Más allá de los motivos meramente formales y pseudoacadémicos que ofrece el editor para que ambos ensayos aparezcan unidos, creo que de una lectura sosegada de estas páginas se derivan múltiples razones para que puedan ser publicados conjuntamente. Sin embargo, el bienintencionado prologuista –y, por otro lado, buen traductor– no ha conseguido expresarlas en la nota introductoria. No importa, porque cualquier pretexto es bueno para leer y releer a esta Hannah Arendt.
Releer, sí, porque hace ya años las revistas La Brecha, en España, y Metapolítica, en México, dieron razones, o sea trabajos, artículos, incluso traducciones del primer texto que aquí aparece, sobre la relevancia de estos escritos para pensar la política occidental, a veces tan perseguida por los rígidos socialismos europeos, incluidas las socialdemocracias de tradición negra y revolucionaria del sur de Europa. En todo caso, bienvenido sea este volumen, que tan flaco favor hará a los actuales socialistas, que no sólo reducen al ciudadano a mero "obrero", sino que además ven en éste una mera panza, una barriga a la que hay que satisfacer a cambio de su voto.
La crítica arendtiana a la entronización de la cuestión social sobre la cuestión de la libertad, y la democracia, llevada a cabo por Marx, el comunismo y todos los totalitarismos que en el mundo ha habido es la línea central de este libro. Aquí vuelve a revelarse como cuestión clave del pensamiento de Arendt su crítica a Marx no tanto por haber roto con la tradición del pensamiento occidental cuanto por haber contribuido a un pensamiento antitradicional, carente de precedentes, que elevaba, o mejor, glorificaba la labor, el trabajo de la clase trabajadora, a cuestión central de la filosofía.
En efecto, aquello que la filosofía "ni siquiera se molestó en interpretar y comprender", la actividad de la clase trabajadora, Marx se lo tomó muy en serio. En realidad, el autor de El capital fue, según Arendt, el único pensador del XIX que se tomó en términos filosóficos el acontecimiento central del siglo: la emancipación de la clase trabajadora.
En este contexto intelectual, a todas luces ecuánime y respetuoso con el pensador, el gran pensador que fue Marx, Arendt lleva a cabo una lectura a lo Nietzsche, es decir, con sosiego y mimo, de la obra del filósofo alemán. Si ese abordaje era toda una apuesta intelectual en los años 50, cuando se escribieron estos textos, en nuestra época tiene aún más valor. Son los de Arendt, sin duda alguna, pensamientos muy oportunos en esta hora de dogmatismo y derrotismo. Estamos, pues, ante la lectura que lleva a cabo una gran pensadora de un clásico del pensamiento que, después de la caída del socialismo real, fue arrasado por todas partes.
Karl Marx y la tradición del pensamiento político occidental consigue romper el icono de un Marx maldito, un pensador que, cuando no es denostado, es endiosado. Arendt se propone hallar las razones de lo que traen de novedoso los temas de Marx, y por otro lado muestra los fuertes vínculos de éste con la tradición de la filosofía occidental, especialmente la alemana.
La originalidad de Marx, según Arendt, no reside en el aspecto económico de su obra, tampoco en su supuesto descubrimiento de la lucha de clases, y menos todavía en la prefiguración de una sociedad sin clases y sin Estado, pues en todas estas cuestiones tuvo ilustres y antiguos predecesores. La genuina originalidad de Marx, a juicio de Arendt, hay que buscarla en tres afirmaciones que son verdaderos desafíos intelectuales relacionados con otros tantos dogmas de la filosofía occidental: "El trabajo es el creador del hombre", "La violencia es la partera de la historia" y "Los filósofos se han limitado a interpretar el mundo y de lo que se trata es de transformarlo".
Ciertamente, para la tradición, dice Arendt, el trabajo siempre ocupó el rango más bajo de las actividades humanas. De modo parecido, la violencia fue considerada por el pensamiento político occidental lo más bajo y deplorable. Pero Marx lo convierte en rasgo constitutivo de la política y en esencia de la verdad de la historia. Y aún es más inaudito, añade su comentarista, que la filosofía deba hacerse acción, que la teoría y la praxis se vuelvan una sola cosa, cuando, de Platón en adelante, habían tomado caminos distintos.
A pesar de que esas afirmaciones dieron voz, y a veces concepto, a los cambios radicales que el mundo moderno estaba atravesando en los años 40 y 50 del siglo pasado, Marx no consiguió articular con ellas una teoría sensata. Y es que estaba atrapado en la tradición. Cientos son las contradicciones irresolubles en el pensamiento de Marx; tres ejemplos ejemplo: fomentar el trabajo como esencia del hombre y alojar ahí el "reino de la libertad"; considerar necesaria la violencia para abolir la propia violencia; o vislumbrar el fin de la historia, nada más y nada menos, en la emancipación de los oprimidos.
HANNAH ARENDT: KARL MARX Y LA TRADICIÓN DEL PENSAMIENTO POLÍTICO OCCIDENTAL. Encuentro (Madrid), 2007, 120 páginas.
Pinche aquí para ver el CONTEMPORÁNEOS dedicado a AGAPITO MAESTRE.