Antes de 1975 Pla formaba parte del olimpo catalán a pesar de que su actitud respecto del franquismo había sido de colaboración. Lo mismo podía haber pasado con Espriú, por poner sólo un ejemplo; pero como a los políticos la poesía siempre les ha parecido inocua ni siquiera se mencionaba la cuestión. Ahora bien: como a Pla no cabía negarlo, se hicieron decenas, probablemente cientos de ediciones del Cuaderno gris, un libro exquisito pero tan útil al reaccionarismo antiindustrial que se puso de moda en las izquierdas de la Transición, enemiga de trasvases, pantanos y centrales nucleares, como al sentimentalismo nacionalista de convergentes y progres. Y se dejaron para mejor momento los textos políticos. Hay que señalar que la versión española del Cuaderno la habían hecho Dionisio Ridruejo y Gloria de Ros.
En marzo de 2002, en traducción de Xavier Pericay, se presentaron los Dietarios de Pla, editados por Espasa. Los dos volúmenes de los Dietarios incluyen El cuaderno gris y Notas dispersas, y Notas para Silvia y Notas del crepúsculo. Era un acto de justicia, así como también lo era el que la presentación de la obra estuviese a cargo del entonces presidente José María Aznar, nieto de Manuel Aznar, uno de los grandes amigos de Pla. Pero la aparición en castellano, por un sello de Madrid y con el padrinazgo de Aznar, fueron en desmedro del texto en Cataluña. Todo el asunto resultaba excesivamente poco nacional, sobre todo habida cuenta de que los demás acompañantes del parto, es decir, el propio Pericay, Valentí Puig, Luis Racionero como director de la Biblioteca Nacional, Jon Juaristi como director del Instituto Cervantes y Luis Alberto de Cuenca como secretario de Estado de Cultura, eran demasiado visiblemente no nacionalistas.
En ese mismo año la editorial Destino, que siempre había publicado a Pla y que es la responsable de sus Obras Completas en 46 volúmenes, recuperó en español, en traducción de Eduard Gonzalo, Israel, 1957, uno de los mejores reportajes que se hayan dedicado nunca a ese jovencísimo Estado, nacido en 1948. Eso ya era meterse en camisa de once varas, porque en Israel, 1957 está el Pla más político, más inteligente, más fino y más lleno de aplastante sentido común. (Cabe recordar aquí que otro posterior, de 1968, igualmente excelente, nació de la pluma de un español: Israel, una resurrección, de Julián Marías, que también merecería los honores de la reedición).
Es que, franquista o no, acomodaticio o no en relación con el régimen, es muy difícil no estar de acuerdo con Pla cuando habla de política. Primero, porque no era un politólogo y no partía de teorizaciones previas: era un cronista genial, que razonaba al ritmo de los cambios de la realidad. Segundo, porque en cada uno de sus textos hay al menos una definición, al menos una nota, al menos una apostilla, que la precisión de la prosa hace indiscutible. Eso sucede con los artículos recogidos en La Segunda República española, recientemente aparecido en Destino.
Xavier Pericay ha hecho un trabajo monumental en la recopilación y edición del millar de artículos que componen La Segunda República española, aparecidos en su mayor parte en La Veu de Catalunya, diario del que Pla era corresponsal en Madrid, pero también en El Sol, Las Provincias, El Día o Informaciones. La traducción de Jorge Rodríguez Hidalgo de los 954 artículos escritos en catalán es tersa, sin sobresaltos, y no desdice el tono de los 105 que Pla escribió directamente en castellano. Y el prólogo de Valentí Puig es una lección sobre Pla, sobre el periodismo, sobre Cataluña y sobre España que nadie debería dejar de disfrutar en todo su esplendor intelectual: Puig, gran escritor en catalán y en castellano, suele reflexionar sobre Cataluña en un diario, el ABC, que casi no se lee en Cataluña, y sería hora de que su obra se difundiera como merece.
