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MUJERES QUE CUENTAN CRÍMENES (2): PATRICIA MACDONALD

No toda la novela negra es negra

Gracias a la calidad y cantidad de sus cultivadores y al favor del público, la novela negra tiene hoy un éxito comercial apabullante. En consecuencia, la industria editorial, que produce infinidad de libros que no pasan de la condición de nasciturus (entre uno y cinco meses suele durar su vida en el escaparate), nos vende bajo esa rúbrica toda clase de géneros que no tienen nada que ver entre sí: novelas de terror con extraterrestres, novelas de intriga psicológica, novelas costumbristas con algún crimen de por medio, novelas de sustos y alucinaciones y, como no podía ser menos, la otrora ineludible "novela social", que en estos tiempos de la corrección política incluye, como buena criatura de la Izquierda, una elevadísima dosis de buenos sentimientos.

Gracias a la calidad y cantidad de sus cultivadores y al favor del público, la novela negra tiene hoy un éxito comercial apabullante. En consecuencia, la industria editorial, que produce infinidad de libros que no pasan de la condición de nasciturus (entre uno y cinco meses suele durar su vida en el escaparate), nos vende bajo esa rúbrica toda clase de géneros que no tienen nada que ver entre sí: novelas de terror con extraterrestres, novelas de intriga psicológica, novelas costumbristas con algún crimen de por medio, novelas de sustos y alucinaciones y, como no podía ser menos, la otrora ineludible "novela social", que en estos tiempos de la corrección política incluye, como buena criatura de la Izquierda, una elevadísima dosis de buenos sentimientos.
Patricia MacDonald (foto: Steve Oliva).
Tampoco es fenómeno nuevo. La Madre de Gorki, mediocre melodrama sentimental, habrá procurado muchos más adeptos al comunismo que las Obras Completas de Lenin.
 
La única traducción al español que yo he encontrado de Patricia MacDonald, editada en Diagonal (Edicions 62), se titula Último refugio; título muy similar al gran éxito de su tocaya Patricia Cornwell, El último reducto. Pero precisamente esa similitud nos permite comparar el abismo que se ha abierto entre la novela negra como género y la novela negra como fórmula comercial. No toda la novela negra es novela y negra. Muchas son novelas tan malas que cuesta considerarlas hijas, aunque sean bastardas, de El Quijote, y más en este año. Otras, sencillamente, no son negras, sino de intriga con buenas dosis de romanticismo o, como éste, relatos un tanto descosidos con buena intención social.
 
Patricia MacDonald tiene una docena de novelas de bastante éxito en inglés y, tal vez por la decadencia de la nación vecina, tiene mucho predicamento en Francia. Tanto, que no me extrañaría que alguna crítica progre la propusiera como modelo de novela negra europea frente a la americana: buenas ideas, buenos sentimientos, buenos propósitos y no la vil delectación comercial en el crimen y, lo que todavía es peor, en el castigo. Sin embargo, PMD nació en Connecticut, estudió en Boston y, según qué pistas de Internet, no necesariamente contradictorias, vive en Filadelfia... o Nueva Jersey. Lo más curioso de esta licenciada en periodismo que fue progre y casi hermosa pero que en la solapa del libro español luce en la cuarentena un perfil avinagrado, es que su entrada en el género, tras deambular por los suburbios de la Prensa, se produjo al casarse con un librero, escritor y coleccionista del género que se llama Art Bourgeau. Nadie puede llamarse así sin provocar alguna catástrofe. Por ejemplo, el copyright de nuestra autora es "Patricia Bourgeau". Inquietante.
 
