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CIENCIA

Muchos mundos en uno

Lo que damos por una teoría consolidada e indiscutible (el origen del cosmos en un big bang primigenio, una explosión de la que nació todo el tiempo, toda la materia, todo el espacio y toda la energía del universo) fue en su momento considerado un problema. Los científicos de la primera mitad del siglo XX solían referirse al "problema de la gran explosión" como una conjetura cuya solución podría traer más perjuicios que beneficios.

Lo que damos por una teoría consolidada e indiscutible (el origen del cosmos en un big bang primigenio, una explosión de la que nació todo el tiempo, toda la materia, todo el espacio y toda la energía del universo) fue en su momento considerado un problema. Los científicos de la primera mitad del siglo XX solían referirse al "problema de la gran explosión" como una conjetura cuya solución podría traer más perjuicios que beneficios.
Considerar que todo nació en un momento determinado, a partir de una singular sopa de energía, suponía conceder demasiada cancha a la probabilidad de que hubiera habido un Creador. Si hay un origen, bien puede haber un impulsor de dicho origen. Si hay un principio, un punto germinal, inevitablemente surgirá la tentación (inconcebible para un científico, por muy religioso que sea en su vida privada) de proponer la existencia de un soplo divino que iniciara la compleja cascada de acontecimientos.

Los cosmólogos pre Big Bang se sentían más cómodos con la idea de que el cosmos es eterno en el tiempo e infinito en el espacio: un todo estacionario y sin límites en el que podemos jugar a encajar las piezas de las leyes de la física con cierta elegancia. Pero la pertinaz naturaleza que nos rodea no dejaba de dar muestras de lo contrario. Las galaxias se alejan se miren desde el punto desde el que se miren, como se alejarían dos moscas pegadas a la superficie de un globo que se hincha. Si hoy están más lejos entre sí que ayer, quiere decir que anteayer estuvieron más cerca. Es decir, que el cosmos se expande desde un punto inicial, en que debió de ser increíblemente pequeño (tal vez cupiera en una cucharilla de té).

Para colmo, hoy hemos sido capaces de detectar debilísimas emisiones de radiación de microondas que sabemos son el lejano eco de una explosión que debió de haber acaecido hace unos 14.000 millones de años. Ambas ideas, la de la explosión y la de la expansión, encajan, para más inri, con las ecuaciones físicas que explican el comportamiento de los objetos celestes desde la mecánica de Newton hasta nuestros sufridos y cuánticos días.

Por mucho que pesara a los estacionarios, el Big Bang es una teoría terriblemente consistente. Y terriblemente incómoda para un físico. Porque si todo lo que abraza el tiempo y el espacio presente nació en un momento determinado, si todas las leyes de la física son como son desde un punto concreto del espacio tiempo, por muy remoto que éste sea, estamos condenados a no saber jamás qué ocurrió antes: qué había en el universo antes de que el universo naciera.

Para colmo, todo lo que la ciencia puede medir se basa en nuestra capacidad de observación. Lo que conocemos es el cosmos a través de la luz que de él nos llega. De manera que no podemos saber qué ocurre en regiones remotas que están más lejos de lo que la luz puede abarcar en los 14.000 millones de años de existencia del Todo.

En otras palabras, la propia asunción del Big Bang nos obliga a renunciar a conocer qué hubo antes del universo y qué hay fuera del universo.

La dichosa explosión también nos arroja algunas incertidumbres. Por ejemplo, sabemos que las leyes relativísticas de Einstein funcionan para explicar el modelo sólo a partir de unos segundos después de la explosión. En el momento exacto del estallido original, las ecuaciones einstenianas no cuadran. La incoherencia se ha resuelto proponiendo que ese momento inicial fue una "singularidad"; pero a los científicos no les gusta acostarse cada noche sabiendo que en el cosmos hay singularidades, sucesos que escapan a la reducción matemática.

El Big Bang es una teoría bella, y probablemente sea la más cercana al modo real en que nació todo este gran teatro cósmico. Pero crea problemas. Y desde los años 50 del pasado siglo hasta nuestros días la resolución de esos problemas ha sido un terreno fértil de ideas cosmológicas apasionantes. Así, la introducción del concepto de inflación o la propuesta de que el cosmos naciera como una fluctuación cuántica de la nada han venido perfilando la base argumental y socavando en parte las tentaciones sobrenaturales acerca de nuestro primer segundo de existencia.

En esta carrera, una de las teorías más asombrosas es la defendida por físicos como Linde y Vilenkin, que propone que en realidad el cosmos no es uno. Hay infinitos universos nacidos en una infinidad de fluctuaciones de la nada y que siguen su curso paralelo y quién sabe si simultáneo. Cada uno de ellos es finito en sí mismo, pero todos juntos producen una sucesión eterna de cosmos. No es necesario buscar un origen y un final. Queda desterrada la mano creadora.

Por sorprendente que parezca, esta teoría (desarrollada con profusión en el libro que aquí traemos) cuenta con un sólido aparato matemático que la sustenta. Sherlock Holmes nos enseñó que "en cualquier escenario, una vez desterrado lo imposible, todo lo que queda, por improbable que nos parezca, puede suceder".

Este libro nos descubre que puede suceder que existan infinitos cosmos; que en infinitos de ellos, querido lector, haya infinitos tipos como usted leyendo infinitos artículos como éste en infinitos libertades digitales punto com. La matemática en la que se basa esta idea es asombrosamente sencilla. La comprenderá cualquiera que haya estudiado bachillerato hace más de 15 años y se explica, de manera no siempre ágil, en esta obra que nos enfrenta a un mundo no imposible.


ALEX VILENKIN: MUCHOS MUNDOS EN UNO. Alba (Barcelona), 2009, 328 páginas.
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