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JOSEP PLA Y EL VIEJO PERIODISMO

Perfectamente dentro de la vida

Josep Pla ha dejado de ser una estampa costumbrista. Da igual cuál de ellas, que han sido legión: el señor del Ampurdán, el de la boina calada, el solitario en su masía, el hombre del abrigo, el amigo del régimen, ergo el botifler de la patria catalana. También ha comenzado a sacudirse las pesadas vendas de la gloria literaria, empapadas en el natrón de frases como "el mejor prosista de las letras catalanas". Y ahora que las vendas caen una a una al suelo, Lázaro echa a andar.

Josep Pla ha dejado de ser una estampa costumbrista. Da igual cuál de ellas, que han sido legión: el señor del Ampurdán, el de la boina calada, el solitario en su masía, el hombre del abrigo, el amigo del régimen, ergo el botifler de la patria catalana. También ha comenzado a sacudirse las pesadas vendas de la gloria literaria, empapadas en el natrón de frases como "el mejor prosista de las letras catalanas". Y ahora que las vendas caen una a una al suelo, Lázaro echa a andar.
¿Cómo fingir sorpresa ante el milagro? Pla, no es que fuera un gran escritor, es que fue el primer escritor de nuestra modernidad. Entiéndase, la modernidad al hispánico modo. O sea, con sus limitaciones, como cualquier otra. Una modernidad cimentada en el uso correcto de la primera persona y la voluntad de no esquivar la realidad y el presente. Nada que ver, por tanto, con el modernism anglosajón (parodias de la Odisea y metaliteraturas a granel) o las vanguardias francesas: poudre aux yeux, vulgo cortinas de humo, pour épater le bourgeois.

Xavier Pericay no es ni mucho menos un recién llegado al milagro andante de la resurrección de Pla. De hecho, es uno de los primeros oficiantes de la puesta al desnudo de este escritor. Junto con Arcadi Espada, que además de autor, en sus Notas para una biografía, de una lectura de los diarios más crudos de Pla y alguna otra notable exhumación perpetrada al alimón con Pericay, ha sacado del palafrugellense (y de Camba también, y, a ratos, de Gaziel) nada menos que la ética del periodismo nuevo. Que nada tiene que ver con aquel New Journalism de los sesenta, tan retumbante como suelen doblar las campanas y, como ellas, necesariamente hueco (¿Qué párvulo sordo, qué negro mochales, / nos forjó esa joya de cuatro reales / que suena a oropel hueco con la lima?, ya denunciaba Verlaine en el tintineo de hojalata de la rima poética).

En Josep Pla y el viejo periodismo, libro que ostenta en su título un trampantojo, Pericay hace lo que mejor que nadie, hoy en España: filología real. O sea, filología inusual. Por lo general, esta disciplina se muestra prudente y recatada, cual novicia que aspira a ingresar en las órdenes mayores, y debidamente velada avanza por tierras antaño cultivadas y hoy barbecho universitario detectando e inventariando nostalgias de "brotes verdes". A esta filología, la académica, la real es algo parecido a lo que el periodismo "no mixtificado" al habitual, antiguo o new, que siempre se las ingenia para huir "por el escotillón". Para comprender este símil planiano, hay que leer hasta la última línea el libro de Pericay, que ofrece una recta y real lectura filológica de los inicios de Josep Pla en el oficio de periodista.

Lo fácil, ahora, sería decir que esa lectura se deja leer como una novela. Que es lo que los críticos suelen decir cuando, en el mejor de los casos, pretenden animar a los lectores; en el peor, cuando, ni siquiera conscientes de que la novela es un género tan "de escotillón" como el periodismo al uso de hoy y de ayer, desprecian la realidad para ensalzar el estilo literario. Que es el hombre, decía Buffon. En cuanto al hombre literario, ya sabemos que es esa cosa de papel que a los dos meses de salir de la imprenta es llevado a la guillotina.