Patricia Cornwell.Naturalmente, yo no sé qué es hoy la novela negra, ni aspiro a definirla en esta serie de una vez por todas, pero al curioso, al profano o, si existe aún esa figura, al estudiante le haría leer Último refugio y El último reducto. El libro de Cornwell corona un gran ciclo de novela negra, el de la forense Kay Scarpetta. El de MacDonald es una novela sobre los malos tratos a las mujeres que suelen desembocar en crímenes. La novela verdaderamente negra parte del crimen como aspecto sombrío e injustificable de la naturaleza humana (por eso sus personajes suelen ser criminales en serie) y nos entretiene encontrando al astuto asesino, que puede ser cualquiera salvo el lector. Otro tipo de novela, antaño llamada de intriga, cuenta una historia que en el cine ha producido excelentes resultados (Luz de Gas y sus secuelas hitchcockianas) pero no en la literatura: la víctima que se crea a sí misma, la odontóloga de la boca del lobo.
 
En el caso de las mujeres víctimas de malos tratos, la idea no puede ser más interesante, ya que, como el personaje principal de esta historia, Dena Russell, una constante en esa plaga que, afortunadamente, cada vez preocupa más a la sociedad occidental (de la oriental, para qué hablar) es la relativa complicidad de la víctima con el verdugo, su negativa inicial a denunciarlo, su elección de la brutalidad antes que la soledad o mantener cierto nivel de vida antes que buscársela sin medios materiales y como único medio de salvarla. Que, dadas las facilidades que la Justicia suele ofrecer a los maltratadores, ni siquiera es un medio seguro.
 
Pero el planteamiento de fondo, que también lo es de matiz, nos acerca a la gran cuestión: esa doble atracción del abismo que parece sufrir la especie, como verdugos o como víctimas, siempre con el Poder y el sexo de por medio. Por desgracia, Patricia MacDonald, aunque posee una buena técnica y en Francia –teatro de sus mayores éxitos– la presentan como una alternativa a Mary Higgins Clark, carece del talento literario y de la ambición que la empresa necesitaría. La mujer, embarazada, con una pareja tan volátil como criminosa, tropieza dos veces en la misma piedra, y saliendo de un maltratador criminal acaba entregándose a otro (no destripo la intriga, casi se anuncia en la solapa y no tiene mayor importancia), lo cual tampoco es precisamente inusitado entre las víctimas de malos tratos, que salen de Villamalo para caer en Villapeor.
 
Portada de una edición francesa de ÚLTIMO REFUGIO.Lo más logrado en este relato es esa especie de sonambulismo de su heroína, Dena Rusell, que parece no enterarse de lo que, a los ojos del lector, está clarísimo: la condición criminal de su pareja. Esa es la parte realista y mejor de la novela. ¿Dónde falla? En su descripción de la policía, sus personajes y sus comportamientos. Aunque basándose en un hecho indiscutible, que es la insensibilidad de muchos policías ante los malos tratos a las mujeres (a veces por identificación con el maltratador, otras por irritación con las víctimas, que dejan colgado al policía para volver con su verdugo), MacDonald hace demasiado inverosímil la incapacidad policial para resolver un caso cuando ya se ha producido el muerto. Hasta el asesinato, todo es de lo más corriente. Tras el crimen, nadie puede creer en la existencia de policías tan chapuceros, tan innobles y tan incapaces. No es que no los haya. Es que con unos pocos que cumplan mediocremente su función, el criminal cae y el relato se acaba.
 
La tensión narrativa se mantiene mientras la víctima va dando tumbos y los policías rechazan, desprecian e incluso agreden psicológicamente a la mujer que denuncia lo que le pasa, mientras protegen de hecho al maltratador. Hacia la mitad de la novela, sin embargo, la tensión decae y acaba por desaparecer, porque es demasiada estupidez por parte de la víctima y, sobre todo, porque el policía, en una novela negra, tiene que ser policía, y debe representar el bien frente al mal, aunque sea de forma vil o aproximada, para que el lector pueda conciliar el sueño, momentáneamente reconciliado con el mundo, antes de empezar la próxima novela. Pero esa es otra historia.
 
 
Patricia MacDonald, Último refugio, Barcelona, Diagonal, 2002. Traducción de Laura Sales. 
 
Mujeres que cuentan crímenes (1): Mary Higgins Clark. Rosa y Negro.
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