxímoron) tenía acceso a media docena de escritores rusos muertos o suicidados en el infierno soviético en traducciones directas de la lengua original y ediciones que incorporaban el fruto de otra década de investigaciones en los archivos de la antigua Lubianka, a cargo de Vitali Shentalinski.
Vamos por partes, porque sólo en estos dos primeros párrafos tenemos media docena de imprecisiones. "Panorama editorial español", por ejemplo. Nadie ignora que en España se edita mucho (más de 70.000 nuevos títulos cada año) y, a la vez, que "el lector peninsular" lee poco: la mitad de los españoles en edad de merecer libro mantiene intacta su castidad lectora. Si en Francia la tirada promedio de una novelita cualquiera escrita por el último quidam es de 5.000 ejemplares, en España a duras penas llega a los 2.000. Por no decir nada del ensayo, y ni hablar de especies en vías de extinción, como la poesía o el teatro.
En este panorama, puede parecer ocioso decir de una colección que sea "a la vez imprescindible y útil", incluso puede que no lo parezca solamente, si atendemos, por ejemplo, a las ventas. La Tragedia de la Cultura fue acogida con entusiasmo por la crítica periodística, pero un año después de su lanzamiento uno de sus responsables editoriales me confesaba esta perplejidad: daba igual que sus autores fueran Anna Ajmátova o Marina Tsvietáieva, Boris Pasternak o Mijaíl Bulgákov: invariablemente, el editor recibía devueltos palés enteros de cajas con las novedades de la famosa colección. Cajas intactas, sin abrir por los libreros. La Tragedia de la Cultura era recibida como corresponde, con la tragicómica indiferencia de un mercado glotón y con el paladar estragado.
Quién lee hoy a Isaak Bábel, me pregunto. Más seriamente, ¿quién lo ha leído? A juzgar por la parquedad de su recepción, es de temer que Bábel haya pasado directamente del olvido al lugar común. Haga el lector una pequeña encuesta entre sus conocidos: los más enterados mencionarán Caballería roja, tal vez también los Cuentos de Odessa. Pero acto seguido repetirán los desaliñados símiles de siempre, y traerán a colación, para no variar, a Chéjov. No hay dos escritores menos afines que Bábel y Chéjov, pero los dos eran rusos y ambos escribieron los mejores cuentos en esta lengua. Y si ya nadie se siente obligado a mencionar a Shólojov, es sólo porque hoy ya nadie lee El Don apacible. Por descontado, muy pocos han leído Maria, la obra de teatro que le valió a Bábel severas críticas de su amigo y mentor literario Máksim Gorki, y la primera amenaza directa del NKVD, que ordenó la cancelación de su estreno en 1935. O sus últimos relatos, sobre todo el refinado y cruel Guy de Maupassant, homenaje teñido de melancolía al escritor que más admiraba. Aunque muchos citen una frase de este cuento ("No hay hierro que pueda penetrar de forma tan efectiva en el corazón humano como un punto colocado en su sitio") para apoyar otro lugar común: el de que Bábel era, ante todo, un estilista.
Pero esto no es lo peor que se ha dicho de Bábel. De los 36 relatos de Caballería roja se han llegado a decir cosas tan estrambóticas como ésta: "La mirada de Bábel tuvo que ponerse las gafas del expresionismo para llevar a cabo esa parábola de lenta y convulsa muerte del viejo mundo". Ahí es nada: expresionismo. ¡Y con gafas! O que la prosa de Bábel es "más centelleantemente surrealista" que la de Isaac Bashevis Singer. (No revelaré las fuentes de estas perlas. Baste decir que sus autores, conocidos y reconocidos ambos, ejercen la crítica literaria en la prensa catalana).
Estilista, expresionista, surrealista. Pobre Bábel. Uno de los poquísimos escritores que se planteó el difícil reto de superar el abismo entre lo testimonial y lo ficticio y que prefería a la imaginación el silencio:
Vamos por partes, porque sólo en estos dos primeros párrafos tenemos media docena de imprecisiones. "Panorama editorial español", por ejemplo. Nadie ignora que en España se edita mucho (más de 70.000 nuevos títulos cada año) y, a la vez, que "el lector peninsular" lee poco: la mitad de los españoles en edad de merecer libro mantiene intacta su castidad lectora. Si en Francia la tirada promedio de una novelita cualquiera escrita por el último quidam es de 5.000 ejemplares, en España a duras penas llega a los 2.000. Por no decir nada del ensayo, y ni hablar de especies en vías de extinción, como la poesía o el teatro.
En este panorama, puede parecer ocioso decir de una colección que sea "a la vez imprescindible y útil", incluso puede que no lo parezca solamente, si atendemos, por ejemplo, a las ventas. La Tragedia de la Cultura fue acogida con entusiasmo por la crítica periodística, pero un año después de su lanzamiento uno de sus responsables editoriales me confesaba esta perplejidad: daba igual que sus autores fueran Anna Ajmátova o Marina Tsvietáieva, Boris Pasternak o Mijaíl Bulgákov: invariablemente, el editor recibía devueltos palés enteros de cajas con las novedades de la famosa colección. Cajas intactas, sin abrir por los libreros. La Tragedia de la Cultura era recibida como corresponde, con la tragicómica indiferencia de un mercado glotón y con el paladar estragado.
