Vivimos en una era en que los padres nos obsesionamos por el cuidado, el ocio y la educación de los hijos. Los mimamos hasta la extenuación y les prodigamos todo tipo de ofertas, actividades y caprichos. Vivimos apegados a la paternidad como si padeciéramos una especie de complejo de culpa occidental por estar acabando con la especie, por no procrear docenas de vástagos como era menester en otros tiempos y por dedicarnos a las familias de un solo hijo, a lo sumo la parejita.
Y, sin embargo, a la hora de ofrecerles sus viandas, los restaurantes suelen sacar lo peor de sí mismos. Nosotros tragamos y pagamos, porque el menú infantil suele llevar regalito. ¿Pasa lo mismo con los libros? Veamos.
La editorial El Rompecabezas acaba de editar una interesante colección sobre ciencia dedicada a niños de entre 9 y 12 años. Me llegan tres títulos: El país de las mates, Galileo el astrónomo y Humboldt el aventurero. Y es de agradecer la iniciativa, en este entorno de logses y loes. Así que los abro y leo con buena intención.
Reconozco que, desde el punto de vista de los contenidos científicos, los libros están bien cuidados. Los textos son solventes y abundan las notas explicativas sobre el vocabulario, con un glosario al final de cada libro. La selección de los temas básicos que forman la arquitectura de las obras es más que correcta y, sobre todo, cumple con creces las funciones de incentivar a la curiosidad.
A menudo se dice que lo peor que puede hacerse con un niño que te hace una pregunta de ciencia es responderla. Vale más que le indiquemos dónde puede encontrarla. Esa es la base del conocimiento científico.
En el caso de El país de las mates no rigen estos criterios porque se trata de un libro de problemas matemáticos de ingenio, atractivos y divertidos.
Diríase que he quedado encantado con esta idea de El Rompecabezas. Y así sería si no fuera por dos detalles horripilantes que están, curiosamente, no en el interior de las obras, sino en sus solapas.
El primero, el título de la colección: Sabelotod@s. Así, con arroba incluida. Esa maldita arroba de la coerción política que sustituye al más ominoso sabelotodo/a. Mi admirado Ramón Núñez, director de Museos Científicos Coruñeses, tituló una de sus exposiciones sobre paleontología "Homínidos y homínidas", un precioso rapto de originalidad cargado de sentido, un homenaje al papel de la hembra en la evolución al tiempo que una carga de profundidad contra la frivolidad de lo políticamente correcto. Pero en este caso la coerción política deviene grave incorrección gramatical. No hay niñas "sabelotodas", como no hay hombres de "vanguardio". El título de la colección rezuma pedantería, por arrobas.
El segundo susto me lo llevo cuando leo la edad a que van dirigidos los libros. De 9 a 12 años. Sinceramente, tras su lectura hubiera pensado que eran ideales para un estudiante de primero de primaria, para un niño con ganas de aprender que pueda deleitarse con el relato que sus padres le hacen de un par de genios de la historia de la ciencia. Pero me gustaría pensar que, a pesar de la LOE, nuestros hijos llegarán a la edad preadolescente de los 12 años con ciertos rudimentos educativos que superan el nivel al que llegan estos libros, excelentes para los más pequeños. ¿No estaremos dándoles otra ración de menú infantil?
– Miquel Capó Dolz: El país de las mates. El Rompecabezas, 2005; 192 páginas.
– Nicolás Cuvi: Humboldt el aventurero. El Rompecabezas, 2006; 144 páginas.
– Esteban Rodríguez Serrano: Galileo el astrónomo. El Rompecabezas, 2006; 144 páginas.