Frente a las visiones pesimistas de la vejez que predominan en el mundo contemporáneo, Rita Levi-Montalcini llama a transformar la etapa más crítica de la vida en la más serena, a hacer planes
para el tiempo que nos queda, ya sea un día, un mes o varios años, con la esperanza de poder realizar unos proyectos que no habíamos podido acometer en los años juveniles.
Como expone en El as en la manga, es cierto que en la especie humana la decadencia es más dramática que en otros seres vivos, por nuestra mayor longevidad, la mayor degradación que sufren nuestros órganos y el rechazo social de que es objeto el anciano; pero también lo es que, al menos en las sociedades desarrolladas, los individuos tienen a su disposición la baza de conocer mejor el mecanismo del más efectivo órgano de supervivencia: el cerebro.
Para sacarle el máximo rendimiento, Levi-Montalcini nos orienta sobre su morfología y anatomía, su fisiología y bioquímica, así como por la maraña de canales que alberga, y que dependen tanto de nuestra herencia genética como de nuestras experiencias. Asimismo, señala los hitos sobre los que se sustenta el conocimiento que tenemos de su funcionamiento.
Si bien cuestiona la perspectiva cartesiana, que hasta principios del siglo XX separó las investigaciones sobre la anatomía y la fisiología del cerebro de las psicológicas y conductuales, rescata algunos conocimientos básicos: en primer lugar, el descubrimiento –debido a Ramón y Cajal– de que el sistema nervioso es una estructura conformada por miles de poblaciones celulares, con funciones distintas; en segundo lugar, y gracias a C. S. Sherrington, la idea de la formación y transmisión del impulso nervioso como base del funcionamiento del sistema.
El avance del conocimiento del cerebro está siendo posible gracias a la multidisciplinariedad –olvidémonos del científico solitario encerrado en su pequeño laboratorio–, las nuevas técnicas y métodos –que posibilitan el estudio de los procesos mentales mientras se desarrollan– y la desaparición de las barreras que dividían los ámbitos de investigación entre morfología del sistema nervioso, función fisiológica y función comportamental.
Entre los conocimientos indispensables destaca la diferenciación –debida a J. W. Papez– entre el lóbulo límbico, que desempeña un papel fundamental en las emociones y en la supervivencia del individuo y de la especie, y las circunvoluciones neocorticales, que se traducen en la impresionante dotación intelectual del Homo sapiens. Pero mientras las capacidades intelectuales y las habilidades técnicas evolucionaron rápidamente, los impulsos emotivos vinculados a la zona límbica quedaron estancados en la protección de un ser "inicialmente vulnerable y frágil", algo que, según Levi-Montalcini, bien podría explicar prácticas aberrantes como la de poner el poder y la innovación técnica al servicio de instintos violentos, o lo que es lo mismo, la no correspondencia entre desarrollo técnico y resolución ética.
Hablemos ahora de dos hallazgos más relacionados con la perspectiva de convertir la vejez en una etapa vital serena y estimulante. El primero es la constatación de que los fenómenos de aprendizaje conllevan cambios morfológicos, bioquímicos y moleculares y de que, a través de la amígdala y el hipotálamo, las emociones influyen en los procesos de aprendizaje y memorización. El segundo tiene que ver con la propiedad plástica de los componentes del sistema nervioso central, desde la neurona hasta las unidades operativas de los centros cerebrales superiores, que permite a las células nerviosas aumentar sus ramificaciones dendríticas y fortalecer los circuitos cerebrales a nivel sináptico incluso en la edad senil. Sólo es necesario ponerlas en marcha, no parar, seguir en activo; ser conscientes de nuestra inmensa capacidad mental y tener en cuenta que, aunque la creatividad disminuye ligeramente en la vejez, es sustituida por el saber que proporciona la experiencia, un saber muy vinculado con la capacidad de establecer jerarquías, de diferenciar entre lo principal y lo superfluo y de confiar en categorizaciones que han resultado eficaces en la construcción de la realidad.
Para muestra de que se puede ser activo, creativo en la vejez, aquí va un pequeño surtido de ilustres botones:
Miguel Ángel Buonarroti (1475-1564) vivió 89 años, y en el tramo final de su vida firmó algunas de sus mejores obras arquitectónicas. Galileo Galilei (1564-1642), a pesar de la Inquisición, a pesar de su ceguera –probablemente debida al glaucoma–, en la vejez formuló la ley de la inercia. Bertrand Russell (1872-1970) jamás dejó de buscar y de ser heterodoxo, también en el plano afectivo: se casó por cuarta vez a los 79 años. David Ben Gurión (1886-1973), fundador del Estado de Israel, con 80 años cumplidos participaba activamente en la política partidaria. Pablo Picasso (1881-1973), a los 90 años no sólo continuaba pintando, sino que buscaba e investigaba nuevas maneras de pintar, y dos años antes de morir trabajaba en el cuadro Maternidad "como si tuviera treinta años, como si su vida dependiera de la pintura y ésta le brindara cada día una nueva vida".
Sabedores de que las intelectuales no sufren el mismo deterioro que otras capacidades, está en nuestras manos plantearnos una vejez activa y creativa. Si bien es cierto que, con la prolongación de la vida, al temor a la muerte hay que añadir el miedo a los achaques de la tercera edad, nos queda un as en la manga, concluye Rita Levi-Montalcini, citando al matemático E. De Giorgi:
La capacidad de pensar el infinito, aun reconociendo en las limitaciones de cada cual su propia finitud.
En el mejor de los casos, claro está, y en el mejor de los mundos posibles.
RITA LEVI-MONTALCINI: EL AS EN LA MANGA. Crítica (Barcelona), 2011, 176 páginas. Traducción de Juan Vivanco.