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LA PERVIVENCIA DE UN MITO

Mao. La historia desconocida

Mirando retrospectivamente el trágico y revolucionario siglo XX, se ha hecho habitual considerar a Hitler y a Stalin como los dos mayores tiranos de ese tiempo. Ríos de tinta se han escrito para estudiar, analizar y comparar cuál de ellos fue peor y a quién corresponde asignar más muertes. ¿Y qué hay de Mao?

Mirando retrospectivamente el trágico y revolucionario siglo XX, se ha hecho habitual considerar a Hitler y a Stalin como los dos mayores tiranos de ese tiempo. Ríos de tinta se han escrito para estudiar, analizar y comparar cuál de ellos fue peor y a quién corresponde asignar más muertes. ¿Y qué hay de Mao?
Jung Chang y Jon Halliday argumentan y detallan, sin entrar en profundas o macabras disquisiciones morales o matemáticas, cómo Mao, durante veintisiete años gobernante absoluto de un tercio de la población mundial y otrora icono ideológico de una decadente intelligentsia occidental, ha sido el mayor déspota de la historia.
 
Aunque haya pasado mucho tiempo desde su muerte, la supervivencia del legado de Mao Tse-Tung sigue siendo un elemento importante para los pragmáticos gobernantes chinos. El retrato del Gran Timonel, decía recientemente el New York Times, es la única marca china de impacto mundial, y, colgado de la plaza de Tiananmen, observa aún, vigilante, a una China muy diferente de la que él dirigió, pero en la que aún sigue siendo venerado.
 
En el libro que nos ocupa se da cuenta de los aspectos ya conocidos de Mao: por ejemplo, su responsabilidad por la muerte de 70 millones de personas en tiempo de paz (más que ningún otro gobernante en toda la historia de la humanidad), la radicalidad (mayor que la de Hitler y Stalin) de su pretensión de crear una sociedad muerta, árida, vacía de civilización, de sentimientos, constituida por un rebaño de obedientes y adoctrinados siervos sin sensibilidad ni otras aspiraciones que las de seguir las consignas del líder supremo y el partido; pero lo más reseñable son las novedades que se aportan.
 
Chang, la autora de Cisnes salvajes, una historia familiar que describe los sufrimientos de su propia familia en tiempos de Mao, ha recopilado valiosa e inédita información a partir de archivos secretos rusos y chinos. Entrevistó a cientos de personas, colegas, victimas, compañeros de Mao, y el resultado es este libro, que nos acerca la terrible y desconcertante imagen del tirano y nos pone al día de su devastador legado.
 
Stalin y Mao.Aquí se narra la brutalidad con que Mao llegó al poder, en la guerra contra Japón; cómo se erigió en el líder del Partido Comunista Chino; su papel para fomentar las guerras de Corea y Vietnam, y hasta qué punto fue dependiente de Stalin, tanto para alcanzar el poder como para convertir China en una potencia nuclear.
 
La Larga Marcha, el Gran Salto Adelante, en el que murieron 38 millones de chinos por hambre y exceso de trabajo, las purgas del partido, el posterior alejamiento de la Unión Soviética y el aislamiento total de China (que durante un tiempo sólo mantuvo relaciones diplomáticas con Albania) tienen su lugar en las páginas de esta magna obra. Mención especial merece la Revolución Cultural, que para los autores fue una forma más de purgar el partido; de acabar con Liu Shaoqi, el número dos, que cuestionó la desastrosa política del Gran Paso Adelante y la siembra del terror absoluto en la masa para volverla aún más sumisa.
 
Numerosos libros, de distinto signo, habían documentado las atrocidades de Mao, pero siempre se aludía a una faceta política, militar, paternalista y, en cierto modo, estratégica que otorgaba a aquél el honor de haber situado a China en el camino hacia la modernidad. Éste no. Chang y Halliday no conceden mérito alguno a Mao; de hecho, proceden a una demolición permanente de cualquier virtud moral que se le pudiera atribuir. Adjudican muchos de sus éxitos a la generosidad rusa, al miedo que imponía, al terror que ejercía, a la brutalidad con que trataba a colaboradores y enemigos y a la propia suerte.
 
