Denso, exhaustivamente documentado y con bibliografía actualizada, no se puede pedir más a este texto del profesor (jubilado) de Literatura Española de la City University of New York (Brooklyn College), que sigue siendo un reconocido investigador.
El pueblo judío permaneció en España unos quinientos años, del siglo X al XV, pero las obras de sus poetas (Ibn Gabirol, Yehuda Halevi), sabios (Maimónides), traductores, médicos, astrónomos y cartógrafos (Cresques) apenas han sido reconocidas como parte de la historia cultural y social española. Sin embargo, como señala Ángel Alcalá en el prólogo, paradójicamente la savia judía penetró en el ser histórico español gracias a los judeoconversos y sus descendientes (Lucena, Rojas, Delicado, Juan de Ávila, Luis de León, Mateo Alemán), esto es, a través de aquellos que "en la mayor parte de los casos se habían visto forzados a aceptar [el bautismo] por violencia explícita o por presión social". Siguiendo los pasos de Américo Castro y Benzion Netanyahu, a lo largo de las casi seiscientas páginas de Los judeoconversos en la cultura y sociedad españolas intentará dar razón del cuánto y el cómo de esa influencia.
Ángel Alcalá divide el libro en cuatro partes. En la primera, "El enfrentamiento. Ataque cristiano y crisis judía", sitúa el origen del llamado problema converso y lo pone en contexto. Sorprendentemente pasa como de puntillas por el asalto a las juderías de 1391, que causó la muerte de miles de judíos y supuso, a juicio de muchos historiadores, el origen de las conversiones forzadas. En su lugar, abunda en el análisis de la Disputa de Tortosa (1413-1414): convocada por el Papa Luna (Benedicto XIII), el rabino Astruch Halevi fue obligado a enfrentarse al converso Jerónimo de Santa Fe para debatir sobre si Jesús era o no el Mesías prometido en el Antiguo Testamento. Aunque había habido otras disputas (la de Najmánides con Pau Christià) y polémicas (protagonizadas por gentes como Petrus Alfonsi o Abner de Burgos), la de Tortosa tuvo un impacto desastroso para la población judía: muchos hebreos se recluyeron en pueblos y aldeas y unos doscientos mil acabaron bautizados.
Con todo, no fue hasta la redacción, proclamación y aplicación de la Sentencia Estatuto de Toledo del año 1449 que el ostracismo social –huella, según el autor, del antisemitismo dejado "en el fondo de la conciencia española por la ocupación visigótica"– decretado por Alfonso X el Sabio contra los judíos se aplicó a los conversos. La matanza de conversos promovida en la ciudad de Toledo por Pero Sarmiento y el bachiller Marcos García de Mora implicó la transformación del antisemitismo religioso en antijudaísmo étnico, el inicio de los estatutos de pureza de sangre y la profundización del abismo social entre cristianos viejos y conversos.
Entre los motivos del bautismo de los judíos se cuentan tanto la sincera conversión de algunos rabinos e intelectuales como la necesidad de superar las dificultades sociales y económicas vinculadas al ser judío, el averroísmo, la justificación de practicar en público una religión no judía ante una amenaza de muerte o el apego a la tierra nativa. Y, a diferencia de investigadores como Baer, Gershon Cohen, Cecil Roth, I. S. Révah, Amador de los Ríos, Kamen o Menéndez Pelayo, Ángel Alcalá no cree que la mayoría de los conversos practicara el judaísmo a escondidas. Se inclina a favor de las tesis de Benzion Netanyahu, quien considera que la Inquisición se instituyó para detener el ascenso social de los conversos: al análisis de su obra dedica el primer capítulo de la segunda parte. Y observa que el considerar a la mayoría de conversos como criptojudíos habría servido, por la parte cristiana, para justificar la Inquisición y, por la parte judía, de halago de los sectores más ortodoxos, al establecer una especie de lealtad indefinida de sus antepasados a la religión de nacimiento.
