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LA VOZ DEL APRENDIZAJE LIBERAL

Michael Oakeshott: somos en tanto que aprendemos

El aprendizaje es la marca distintiva del ser humano. La posibilidad de pensar, de tener ideas, creencias, valores, dudas e interpretaciones, de elaborar enunciados sobre uno mismo, de razonar y de llevar a cabo acciones, en definitiva, todo aquello que nos distingue de otros seres, se adquiere mediante el aprendizaje.

El aprendizaje es la marca distintiva del ser humano. La posibilidad de pensar, de tener ideas, creencias, valores, dudas e interpretaciones, de elaborar enunciados sobre uno mismo, de razonar y de llevar a cabo acciones, en definitiva, todo aquello que nos distingue de otros seres, se adquiere mediante el aprendizaje.
En 1974, en la conferencia "Un espacio de aprendizaje", uno de los ensayos reunidos por Timothy Fuller en este volumen, Michael Oakeshott afirmaba: "Un hombre es lo que aprende a ser: ésa es la condición humana". No se trata de una afirmación para quedar bien o contrarrestar los desmanes teóricos de pedagogos y psicólogos, tampoco una conclusión circunstancial. A pesar de que Oakeshott fue más conocido como comentador de Hobbes y por sus reflexiones sobre el racionalismo en la política, la cuestión de la enseñanza y el aprendizaje constituye un asunto raigal en su concepción del hombre, que, por otra parte, no segrega de su comprensión filosófica de la experiencia humana.

Brevemente. Oakeshott mantenía que ser conservador no tenía que ver con una doctrina, sino que era una actitud vital, de aprecio de conductas y actitudes de valoración del presente, de lo familiar y de lo real en detrimento de lo que está por probar. Razonamiento que en política, además de en un escepticismo crítico, el filósofo traducía en la necesidad de preservar aquellas reglas que permiten a la gente "seguir las actividades de su propia elección con un mínimo de frustración", pues no es tarea de los gobiernos imponer creencias, hacer cumplir profecías, alcanzar la perfección teórica o avivar el fuego de las pasiones, sino gobernar respetando las reglas del juego. Con Montaigne, Pascal, Hume y con el Hobbes que le llevó a establecer los límites de la existencia humana pero también a elogiar sus logros, y que le valió ser criticado por conservador y elitista tanto como por posmoderno y relativista. Sin que ninguna de estas posturas, como apunta Timothy Fuller en el prólogo a esta edición, den cuenta de un pensamiento inequívocamente comprometido con la tradición occidental.

En educación, Michael Oakeshott no se sitúa al lado de quienes, al negar que los estudiantes han de aprender, conciben la enseñanza como una especie de entrenamiento para la adaptación a las circunstancias. Ni de quienes, como Allan Bloom (The Closing of the American Mind, 1987) o E. D. Hirsch (Cultural literacy: What every American needs to know, 1987) y su Core Knowledge Foundation, consideran que la cuestión educativa se resuelve con un listado de libros que todo americano medianamente culto debería leer o establecen un listado de contenidos que impartir en cada grado de la escuela elemental o primaria. La suya es una opción liberal y radicalmente distinta. Dado que la información que recibimos tiene tanta importancia como el modo en que aprendemos, la educación debería suponer el inicio de una conversación a partir del conocimiento de las expresiones literarias, filosóficas, culturales, artísticas y científicas de la civilización occidental.    

Michael Oakeshott.Sin ser completamente libres, pues nacemos y crecemos en un mundo de ideas y significados elaborados por quienes nos precedieron, pero sin estar completamente determinados. Los seres humanos somos herederos de una tradición que debemos aprender a interpretar para hacerla nuestra en esos espacios de aprendizaje que son el mundo, en tanto que conjunto de significados, y, especialmente, la familia, la escuela y la universidad. El aprendizaje liberal no significa, como algunos han malinterpretado, "modificación del comportamiento", o la educación sobre las drogas, la sexualidad o los estudios sobre la paz, ni la enseñanza de un conjunto de técnicas, sino una conversación en la que alguien –maestro o filósofo– es el agente de un flujo de simpatía, no el emisor de una verdad ni uno de esos moralistas que se apropian de la enseñanza para orientarla hacia intereses espurios. Aprender es la adquisición de algo que se puede usar porque se lo comprende, y la tarea del maestro, señala Oakeshott en el artículo "El aprendizaje y la enseñanza" (1965), es instruir o, dicho de otro modo, establecer el orden en que transmitirá la información y hacer que el alumno trabaje para que aprenda a reconocer lo adquirido fuera del espacio o de la conversación o de forma diferente a como lo aprendió.

Escuela y universidad no tienen por qué adaptarse a las circunstancias inmediatas y locales del estudiante, la calle, el barrio, el pueblo o aldea, el medio social o económico. Por el contrario, el valor supremo de estos lugares de aprendizaje reside en el distanciamiento, se sobreentiende físico o intelectual, en la invitación a desligarse, "por un tiempo, de las urgencias del aquí y ahora, y a escuchar la conversación [no otra cosa es la cultura] en la que los seres humanos buscan eternamente comprenderse a sí mismos". Ahí se aprende a observar, a pensar, a sentir, a imaginar, actividades que requieren compromiso y esfuerzo, en definitiva, reconocimiento de que hay que superar las dificultades en lugar de evadirlas. Por supuesto, hay contenidos o asignaturas que proveen la información necesaria sobre los distintos modos en que los seres humanos han intentado comprenderse a sí mismos: ciencias naturales, literatura, filosofía, jurisprudencia, antropología, lenguas, sobre todo lenguas, puesto que ofrecen la posibilidad de contar con la sintaxis y el vocabulario necesarios para pensar. Y educación política, ¡no se asuste el lector!, que no tiene nada que ver con el adoctrinamiento ni la ideología política, sino con el conocimiento de las formas de organización de las que nos hemos nutrido los seres humanos. Quizás para llegar al muy saludable escepticismo sobre el poder político.

Las críticas de Michael Oakeshott a los sistemas educativos contemporáneos son imprescindibles para sopesar las consecuencias de aquello sobre lo que advertía décadas atrás. Critica a las universidades, porque se han transformado en politécnicos o lugares donde se aprenden destrezas y no hacen posibles experiencias superadoras. A los centros educativos de primaria o secundaria, porque se están convirtiendo en jardines de infancia y, algo más sobrecogedor, están sustituyendo la educación por la socialización, aquí sí políticamente orientada a uniformar, a conseguir que los seres humanos nos convirtamos en hombres sin atributos, que hubiera dicho Musil. En definitiva, porque implican un proyecto de abolición del hombre, al que primero se deshereda, se le despoja de la posibilidad de aprender la tradición de ser hombre y luego se le aniquila. Ciertamente terrible.


MICHAEL OAKESHOTT: LA VOZ DEL APRENDIZAJE LIBERAL. Katz y Liberty Fund (Madrid) 2009, 217 páginas.
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