Entre las víctimas no sólo había gentes de las clases sociales que se oponían a la dictadura del proletariado, también miembros de organizaciones como la CNT-FAI y el POUM, que, aun siendo de izquierdas, no encajaban en el proyecto totalitario que Stalin tenía pensado para España.
El relato que hace César Alcalá de esta sucesión de muertes en Barcelona resulta cuando menos escalofriante. Los testimonios dan fe de tragedias personales, de traiciones e inquinas políticas, y sobre todo muestran hasta qué grado de degeneración puede llegar el ser humano cuando se racionaliza el odio.
El origen de la carnicería en Cataluña se halla en las checas que controlaba la CNT-FAI. Entre el 19 de julio y el 30 de septiembre de 1936 los anarquistas acabaron con la vida de más de 5.000 personas. Las instrucciones, reflejadas en el periódico Solidaridad Obrera, eran muy claras: "A los fascistas probados se los ha de matar". Ante estos hechos, el Gobierno de la Generalitat reformó los servicios de orden público y eliminó lo que se dio en llamar "patrullas de control".
Pero el terror no desapareció; sólo cambio de nombre: ahora corría a cargo del Servicio de Investigación Militar (SIM). El creador del monstruo fue el ínclito líder del PSOE Indalecio Prieto, quien, todo sea dicho, acabó arrepintiéndose. El SIM parecía ser una policía política dedicada a captar información y espiar, pero pronto se convirtió en una máquina represiva muy eficaz. Las mazmorras del SIM eran cárceles disimuladas en el interior de edificios: en ellas se torturaba con sillas eléctricas y se mutilaban cadáveres, cuando no desaparecían en los hornos crematorios.
Más que cárceles, aquellos calabozos eran verdaderos campos de concentración. Según el diario El País (26-01-2003), de cuya información se hace eco Alcalá, "las checas utilizaron (...) los estilos vanguardistas del momento, el surrealismo y la abstracción geométrica, con el propósito de torturar psicológicamente a la víctima".
Sin embargo, lo que más chocará al lector será descubrir que el director del SIM era Santiago Garcés, miembro del PSOE. Alcalá cita a un periodista de la época que pudo escapar de las torturas: "El SIM era el PSOE; la checa era el PSOE; los torturadores eran del PSOE (…) El SIM fue un plagio de las checas soviéticas, pero la dirección y el personal gerente, en casi su totalidad, pertenecía al PSOE (…) El autor de las cámaras de tortura de las calles de Zaragoza y de Vallmajor, Alfonso Laurencic, señaló que las órdenes directas recibidas eran del jefe supremo del SIM, Garcés, del PSOE (…) Es decir, no hubo un solo Paracuellos".
Podríamos seguir comentando, por ejemplo, el número de clérigos asesinados –unos, enterrados vivos; otros, tras torturas vejatorias que se extendían durante días…–, pero es preferible que miren el horror con sus propios ojos. Así, nunca podrán olvidar que todas las ideas tienen consecuencias, y que predicar el odio y la revolución y calificar de fascista a quien no piensa como uno pueden desembocar en el genocidio.
En estos tiempos, tan dados a la recuperación (parcial) de la memoria histórica, no vendría nada mal que libros como Checas de Barcelona se tomaran como obras de referencia. Aunque, parafraseando a Jesús de Nazaret, esto será tan difícil como hacer pasar un camello por el ojo de una aguja.