Luciano Pellicani lleva esos abominables nombres al título de este texto breve y crucial que no se centra en esos abominables hombres sino en sus ideologías mortíferas, engendros criminógenos amasados en el odio a la Libertad. Mi amigo Juan Antonio me dice que en Italia lo pusieron como no digan dueñas. Ya sabía yo que era bueno.
Ha hecho muy bien Pellicani en empezar con las comparaciones, poner a los hermanos frente a frente, re-citarlos, a ver si de una vez por todas se limpian el sí pero de la boca los socorristas de la ideología de los Cien Millones de Muertos. Lenin (a Stalin): "Purificaremos Rusia para mucho tiempo". Hitler: "Purificar la nación del espíritu judío no es posible de forma platónica". Lenin: "El paso del capitalismo al socialismo exigirá largos dolores de parto, un largo periodo de dictadura del proletariado, la destrucción de todo lo viejo, el aniquilamiento implacable de todas las formas de capitalismo", la "liquidación" de la burguesía como clase "al modo plebeyo, exterminando implacablemente a los enemigos de la libertad". Hitler: la salvación de la raza aria pasa necesariamente por la "abolición del estado de cosas existente" y la "aniquilación" de los judíos y demás morralla subhumana. Lenin: "Reharemos el mundo". Hitler: "Construiremos un mundo nuevo, contra la degradación actual".
(...) el léxico de Lenin, exactamente como el léxico de Hitler, es el de la parasitología: el mundo se describe como un pantano infestado de "insectos nocivos" –pulgas, chinches, vampiros, arañas venenosas, sanguijuelas; en una palabra, no-hombres– que deben ser exterminados recurriendo a los medios más brutales y despiadados. Y, en efecto, la ferocidad de los métodos de tortura escogidos por los bolcheviques sólo puede compararse con la de los nazis. (pág. 59)
La comparación no es que sea posible, es que es necesaria. Porque el nazismo no se explica sin el comunismo, al que admiró y emuló y con el que compartía casi todos los odios. Nazis y comunistas se entremataron con tremenda saña porque se sabían hermanos.
Hitler: "Las personas no nacen socialistas, sino que ante todo hay que enseñarles cómo hacerse tales". El execrable Goebbels: "Nosotros somos socialistas (...), somos enemigos, enemigos mortales del actual sistema económico capitalista, con su explotación de quien es económicamente débil, con su injusticia en la redistribución". Hitler: "Yo no soy sólo el vencedor del marxismo, sino su realizador". Simone Weil: el virus ideológico nacional-socialista fue "extraordinariamente contagioso, en particular en el partido comunista", debido a su composición "violentamente anticapitalista". Las filas de las SS y las SA estaban repletas –según un informe encargado por la propia Reichswehr– de sujetos cuyo fin último "seguía siendo el bolchevismo". Gustav Krupp: lo de las SA es "una especie de bolchevismo con botas pero sin cerebro". Kurt von Schleicher, último canciller de Weimar: el programa nazi "apenas era distinto del puro comunismo". Hitler: "Podemos admirar sin reservas a Stalin. Es realmente alguien. Conoce a la perfección a sus maestros, empezando por Gengis Khan. Sus planes económicos tienen una amplitud que sólo nuestros planes cuatrienales superan". Gorki: "El odio de clase debe cultivarse mediante el rechazo orgánico del enemigo, en cuanto inferior. Mi convicción íntima es que el enemigo es cabalmente inferior, un degenerado en el plano físico, pero también moral". Gorki: "Supongo que la mayor parte de los 35 millones de hambrientos [por causa del comunismo de guerra] morirá, pero morirá la gente semisalvaje, estúpida y oscura de los pueblos rusos (...) y será sustituida por una nueva raza de personas instruidas, razonables, llenas de energía". Zinoviev, en el mero Año I de la Revolución Bolchevique (1918): "Debemos ganar para nuestra causa a 90 de los 100 millones de habitantes de la Rusia soviética. En cuanto a los demás, nada tenemos que decir: deben ser aniquilados".
En el memorándum secreto de 1940 titulado Reflexiones sobre el tratamiento de los pueblos de raza no germánica del Este, Himmler –a quien Hitler encargó la tarea de "limpiar el nuevo imperio"– se limitó a manifestar la convicción de que "el concepto de judío se extinguiría completamente mediante la posibilidad de una emigración masiva de los judíos a África o a cualquiera otra colonia". Pero, tras "estudiar atentamente y copiar en muchos aspectos las instituciones concentracionarias soviéticas", se abrió ante sus ojos una nueva y "emocionante" perspectiva: adoptando los métodos ensayados con éxito por Stalin, se podía exterminar a millones de seres humanos. Y así se ideó, a imagen y semejanza del genocidio de clase, el genocidio de raza. (pág. 61)
La Megamuerte. Para llegar a Auschwitz hubo que pasar por Kolymá.
