Si en el armazón de los personajes no hay un sustrato biográfico, a Ussía hay que hacerle un monumento ya, porque no es fácil armar un argumento delirante y conseguir al mismo tiempo que los personajes de la historia resulten tan cercanos, aunque uno no conozca a la nobleza más que por las portadas de las revistas del corazón.
Claro que la aristocracia ya no es lo que era. Ahora a las baronesas les da por convertirse en hippiess ecolojetas, y a las duquesas por erigirse en portavoces de la situación inguinal de su prole. Lo pertinente en este caso es continuar la broma y llevarla a su máxima expresión, como hace Ussía con su feliz serie literaria ambientada en la finca de La Jaralera, que es como el Dallas de JR pero más entrañable y con menos cuernos, aunque a lo largo de estas páginas aparezca algún que otro pitonazo.
El humor de Alfonso Ussía no es español, sino inglés. En estos predios, tan sólo algunos grandes humoristas literarios de comienzos del siglo pasado, con Mihura y Neville a la cabeza, supieron desembarazarse de la tradición quevedesca, sarcástica y puñetera, para dar origen a un nuevo tipo de humor basado en el ingenio por el ingenio mismo. Con su toque añadido de humor negro, que es también cosa muy anglosajona.
Ussía no necesita recurrir al chafarrinón de brocha gorda para provocar la carcajada, simplemente porque es un grandísimo escritor. La calidad literaria de la serie del Marqués de Sotoancho hace que todas las entregas se conviertan en una lectura deliciosa... y cada vez más oportuna, según se va oscureciendo el panorama nacional gracias a ZP, cuyas ocurrencias dejan al pobre marqués a la altura del betún.
Las situaciones delirantes se suceden sin cesar, desde la violación de la hija de un menestral por la rama inocente de un fresno hasta el encierro obligado de mamá por haber sacudido un guantazo a uno de sus cinco nietos mellizos, Ricardo (Dicky), con el poderoso argumento de que es rematadamente feo, situación que acaba con la intervención de los geos para poner fin al secuestro. La segunda esposa del marqués, una colombiana de armas tomar, y sus devaneos con el novillero Farolito dan ocasión al autor para teorizar con humor, pero también con ternura, sobre la penosa situación del protagonista cuando se enfrenta a la más que previsible aparición de un par de apéndices frontales.
Pero, además de su calidad literaria y de garantizar la carcajada, hay un argumento poderoso para incluir este librito en el equipaje de lecturas veraniegas: ZP no se reiría nada con él. No lo entendería.