El autor es de sobra conocido. Tiene tres grandes biografías de sendos militares del bando nacional (José Millán Astray –fundador de la Legión–, Agustín Muñoz Grandes y el general Juan Yagüe. Por cierto, que debiera animarse con Francisco Franco) y dos grandes libros de ilustraciones: La División Azul y Falangistas. Asimismo, ha firmado junto con Alfonso Bullón de Mendoza El Alcázar de Toledo. El final de una polémica, y dirigió la colección La Otra Memoria, de ensayos relacionados igualmente con la Guerra Civil. Ha demostrado de sobra conocer el período, y además es experto en un aspecto que no suele abordarse con la requerida profundidad en otras historias del conflicto: el de las relaciones internacionales.
Escribir tres biografías de generales le ha exigido conocer los rudimentos de la estrategia y la táctica militares, así como la historia militar. De modo que si un autor estaba preparado para escribir una historia más sobre nuestra última guerra intestina era él.
Son 416 páginas, que pueden parecer pocas para referir un fenómeno tan complejo. Pero también representan una ventaja. El libro es atractivo como introducción a la historia política y militar de ese período. Es ya una exigencia que la historia de la Guerra Civil arranque el 14 de abril de 1931, porque el Alzamiento tiene que situarse en el contexto político y social de la II República. De otro modo, la conjura y el golpe de una parte del Ejército y de las fuerzas sociales quedarían sin explicar, o como una revuelta arbitraria.
Togores dedica el primer capítulo a cubrir esos cinco años, y lo que vemos es esa República desmitificada por una creciente bibliografía. Una República con pocos republicanos y menos demócratas, sumida en el conflicto y lastrada por la intolerancia y la violencia. "Todos los partidos políticos españoles se habían convertido en totalitarios, ya que aspiraban a autoadjudicarse [sic] la representación de la totalidad de la nación. Todos habían excluido de su forma de ver y hacer política el respeto y la tolerancia de otros". Aunque su retrato de la II República es esencialmente correcto, creo que aquí se equivoca y es parcialmente injusto con alguna formación política, y en particular con el Partido Radical.
Nunca basta con relatar los hechos. Las acciones humanas tienen un propósito, están movidas por anhelos, sentimientos y objetivos, y es labor del historiador comprenderlos para explicarse la huella del hombre. Por eso, al relatar la Guerra Civil es necesario responder a preguntas como ésta: ¿por qué ganaron los nacionales, pese a partir en franca desventaja?
Togores no traza una teoría nueva. Aunque, como ha demostrado Stanley Payne, son varias las razones de la derrota republicana, nuestro autor se aferra sobre todo a una, a la que es difícil no atribuir la condición de fundamental. Hablamos, en cierto sentido, de lo que Ricardo de la Cierva (que tiene la mejor obra en un solo volumen sobre la Guerra Civil) llama el elemento moral. Togores incide en varias ocasiones en que la moral del bando rebelde fue generalmente muy alta, mientras que el bando republicano anduvo desunido desde el principio.
Esta diferencia podría entroncar bien con la idea, repetida desde siempre por los partidarios del Gobierno de Madrid, de que los nacionales luchaban por el fascismo y los de Azaña por la democracia pluralista. De un modo muy tosco, algo de eso hay. Pero lo que explica profundamente las diferencias, aunque Togores no llega a tales profundidades, es que los partidarios del bando nacional sabían qué defendían. Podía ser más o menos mejorable, pero era la civilización tal como la habían heredado, con una base social estable y la propiedad, la familia y la religión como ejes. En el bando republicano convivieron concepciones distintas sobre cómo se debía subvertir esa sociedad para instaurar otra sobre nuevas bases, más justas. Qué bases serían esas, con qué se quería sustituir lo existente, provocará siempre fricciones en dicho bando. También el cómo, por supuesto. Los anarquistas abogaron por la revolución inmediata, mientras que los comunistas optaron por infiltrarse en el aparato gubernamental y ganar la guerra para luego lanzar la revolución. ¿Cómo iban a elegir un camino distinto, con el antecedente de Lenin? A esas divisiones hay que añadir las que experimentó en su seno el PSOE, y las que separaban a partidos de ámbito nacional como el anterior con los particularismos localistas, grandilocuentemente llamados nacionalismos. Togores recoge esas diferencias y, plano en mano, explica cómo resultaron letales para el Ejército republicano en la estrategia de la guerra y en el mismo campo de batalla. La caída de Málaga es un ejemplo conspicuo.