Además de estudiar los motivos del establecimiento de la Inquisición, en la segunda parte del libro, titulada "Las actuaciones oficiales de la corona. La Inquisición, la expulsión y sus problemas", Ángel Alcalá anuncia una nueva hipótesis o interpretación de las razones que llevaron a los Reyes Católicos a promulgar el decreto de expulsión. "Al abrir las puertas al bautismo –dice en la página 220– los Reyes no querían el éxodo de los judíos, sino que, colocados frente a una heroica e inaceptable situación existencial, se quedaran bautizándose". El hecho de que se quedara aproximadamente la mitad y de que los Reyes ejercieran una política de puertas abiertas para acoger a aquellos que quisieran bautizarse y volver después de la expulsión avalaría la hipótesis. Tal conclusión es tan interesante y sorprendente, para los profanos en la materia, como el señalamiento de la existencia de dos decretos: el de Castilla y el descubierto en el Archivo de la Corona de Aragón, en Barcelona, más extenso y mucho más duro, en el que se hace hincapié en la usura como uno de los motivos de la expulsión.
Como se lee en la cuarta parte –"Los límites de la expresión. Ecos literarios, creatividad subversiva y censura"–, a pesar de las limitaciones y las persecuciones, a pesar de las sospechas y los desencuentros, los conversos se fueron abriendo camino en la cultura de la sociedad española. En una primera época, con la inclusión en sus obras de estereotipos del judío, con un constante lamento sobre la pertinacia de sus antiguos hermanos de fe y hasta con acusaciones de pueblo deicida, con inclusiones de discusiones teológicas sobre la Trinidad o haciendo de sí mismos objeto de risa. Asimilados por completo, o casi, hacia el siglo XVI participan en lo mejor de la literatura del Siglo de Oro y de la renovación espiritual de algunas órdenes religiosas.
La quinta parte, "Algunos conversos ejemplares de la época", está dedicada al estudio exhaustivo de seis conversos ilustres: los hermanos Alfonso y Juan de Valdés, con sus ideas de cristianismo interior, paulinismo y énfasis en el concepto de Iglesia como cuerpo místico; el valenciano Joan Lluís Vives, algunos de cuyos familiares fueron quemados vivos en público auto de fe a principios del siglo XVI, y del que Alcalá destaca "su silencio casi absolutamente total sobre la situación interna de la sociedad española en cuanto a los odios de linaje, las injusticias y crueldades de la Inquisición y, ante todo, sobre el terrible exterminio casi total de sus familiares"; María de Cazalla, ejemplo de la necesidad que tenían muchas personas de espiritualidad interior de liberarse de las ceremonias externas de la Iglesia; fray Luis de León, con sus problemas con la Inquisición de Cuenca y sus dificultades para ocupar la cátedra de hebreo en la Universidad de Salamanca, y el ecuménico Miguel Servet.
Para terminar, una apostilla sobre la actitud de Ángel Alcalá ante el tema que estudia. Como si considerara que no es suficiente poner negro sobre blanco lo que supuso para la sociedad española la persecución de los judeoconversos, no se priva de emitir juicios morales sobre las justificaciones cristianas, por lo que, a título de ejemplo, denomina "taras de heterodoxia institucional: 1) practicar un cristianismo contradictorio, de espada y no de cruz, dominado por el afán de perseguir en vez de amar (...) 2) estar al margen de los fundamentos del propio derecho divino [¿no querrá decir canónico?] por haber sustraído a la jurisdicción episcopal la responsabilidad de supervisar la fe de sus cristianos y transferirla sine die a los tribunales inquisitoriales (...)". En definitiva, presente moral y subjetivo aplicado a actuaciones y hechos del pasado, cuando la exposición y análisis de los hechos bastarían para entender esa parte de nuestra historia.
ÁNGEL ALCALÁ: LOS JUDEOCONVERSOS EN LA CULTURA Y LA SOCIEDAD ESPAÑOLAS. Trotta (Madrid), 2011, 579 páginas.