Quién lee hoy a Isaak Bábel, me pregunto. Más seriamente, ¿quién lo ha leído? A juzgar por la parquedad de su recepción, es de temer que Bábel haya pasado directamente del olvido al lugar común. Haga el lector una pequeña encuesta entre sus conocidos: los más enterados mencionarán Caballería roja, tal vez también los Cuentos de Odessa. Pero acto seguido repetirán los desaliñados símiles de siempre, y traerán a colación, para no variar, a Chéjov. No hay dos escritores menos afines que Bábel y Chéjov, pero los dos eran rusos y ambos escribieron los mejores cuentos en esta lengua. Y si ya nadie se siente obligado a mencionar a Shólojov, es sólo porque hoy ya nadie lee El Don apacible. Por descontado, muy pocos han leído Maria, la obra de teatro que le valió a Bábel severas críticas de su amigo y mentor literario Máksim Gorki, y la primera amenaza directa del NKVD, que ordenó la cancelación de su estreno en 1935. O sus últimos relatos, sobre todo el refinado y cruel Guy de Maupassant, homenaje teñido de melancolía al escritor que más admiraba. Aunque muchos citen una frase de este cuento ("No hay hierro que pueda penetrar de forma tan efectiva en el corazón humano como un punto colocado en su sitio") para apoyar otro lugar común: el de que Bábel era, ante todo, un estilista.
Pero esto no es lo peor que se ha dicho de Bábel. De los 36 relatos de Caballería roja se han llegado a decir cosas tan estrambóticas como ésta: "La mirada de Bábel tuvo que ponerse las gafas del expresionismo para llevar a cabo esa parábola de lenta y convulsa muerte del viejo mundo". Ahí es nada: expresionismo. ¡Y con gafas! O que la prosa de Bábel es "más centelleantemente surrealista" que la de Isaac Bashevis Singer. (No revelaré las fuentes de estas perlas. Baste decir que sus autores, conocidos y reconocidos ambos, ejercen la crítica literaria en la prensa catalana).
Estilista, expresionista, surrealista. Pobre Bábel. Uno de los poquísimos escritores que se planteó el difícil reto de superar el abismo entre lo testimonial y lo ficticio y que prefería a la imaginación el silencio:
No tengo imaginación, no sé inventar nada. Para escribir sobre alguna cosa he de conocerla hasta el más pequeño detalle. Por eso escribo tan despacio y tan poco. Después de cada relato he envejecido diez años... Cuando lo escribo, por pequeño que sea, trabajo como un cavador que debiera llegar él solo con su pala hasta la base del Everest.
Pero, en fin, si hasta Borges le tenía tirria a Bábel, a quien dedicó en 1938 uno de sus "Textos cautivos", uno de los más ingratos. "Irreparablemente semita", decía de él, para acto seguido despacharlo al infierno de los escritores de un solo libro ("impar", por si fuera poco) y ensalzarlo, una vez más, por su "estilo":
Babel, a principios de 1921, ingresó en un regimiento de cosacos. Naturalmente, esos guerreros estruendosos e inútiles (nadie, en la historia universal, ha sido más derrotado que los cosacos) eran antisemitas. La sola idea de un judío a caballo les pareció irrisoria, y el hecho de que Babel fuera un buen jinete no hizo sino perfeccionar su desdén y su encono. Babel, mediante un par de hazañas aparatosas y bien administradas, logró que lo dejaran en paz. Para la fama, ya que no para los catálogos, Isaac Babel es todavía un homo unius libri. Ese libro impar se titula Caballería roja. La música de su estilo contrasta con la casi inefable brutalidad de ciertas escenas. Uno de los relatos –"Sal"– conoce una gloria que parece reservada a los versos y que la prosa raras veces alcanza: lo saben de memoria muchas personas.
No voy a repetir aquí la trágica biografía de Bábel, judío de Odessa que sintió el vértigo y la fascinación de la revolución bolchevique, adoró a todos sus ídolos y acabó siendo devorado por el Moloch estalinista, un 27 de enero de 1940, en el presidio moscovita de Butyrka. Por fortuna, Vitali Shentalinski, después de más de una década de arduas investigaciones en los viejos archivos de la Lubianka, nos ha devuelto el verdadero rostro de los escritores desaparecidos por el régimen soviético, no sólo el de Bábel, también los de Gumiliev, Pilniak, Búdantsev, Mándelshtam, Tetriákov. Casi dos mil escritores sacrificados en el altar del paraíso socialista.
Es preferible releer a Bábel, no sólo el de Caballería roja, y volver a ese extraordinario documento que es su Diario de 1920. O mejor dicho, a los pocos fragmentos que sobrevivieron a la purga de sus manuscritos. Estas notas que Bábel utilizó para componer los relatos de Caballería son más que eso: un laboratorio de escritura. Con fulgurantes retazos de realidad ("Hay que penetrar en el alma del soldado, penetro en ella, todo esto es horrible, son fieras con principios"), en los que despunta el horror de quien se sentía obligado a retratar la infernal brutalidad de los hombres y también su inacabable sed de compasión y calor.
ISAAK BÁBEL: CABALLERÍA ROJA. DIARIO DE 1920. Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg (Barcelona), 1999, 254 páginas. DIARIO DE 1920. Backlist (Barcelona), 2008, 160 páginas.
Es preferible releer a Bábel, no sólo el de Caballería roja, y volver a ese extraordinario documento que es su Diario de 1920. O mejor dicho, a los pocos fragmentos que sobrevivieron a la purga de sus manuscritos. Estas notas que Bábel utilizó para componer los relatos de Caballería son más que eso: un laboratorio de escritura. Con fulgurantes retazos de realidad ("Hay que penetrar en el alma del soldado, penetro en ella, todo esto es horrible, son fieras con principios"), en los que despunta el horror de quien se sentía obligado a retratar la infernal brutalidad de los hombres y también su inacabable sed de compasión y calor.
ISAAK BÁBEL: CABALLERÍA ROJA. DIARIO DE 1920. Círculo de Lectores/Galaxia Gutenberg (Barcelona), 1999, 254 páginas. DIARIO DE 1920. Backlist (Barcelona), 2008, 160 páginas.