Hay otro elemento moral importante que señala Togores, aunque esta vez con menos eficacia. Dice que el bando republicano tuvo siempre moral de resistencia (Madrid como caso heroico), no de victoria. Aunque según avanzaba la guerra este juicio se hace más justo, lo cierto es que el Ejército Popular tuvo más iniciativas que su enemigo, y más imaginativas. Otra cosa es que no fueran exitosas.
Es cierto que el Gobierno de Madrid perdió autoridad desde el primer momento y que fue víctima de su propia ideología. Nos dice Togores: "Giral no se dio cuenta de que, con su decisión de entregar las armas [a grupos revolucionarios], disolver las Fuerzas Armadas y anular a la Guardia Civil, estaba renunciando a los mejores instrumentos con que contaba para vencer a los sublevados", y que "los militares rebeldes tuvieron la habilidad de no suprimir los instrumentos administrativos que pervivían de los tiempos de la República". A estos les favoreció su carácter conservador. Resulta paradójico que los nacionales conservaran más el Estado republicano que sus rivales.
No elude Togores el espinoso asunto de la represión. Asume la distinción clásica de la izquierda entre la represión ejercida por uno y otro bando: organizada y sistemática la nacional, fuera del control gubernamental la republicana. Pero da la vuelta a la acusación. Así, culpa al Gobierno republicano de dejar la represión a cargo de "numerosos grupos de incontrolados y sindicatos, que robaban y asesinaban en nombre de la revolución, disfrutando de absoluta impunidad", mientras que, "entre los rebeldes, el establecimiento de un estado campamental a finales de octubre de 1936, la rígida y relativamente rápida militarización de todas las milicias políticas (...) cortó en buena medida las represalias indiscriminadas".
El relato es bueno, aunque a veces peca de desorganización (llegaremos al final de la contienda antes de adentrarnos en el relato de la batalla del Jarama). Los juicios sobre estrategia son interesantes y están bien fundamentados. Hay elogios y críticas para ambos bandos. Se explica que Franco, en su marcha hacia Madrid, utilizó el camino de Extremadura, pese a ser más largo que el de Despeñaperros, para no verse expuesto entre dos frentes y obtener la colaboración del Estado Nuevo portugués. No se valora si Franco hizo bien o mal en detenerse a liberar Toledo, aunque se le echa en cara su obsesión por la capital; en cambio se defiende su precaución de no invadir Cataluña cuando dividió de nuevo el territorio republicano en dos: como Ricardo de la Cierva, Togores apunta que Francia estaba dispuesta a entrar en guerra, lo que no convenía al gallego en absoluto, pues tenía la victoria al alcance de la mano. Sobre Vicente Rojo se adelanta una teoría arriesgada pero interesante: ¿por qué decidió lanzar una ofensiva cruzando el Ebro, con el riesgo evidente de quedar embolsado entre las fuerzas rebeldes y el río? "Sabiendo quién era Rojo", Togores sostiene que estaba pensando en acabar la guerra prontamente. Como si fuera un antecesor de Casado.
Estas páginas, ya digo, merecen la pena. Están bien escritas y documentadas. Son sugerentes y resumen eficazmente el conflicto. Los capítulos vienen precedidos por mapas instructivos. También ha elaborado Togores una cronología, que puede ser útil al estudioso del período, y una bibliografía recomendada que va desde Arrarás a Viñas y que, curiosamente, no recoge todas las obras citadas en el texto.
Que no se quede el lector con dudas respecto a la ideología de Luis E. Togores. Dice en un pasaje: "En los tiempos que corrían no sólo era necesario adoptar aires totalitarios; también resultaba obligado tomar algunas medidas políticas, sociales y económicas de las que se había erigido en portavoz Yagüe". Independientemente de que el lector comparta o no estas palabras, esta historia debe figurar entre las preferencias de los interesados por la última guerra civil española.
LUIS E. TOGORES: HISTORIA DE LA GUERRA CIVIL ESPAÑOLA. La Esfera (Madrid), 2011, 416 páginas.