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Es éste el libro perfecto para los indignados. Para que se lo hagan mirar. "Muchos que se consideran infinitamente por encima de las aberraciones del nazismo y que odian sinceramente todas sus manifestaciones se afanan a la vez por ideales cuyo triunfo conduciría directamente a la tiranía aborrecida": Hayek, en otro con el que también ya tardan, Camino de servidumbre. Cómo hablaban los nazis –y sus hermanos mayores, los bolcheviques– contra "la economía del beneficio", contra "las formas modernas del comercio privado"; contra la sociedad burguesa, "entregada sólo al comercio y a los negocios"; ¡contra "la tiranía del interés"! El capital tenía que estar "al servicio del Estado" para que no se convirtiera en "el amo de la Nación". Hoy, cómo habla Cayo Lara; y tantos que andan desolados porque no son más ni mucho menos mejores que la gente –aquí tuercen el gesto– "decente".
Hitler y Lenin, el nazismo y el comunismo estaban hermanados en el odio a muerte al dinero que nos libera del trueque excluyente y miserable, engrasa el ascensor de la movilidad social e iguala en un mismo billete al rico con el pobre; al interés, que da al que no tiene y a todos premia (¡esto no es un juego de suma cero!); al mercado, que somos usted y yo, querido lector, y todos y cada uno de nuestros semejantes queriendo vivir mejor, para lo cual necesitamos ayudarnos los unos a los otros, servirnos bien, utilizarnos. A la sociedad civil. A las democracias liberales. A la Libertad. Al Hombre.
No sólo.
Se trataba de refundar el mundo.
Asesinaron a Dios para suplantarlo. Que nada quedara del pasado. Ni del futuro. Tampoco por tanto del Tiempo. Llegaron Ellos.
Llegaron con sus secuaces, los despojos humanos que vomitaron las trincheras de la espantosa Gran Guerra; "hombres despiadados –escribe Pellicani–, llenos de agresividad y resentimiento, para los que la vida –la propia como la de los demás– tenía escaso valor"; "hombres –escribió Hitler– que sin saberlo han encontrado en el nihilismo un último credo. (...) llenos de odio contra toda autoridad, su inquietud y desasosiego sólo encuentran satisfacción en la actividad revolucionaria concebida de modo permanente como destrucción de todo lo que existe". De nuevo Pellicani:
La guerra, al producir hombres "impregnados de la psicología de la trinchera", creó el escenario ideal para el éxito de la llamada revolucionaria a las armas contra la civilización liberal lanzada por los "terribles simplificadores" en nombre de la Clase, de la Nación o de la Raza. Y así esas ideas nihilistas y palingenésicas, que antes habían sido patrimonio de pequeños grupos de ideólogos y de activistas, condenados por su extremismo a la marginalidad, cobraron casi de golpe un irresistible poder radiactivo. (págs. 36-37)
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Hay mucho más en este librazo de 154 páginas. La demolición del mito de que el nazismo fue hijo y siervo del gran capital o de la burguesía. La distinción entre fascismo, por un lado, y nazismo y comunismo, por el otro: el fascismo fue un "bolchevismo imperfecto" (y por tanto un "mal menor") y Mussolini, "un revolucionario a medias" o –al decir de Kautsky– "la caricatura de Lenin". La aseveración, precedida de una cuidadosa explicación, de que "la única revolución que merece la cualificación de totalitaria ha sido la comunista". Las muy sustanciosas notas a pie de página, algunas demoledoras para determinadas vacas sagradas ("Hay que preguntarse si Hobsbawm ha hojeado jamás las obras de Lenin", dice la 9 de la página 128).
Háganse un favor: no se lo pierdan.
LUCIANO PELLICANI: LENIN Y HITLER. LOS DOS ROSTROS DEL TOTALITARISMO. Unión Editorial (Madrid), 2011, 154 páginas. Prefacio de FERNANDO DÍAZ VILLANUEVA. Traducción de Juan Marcos de la Fuente.
MARIO NOYA, jefe de Suplementos de LIBERTAD DIGITAL.