No, el libro de Pericay es una exposición clara de la primera incursión de Josep Pla en el periodismo profesional. El de su época, que era, decía Pla, "el desorden absoluto". Un desorden que, al dar paso al orden, sencillamente desapareció:
Ahora se ha organizado y los periodistas se han acabado. Aquel desorden se adaptaba seguramente a mi manera de ser. Era un oficio que le llevaba a uno a hablar con la gente, a leer y a escribir. Es lo que he hecho toda la vida. Como puede usted comprobar, en conjunto no es gran cosa. Es decir: yo he sido un solitario embutido en la vida de sociedad. Esta situación duró unos cuantos años.
Pericay pone el foco de su filología en los años en los que, stricto sensu, Pla fungió de periodista. No vaya a pensarse, no fueron tantos. Es cierto que se pasó más de medio siglo publicando en diarios y en el semanario Destino, pero algunas de las funciones profesionalmente clásicas del periodismo (redactor, reportero, corresponsal) las ejerció entre el verano de 1919, cuando obtuvo su primer trabajo en Las Noticias, y la primavera de 1922, cuando cubrió para cuatro medios la Conferencia Internacional de Génova. Este es el meollo del libro de Pericay. Lo que no quiere decir que su ensayo se ciña a lo escrito y hecho por Pla en ese relativamente breve periodo. Si así fuera, estaríamos ante un recuento y recensión más o menos exhaustivo y atildado de un corpus de textos, digno de figurar en cualquier revista académica. La inteligencia de Pericay consiste en poner este rincón del universo planiano en resonancia con sus otras galaxias, nacidas o expandidas posteriormente. Con los dietarios, los cuadernos, los homenots, las Coses vistes, los dos Madrid... Vamos, con buena parte de las nada menos que treinta mil páginas que integran la obra completa de Pla. Operación que requiere, descontado lo ya dicho: inteligencia, un conocimiento y dominio de la obra planiana que sólo se alcanza después de muchos años de amoroso y paciente estudio.

Esa materia –los primeros años de periodista de Pla, iluminados por toda su obra concomitante y posterior–, Pericay la ha dispuesto en tres capítulos: su primer empleo en Las Noticias y, sobre todo, La Publicidad (que pronto iba a perder las dos "d" y, al ganar dos "t", convertirse en estandarte de Acció Catalana), los años de corresponsalía en París, los cuarenta días de la Conferencia Internacional de Génova. El primero, otros intereses aparte, es fundamental para cualquier estudioso de la prensa barcelonesa de las décadas de 1910 y 1920. El corazón del libro, que evoca la primera experiencia a la vez profesional e internacional de Pla, es, como debe ser, el capítulo intermedio, que lleva el título "París no era una fiesta", pero no por frivolidad retórica: entre las muchas y sabrosas peripecias de Pla en la capital francesa, Pericay hace una lectura en paralelo del París de Hemingway y el de Pla (o, mejor dicho, de lo que uno y otro supieron o pudieron ver y aprovechar de su contemporánea residencia en París) que por sí sola vale por todos los ensayos que pueda inspirar el siempre espinoso asunto del contraste entre dos maneras tan opuestas de situarse ante el mundo como la de un norteamericano y la de un español. En cuanto al último tramo del libro, "La barriga de Mister Barret", confieso que contiene las páginas más iluminadoras que hasta la fecha he leído sobre el recurrente debate de lo que sea viejo y nuevo en el periodismo. Un debate que, como debe ser, sigue vivo y coleando (hoy, uno de sus rostros, el arcadiano, es la gigantomaquia entre la faction y la fiction).

Por si estos placeres fueran pocos, Pericay, con su habitual mezcla de pasión por el detalle, destreza en el manejo de los tiempos y sutiles lítotes que le permiten sortear el escollo del sentimentalismo, nos introduce en una época que fue, sin duda, la más dorada del periodismo español, a través de la evocación, a veces sólo tangencial pero siempre acertada (y no pocas, acerada), de personajes debidamente reconocidos, como Xammar, Gaziel, Camba, Álvarez del Vayo, y de otros que, siéndolo menos, son dignos de todos los honores de la memoria: Romà Jori, Miró i Folguera... y el gran Henry Wickham Steed.

"El viejo periodismo nunca vivió preocupado, ni mucho ni poco, por las fronteras entre ficción y no ficción. Ni por la posibilidad de fundirlas en una suerte de sincretismo. Lo suyo era el compromiso; el compromiso con la información, que es como decir con la verdad. Y el compromiso, claro, con los lectores". La coda a esta sensata lección de Pericay es la anécdota de un obrero de Génova que se acerca, en un restaurante del puerto, a Álvarez del Vayo y Pla, en aquel 1922, y les pregunta: "¡Ah! ¿Ustedes son periodistas? Pero ¿ustedes son capaces de comprender lo que pasa en el Palazzo Reale? A ver, cuenten, hombres, cuenten...". Y cuenta Pericay:
Vayo había mirado a Pla, y Pla había mirado a Vayo, y los dos, faltos de respuesta, habían tenido que huir "por el escotillón", en vez de poder contarle a aquel obrero "alguna cosa clara, perfectamente dentro de la vida, algo no mixtificado".

Alguna cosa clara. Perfectamente dentro de la vida. Algo no mixtificado. Sí, el viejo periodismo.

Ay, ojalá pudiéramos ser hoy tan taxativos con el nuevo. Pero a los que buscamos que el mayor número de cosas, también el periodismo, esté perfectamente dentro de la vida, siempre nos quedará, no sé si París, pero seguro que este Josep Pla de Pericay.


XAVIER PERICAY: JOSEP PLA Y EL VIEJO PERIODISMO. Destino (Barcelona), 2009, 298 páginas.
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