Ninguna historia nueva aparece aquí, pero se cuentan de tal modo que parecen nuevas. No tienen pretensiones literarias; sin embargo, la sinceridad, la ecuanimidad y la falta de partidismo del relator las convierte en un documento de primera mano para hacerse cargo del horror republicano.
Por supuesto, hoy, en 2006, casi nada de lo contado por Schlayer, en 1938, es novedoso. La historia crítica más rigurosa nos ha narrado sucesos que, sin duda alguna, por primera vez nos contó Schlayer, incluso muchos de esos trabajos están inspirados en este libro, que ha tardado más de 65 años en verterse, magníficamente, al castellano.
Sin embargo, la perspectiva desde la que se cuenta el horror sigue siendo novedosa para todos nosotros.
La ubicación del relator es todo. Gracias a su posición, a su destino de cónsul de Noruega en Madrid, Félix Schlayer consiguió, primero, salvar cientos de vidas humanas del terror implantado por los republicanos en el Madrid del 36 y el 37; pero, sobre todo, consiguió contarnos en un libro sólo y exclusivamente lo que vio. Ahí reside su aportación. Escribir en solitario lo visto. Fue su venganza del terror rojo.
La biografía del autor de esta obra no puede prescindir de dos rasgos: salvó a cientos de hombres de una muerte segura y escribió un libro para que nadie repitiese esas salvajadas. Acumula, pues, méritos suficientes para que nos acerquemos a esta obra con respeto. Se debe leer de principio a fin con el mismo sagrado respeto que tiene el autor por sus lectores: "Lejos de mí cualquier intención propagandística. Sólo espero que cada cual sepa extraer de mi escritos sus propias conclusiones".
Quizá, por seguir hablando de otros méritos del autor, fuera el primero que contó los horrores de esa época de primera mano, sin intermediarios ideológicos o narrativos; tan es así que, cuando los leemos, parece que estamos descubriendo esos sucesos, aunque ya los conociéramos. Contó, pues, al mundo por primera vez las persecuciones, los asesinatos masivos, las torturas de las checas en el Madrid de la revolución del 36.
Quizá fuera también el primero que descubrió la matanza, organizada racionalmente, de presos preventivos del día 8 de noviembre de 1936, en Torrejón de Ardoz y, seguidamente, en Paracuellos del Jarama. La mayor matanza de la Guerra Civil.
Por todo eso, resulta extraño, por no hablar de la indolencia de nuestras agencias de socialización intelectual, que este libro haya tardado tanto en publicarse en castellano. Reparemos, sí, en la fecha en que apareció por primera vez: 1938, en la lengua materna del autor, el alemán, y preguntémonos por los motivos de este retraso. Las respuestas a esos interrogantes formarán parte de la historia moral o, mejor dicho, inmoral de los intelectuales españoles…
En cualquier caso, esta obra sigue siendo una buena causa para enterrar definitivamente los fantasmas de aquella guerra atroz. Un motivo para saber que no hay verdadero recuerdo sin previo olvido. Es la gran lección de este libro. Los horrores, las miserias y las barbaridades descritas son para olvidar, para volver a empezar; o sea, para recordar de verdad. No hay, insisto, genuino recuerdo sin olvido, pero es necesario saber lo que sucedió, asumirlo y enjuiciarlo moralmente, no para revisarlo contra nadie sino para reconciliarnos con todos. Quien oculta el recuerdo crítico del pasado corre el riesgo de quedar fijado en el resentimiento.
Aunque a veces es difícil de seguir, su lectura es terapéutica. Su crudeza obliga a detenernos, insisto, a olvidarnos de lo narrado, a empezar de cero, a largarse de este país, a salir de su historia… Pero es nuestra historia. O la asumimos o fenecemos. Su asunción nunca será sencilla, pero nos da la vida. Por ahí va este libro. Es una inyección para resucitarnos. Quien lea algunos pasajes de este libro y no sienta vergüenza de esos sucesos, de esa guerra, de las atrocidades hispánicas, quizá no entienda jamás que es un ser humano.
En fin, en el septuagésimo aniversario del inicio de la Guerra Civil, Matanzas en el Madrid republicano tiene que ser un buen punto de apoyo, uno más, para sellar, otra vez, una verdadera reconciliación entre los españoles, que nunca podrá hacerse sobre la base del olvido, de la falsificación histórica o de la abyección moral que se intenta hacer recaer sobre uno de los dos bandos contendientes.