No queda ahí la cosa, claro. Me permito modestamente recomendar la lectura de la obra por tres razones. La primera es que, de entrada, el libro está magníficamente escrito. Mientras devoraba sus páginas –y no he dejado de hacerlo incluso cuando no podía salir de la cama, atrapado por un virus despiadado– me he reído a mandíbula batiente, me he emocionado, he abierto la boca como una criatura a la que sorprende un prodigioso número circense, me he indignado, incluso tengo que reconocer que se me han saltado las lágrimas. Federico es un maestro de la ironía (esa que él dice que no funciona en la radio, precisamente cuando la domina como nadie), un mago de la adjetivación y un narrador de primer orden, y en este libro se ha superado.
La segunda razón la constituye su magnífica trama. Desde el encuentro de Aznar con Luis Herrero y Federico para pedir la cabeza de Antonio Herrero, pasando por las querellas de Polanco y Gallardón contra el director de La Mañana, nos encontramos, entre otros, prodigios con la bruja que debía aojar a José María García, con un Apezarena que hundió por dos veces (que ya es decir) La Linterna, con un don Bernardo que adquiere categoría de personaje de Alejandro Dumas, con un PSOE gangsteril y chulesco empeñado en machacar a la COPE y, sobre todo, con personajes valientes, amantes de libertad y de España, y magníficamente profesionales, que salvaron vez tras vez a la cadena COPE de hundirse, privando de una enorme alegría a la izquierda, a los nacionalistas e incluso a la derecha que no puede tolerar que no se la sirva sin rechistar.
A lo largo de casi 700 páginas, Federico cuenta no menos historias, y hay que reconocer que la carga humana, documental e histórica que presenta de lo que ha sido la defensa de la libertad desde la COPE es difícilmente superable.
La tercera razón es el enorme arrojo de Federico al llamar a las cosas por su nombre. No se corta ni al presentar a Aznar en sus miserias de controlador –fallido– de los medios, ni al relatar la inmundicia moral de nacionalistas catalanes como ese desdichado de Guardans cuyo abuelo apoyó económicamente el alzamiento del 18 de julio o de Montilla, el inefable muñidor de créditos y chanchullos varios. Tampoco lo hace al señalar que existe un biotipo nefasto, el de los ejecutivos de las empresas de lo audiovisual, que suelen equivocarse siempre, que ni escuchan su radio ni ven su TV y que jamás reconocen sus fatales errores, desde la excelencia de sus enmoquetados despachos. O al relatar las luchas contra el mal sin el respaldo de los primeros que deberían brindárselo, o al decir con cierta nostalgia que tras la marcha de don Bernardo Herráez concluye una época –gloriosa– de la COPE.
Con determinados personajes pasados y presentes, con todos los acosos de que ha sido y es víctima, con la pérdida de algunos de sus mejores profesionales, no cabe duda de que la supervivencia de la COPE en estos años ha constituido un milagro.
Sólo una reflexión final. Junto con todo lo dicho antes, hay que indicar un aliciente más para leer este libro, y es que de sus páginas emerge no sólo un retrato real, fidedigno e innegable de la España de los últimos años y de su lucha por la libertad, sino una radiografía muy bien perfilada del propio Jiménez Losantos.
Federico es un profesional agudo, incisivo –listo como un demonio, dice un antiguo profesor mío de geografía–, brillante, ingenioso, culto y, sobre todo, insobornable. Sé desde hace años que Federico –a diferencia de tanto maestro apócrifo de moralina estomagante– no se mueve por dinero, que si actuara guiado por el vil metal se habría marchado de la COPE hace años y que su motor cotidiano para actuar como actúa es un insaciable e inquebrantable amor a la libertad, la suya y la de los demás. Eso es lo que tenemos que agradecerle –y hay millones que lo hacen– cada mañana, y eso es lo que explica en no escasa medida eso que él denomina tan acertadamente "el milagro de la COPE".