Siendo como soy un apasionado lector de memorias y de crónicas, puedo decir sin temor a errar que La Segunda República española. Una crónica, 1931-1936, de Josep Pla, es el mejor libro que conozco sobre el periodo, el más completo y minucioso, y también, seguramente, el más verídico, porque su relato está condicionado por los vientos de cada día pero está a salvo de la corrección a posteriori, que tanto mal ha hecho a la historiografía: toda la enorme obra de Barea, La forja de un rebelde, por ejemplo, se ve afectada por la revisiones hechas al hilo de la historia, y es de temer que ni siquiera por él mismo. Pla expone y se expone, en el momento pero también ante el porvenir, y sale ganando.
Mejor que contar los contenidos de la obra, será poner un par de muestras de ejemplaridad cogidas al azar entre las casi dos mil páginas del libro:
"Vistas las cosas desde Madrid, es indudable que el único problema un poco difícil que ha debido plantearse la República ha sido el problema catalán. Desde el primer momento se dio al acto de don Francesc Macià [la proclamación del Estado Catalán, bajo el régimen de una República Catalana e integrado en una futura Confederación de Pueblos Ibéricos, el mismo 14 de abril de 1931] la importancia enorme que ha tenido. Macià y sus amigos, desde el punto de vista político, han sacado a la República del ambiente algo vagaroso y abstracto que tuvo al nacer. Ante un país, en una palabra, que no supo en un momento dado qué forma concreta tendría la República, Macià resolvió de golpe el problema con el hecho consumado de la República Federal" ('Un día de fiesta nacional', en La Veu de Catalunya, 20 de abril de 1931. Compárese con la visión de Azaña).
"Repetimos que se está formando sobre toda España un enorme nubarrón de carácter extremista social y que, como suele pasar en este país con estos nubarrones, tanto podría ocurrir que el nubarrón se resolviera en un chubasco ligero como en un formidable estallido de truenos y rayos" ('Un gran nubarrón extremista', en La Veu de Catalunya, 3 de febrero de 1934).
"Aquí a todo el mundo le hace mucha gracia que los defensores de la Autonomía de Cataluña sean quienes más combatieron el Estatuto en la época de las Constituyentes. Ello demuestra que el litigio es entre derechas e izquierdas, y el error del señor Companys es haber ligado su causa a una política que, en España, ha dejado de existir prácticamente, pese a lo que puedan decir los cuatro gatos izquierdistas del periodismo de Madrid" ('Los izquierdistas españoles ya no son tan catalanistas como hace ocho días', en La Veu de Catalunya, 21 de junio de 1934).
"Los hombres del nacionalismo vasco son, pues, los responsables de la situación de su país. Son un partido formado por católicos. Son un partido tradicionalista y burgués. Son un partido contrario a la violencia, a la anarquía y al desorden. El hecho es que durante todo el verano funcionaron según el estilo de Esquerra de Catalunya. Con plena inconsciencia has seguido el juego de las fuerzas más subversivas del país. Nacionalistas a ultranza muchos de ellos, se convirtieron a última hora en seguidores de Prieto, Azaña y los comunistas. Es absurdo pensar y suponer que no iba a ser desbordados; lo extraño es que no lo hayan sido antes y más intensamente" ('Una encuesta en el Norte de España (II), El asesinato de Marcelino Oreja - La famosa teoría del desbordamiento', en La Veu de Catalunya, 23 de octubre de 1934).
Sería excesivamente prolijo transcribir aquí 'El momento actual', publicado en La Veu el 10 de octubre de 1934. Lo recomiendo muy especialmente a los lectores. Hacía cinco días que Pla no escribía: el artículo anterior tiene fecha del 5 de octubre, un día antes de la proclamación del Estat Catalá por Companys y de la insurrección de Asturias, dos asuntos de completa vigencia en la política española de hoy mismo. Hasta el 9 no redacta Pla este artículo, que comienza diciendo: "Hemos vivido en estos últimos días el movimiento subversivo más extenso y más profundo, quizá, de nuestra historia contemporánea" y que no se puede citar fragmentariamente sin que pierda al menos parte de su sentido.
Josep Pla: La Segunda República española. Destino, 2006; 1.856 páginas. Prólogo de Valentí Puig.