En cierto modo, esta obra acaba con numerosas ideas y conceptos ya establecidos y plenamente asumidos por todos los chinos. Mao es presentado como desleal, inmoral, malvado; acomplejado por su origen campesino; lleno de rencor histórico por la situación de su familia; astuto a la hora de enfervorizar a sus seguidores y después traicionarlos; como un fanático que nada teme. Se relata cómo esperaba que la guerra con Japón acabara con Chang Kai-Shek, el líder nacionalista, y llegó a apoyar a los japoneses frente al Gobierno legítimo de China. Asimismo, esperaba que la participación rusa provocara la división del país en una zona comunista aliada de Moscú y otra cercana a Tokio.
 
Chang y Halliday se aproximan desde diversos ángulos a una personalidad inclasificable, capaz de emocionarse con unas flores en una jornada de caza y de ser implacablemente cruel con sus enemigos –o los sospechosos de serlo–. Al igual que muchos otros dictadores totalitarios, la clave del pensamiento de Mao está probablemente en su desprecio por la vida y en su concepción nihilista de la existencia. Así, en 1971 confesó a Nixon que estaba dispuesto a sacrificar 300 millones de chinos para que la revolución maoísta triunfase en todo el mundo, y saludó eufórico la bomba atómica como elemento de destrucción y caos.
 
W. Horvath: MAO (detalle).Sabremos de Mao el hipócrita, que dirigió y administró un lucrativo negocio de narcóticos para financiar el PCCh al tiempo que prohibía y condenaba el opio, y de cómo un país reducido a la pobreza absoluta por el comunismo invirtió un tercio de su PIB en enviar un satélite al espacio para emitir el himno maoísta. Chang y Halliday niegan que el Gran Timonel tuviera motivaciones ideológicas; en todo caso, eran un simple instrumento de dominación, de manipulación y, sobre todo, de legitimación del terror absoluto como forma de poder.
 
Mao. La historia desconocida no entra a valorar la figura del tirano en la China actual. Treinta años después de su muerte, sus postulados y concepciones no son compartidas por su propio partido, que públicamente admitió, en 1981, que había cometido "errores" , que ha juzgado algunas de sus políticas "negativas para el país" y que lo considera como "buen marxista" –curioso concepto– en un discreto 70%.
 
Sin embargo, es muy revelador que la obra de Chang y Halliday esté cercada por la censura. Revistas con editoriales o reseñas del libro vieron su publicación prohibida en China.
 
La causa, sin duda, está en el papel que se atribuye a Mao en la fundación de la patria comunista y en la legitimidad histórica del PCCh. Los niños de primaria reciben lecciones de educación política en las que se enumeran las hazañas de un heroico partido que "erradicó el opio, la prostitución y la delincuencia en China" y "venció al imperialismo y al capitalismo explotador". ¿Y quién fue el mejor de todos sus militantes? Mao Tse-Tung, el "refundador de China", el "Sol Rojo de Oriente"; aquél que, el 21 de septiembre de 1949, proclamó en Tiananmen, con su acento de provincias: "El pueblo chino se ha despertado". Es el Maestro, el Padre.
 
Echar abajo la imagen de Mao sería catastrófico para un partido obsoleto y desubicado en la historia. Cuando, en 1956, Kruschev criticó y denunció a Stalin, a los soviéticos les quedaba la figura de Lenin. En una China sin Mao, los jerarcas del PCCh sólo tendrían un gran agujero negro bajo sus pies, una estatua sin pedestal flotando en un vacío ideológico.
 
Por ahora, la consigna de las autoridades es clara: "Mao, al igual que el Partido, cometió errores, pero sólo el propio Partido Comunista Chino puede corregirlos". Pero ¿y si el Partido mismo es un error, y Mao un error aún más grave? Los líderes chinos están obsesionados con que jamás se planteen esa pregunta aquellos a quienes sojuzgan.
 
 
Jung Chang y Jon Halliday: Mao. La historia desconocida. Taurus, 2006; 1.032 páginas.
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