Estos clichés, convertidos ya en dogmas de fe, hasta pueden tener su gracia cuando los profiere un adolescente. Pero cuando un premio Nobel los repite machaconamente, un novelista los ensalza en sus libros y los periodistas los propagan, no queda más remedio, si tenemos el más mínimo apego a la verdad, que dedicar nuestro preciado tiempo a refutarlos.
Como la tarea no resulta nada grata, puesto que obliga a enfrentarse a compañeros de profesión y a amigos, encontrar a un reputado catedrático, tertuliano y columnista como Carlos Rodríguez Braun metido de pleno en la batalla resulta una gran ayuda, además de un placer.
Tras el Diccionario políticamente incorrecto y los Panfletos liberales, ahora nos ofrece un compendio de los disparates más comunes del periodismo y la cultureta española e hispanoamericana.
Entre los más sorprendentes desatinos que recoge en Tonterías económicas se encuentra uno especialmente grotesco del célebre premio Nobel José Saramago. El escritor portugués ha criticado el e-mail porque, a su entender, "nunca puede ir acompañado de emociones". Ante semejante estupidez, se pregunta el autor si no es acaso emocionante leer los "lamentos de don José, que jamás incluyen ni la más mínima crítica a las dictaduras comunistas que –para cuidar las emociones, claro– censuran la internet y prohíben las antenas parabólicas".
Igualmente recuerda Rodríguez Braun que Haro Tecglen creía que, a causa de internet, había gentes, como el motorista que solía llevar sus artículos a El País, que perdía el empleo. Esto mismo es lo que pensaban aquellos trabajadores que culpaban a las máquinas de la pérdida de sus empleos. Los luditas, aun errados en sus ideas, ya que la tecnología da de comer a millones de personas, al menos miraban por su empleo. En cambio, un hipócrita millonario como Tecglen, que tenía la desfachatez de alabar a Stalin en plena década de los 90, utilizaba este tipo de argumentación para concitar la simpatía de sus lectores.
En esa elite de reaccionarios de izquierdas, que piensan que el capitalismo es despiadado y el socialismo un paraíso, cabe hasta el Dalai Lama, que se tiene por "medio marxista, medio budista". De ahí que considere que la revolución rusa abolió "el poder de una clase que se dedicaba a explotar a la gente". A toda esta pléyade de totalitarios les recuerda el profesor Rodríguez Braun que los comunistas "regaron este planeta con la sangre de millones de trabajadores asesinados", algo que todavía muchos deciden deliberadamente ignorar.
Como no podía ser de otra forma, era inevitable encontrar en esta obra exabruptos como los proferidos por otra conocida progresista, Maruja Torres, contra los votantes del PP, a quienes tachó de "hijos de puta". Aunque pudiéramos dedicarnos a glosar su figura, cuando no a tacharla claramente de fascista, porque se lo merece, baste recordar, R. Braun, que esta reacción es la consecuencia lógica de la creencia de que la izquierda es moral e intelectualmente superior a la derecha.
Junto con personajes tan siniestros se encuentran otros que son capaces de lanzar vivas a la declaración de la renta, como el columnista Juan José Millás, ya que pretenden que al ciudadano se le saquee hasta el último euro para que Papá Estado traiga el Cielo a la Tierra. De igual modo, el político Joan Saura ha defendido el incremento de la presión fiscal con un argumento curioso: "Hay mucha gente a la que no le sienta mal pagar impuestos". Con su ironía habitual, Rodríguez Braun replica: "También había esclavos satisfechos con su condición, y seguramente todos rechazaríamos que se los esgrimiera como razón suficiente para no abolir la esclavitud".
Este libro, en buena medida conformado por los artículos que Rodríguez Braun ha escrito para este periódico, es un antídoto eficacísimo contra la tentación de decir tonterías. El sentido del humor del profesor y la claridad con que expone sus argumentos convierte la lectura de Tonterías económicas en un placer. Si a todo ello se le añade una implacable y certera disección de las ideas de los enemigos de la libertad, entonces el resultado es una obra muy refrescante para este tiempo infernal –no sólo por las temperaturas que registran los termómetros.